domingo, 11 de julio de 2021
El Metal argentino: esa ruidosa expresión de la clase obrera (primera parte)
Muchos fantasmas recorren nuestro país, muchos muertos sin sepultura reclaman justicia, y muchas injusticias corroen la sensibilidad social que hereda pesares, crisis, bancarrotas emocionales y económicas. Dentro del campo de la música popular más precisamente el rock (en sus mejores casos) ha sabido retratar estos momentos álgidos de nuestra historia.
Escribo esto pensando que en este año se cumplen 17 años de la Masacre de Avellaneda que dejó un saldo de 33 heridos y los asesinatos de Darío Santillán de 21 y Maximiliano Kosteki de 22 años que formaban parte de del Movimiento de Trabajadores Desocupados. En sí mismo el hecho es atroz como toda la locura que se vivió después de la fuga del presidente de turno, y el cambalache histérico de presidentes que tuvimos en poco tiempo como la cruenta y salvaje represión de los representantes de la ley y el orden, dos conceptos que lamentablemente en nuestra patria siempre traen como consecuencia un tendal de muertos como de heridos.
Pero existe un detalle fuertemente simbólico que toca de lleno el corazón de la música pesada de nuestro país y es que Darío Santillán murió asesinado teniendo puesta una remera de Hermética, un hecho consecuente y de total compromiso social que no se desentiende de la prédica poética de la banda más representativa y popular del heavy local en los primeros años de la década del 90.
“Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió” el primer e interesante libro de ensayos de Ariel Panzini (Clara Beter Ediciones) comienza por ahí (1) dedicando su empresa de investigación a la memoria de este joven militante. Antes habría que agregar que el autor según lo que se lee en la información de la solapa del libro es abogado y especialista en Derecho Penal, especialista en Derecho Internacional Humanitario y Derecho Internacional en los conflictos armados, recalo en estos detalles del curriculum biográfico porque la serie de ensayos que conforman al libro esta asentado bajo la mirada de la ley, los derechos humanos y la justicia social, es decir que Ariel Panzini no se desentiende de su formación y oficio para analizar su pasión musical desde una mirada cientista, y sociológica.
Este marco de contención metodológica busca despejar los malentendidos con respecto al heavy metal como género musical, extraer las consecuencias simbólicas, discursivas y prácticas de una música que en nuestro país nace dentro de la sensibilidad obrera, un subgénero dentro del rock que crece en los suburbios industriales, y que es la música de los hijos y nietos de inmigrantes, como de la propia migración interna, la música de de los que hacen del heavy, un santo y seña de fraternidad, respeto e intercambio horizontal.
El libro esta dividido en cuatro partes, son ensayos puntuales pero que están enhebrados por los derechos humanos y la conciencia de clase que el autor rigurosa y obsesivamente detalla y ejemplifica en reportajes, y en los grupos que han tocado estas cuestiones de manera literal y poética dentro de ese fenómeno tan particular y extraño como puede ser una canción.
Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió, es un libro rico en información, valioso en su apuesta por pensar más allá del amor hacia la música y concreto en explicitar lo que de tan obvio nadie lo quiere ver y es que la música pesada en Argentina es el termómetro sensible de los desheredados y laburantes, o por lo menos de cierta parcela de los ninguneados que encuentran en este tipo de estética una forma de paliar el infortunio y de armarse frente a las desgracias económicas y emocionales.
El estilo que detenta la escritura de Ariel Panzini es académico, circular y expositivo, la propuesta en ese aspecto es muy clara, busca un respaldo científico para el objeto analizado o en palabras del autor “el heavy metal a partir de las ciencias sociales”.
Las cuatro partes que conforman el libro son independientes entre sí:
1- Rumbo a la construcción de un marco teórico de entendimiento.
2- Cuando el heavy metal es una tortura. La implementación del género en las cárceles de Guantanamo e Irak.
3- La resistencia viva del malón mestizo. La defensa, promoción y divulgación de los Derechos Humanos desde el heavy metal argentino. El aporte significativo a partir de la obra de Malón analizada desde el contexto histórico.
4- La ideología del heavy metal a través de su discurso.
Pero es notable su ahínco conceptual que señala, dice y vuelve a subrayar a lo largo de esta serie de ensayos las intenciones, el motivo y la tesis que busca defender y argumentar el autor en su pulso escritural.
Este es solo un acercamiento a un libro ambicioso en su concepción y amplitud de miras hacia un terreno al cual el heavy metal (en castellano) llega por consecuencia de sus reclamos e inconformismo social, este terreno son los Derechos Humanos. Por una cuestión que excede largamente mi propósito voy a tomar tan solo la principal problemática del libro que engloba a la conciencia de clase, y la ética del metalero argentino, a los otros puntos los dejo en suspenso para una continuación de esta lectura.
Para poner las cosas en contexto el autor se toma el trabajo de analizar la época y llegar a la siguiente conclusión.
“Que el arribo del heavy metal en nuestro país coincide con la etapa final de la bipolaridad del mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial, en el cual se enfrentó el occidente capitalista y el oriente comunista. En dicha década y frente a la profunda crisis que vivía el bloque soviético (…) se implanta la reforma denominada “la Perestroika”, la cual en forma excesivamente resumida podemos decir que permitió la apertura de los mercados y con ello el acercamiento inevitable con el occidente capitalista. En este contexto, el heavy metal jugó un papel protagónico en lo que respecta a la penetración cultural en aquel oriente comunista”.
La mirada de Ariel Panzini no se desentiende de la propia naturaleza capitalista del rock, y menos aún de sus alcances culturales como herramienta política y económica, es claro que el heavy como tantos otros fenómenos anti sistema forma parte de la misma estructura que el sistema genera por rechazo a sus valores y modos de vida, pero en nuestro caso como el de otros países que no tienen más destino que el de ser el patio trasero del imperialismo, la manera -sobre todo en Argentina- en que este fenómeno musical adquiere forma y contenido resuena directamente en la conciencia de clase.
Ser heavy en nuestro país como el autor señala a lo largo del libro, es adquirir dicha conciencia que tiene su arraigo sin lugar a dudas en la sensibilidad obrera. Para el autor más allá de la cuestión musical, el heavy metal argentino es un movimiento que ha diferencia de otros detenta una ética y compromiso con la lucha y la dignidad social, y este compromiso y responsabilidad tiene la garantía de su firma que asume y enuncia su propósito desde una voz colectiva (ya volveré sobre ello) pero sin perder de vista la distancia y cierta objetividad para tratar de analizar un fenómeno del cual también es participante.
“Nuestra obra intentará enfocar diferentes aspectos en común del metalero argentino, puntos de comunión que hacen que nuestro género local se mantenga cohesionado sin perjuicio de la ideología propia de cada uno de nosotros”.
Según la lectura que se desprende del libro y tratando de abstraer –si es posible tal cosa- el heavy en su expresión local es un hecho estético muy ligado a los vaivenes políticos, históricos, y culturales de nuestro país, en ese aspecto es un género muy reactivo, un estilo musical que nunca parecería descansar porque su razón de ser es la lucha social por un mundo más digno.
El Indio Solari alguna vez refiriéndose al rock observó que este en su manifestación es la piel sensible de la sociedad, y sin miedo a exagerar puedo llegar a afirmar (siguiendo esta lectura) que el heavy es hipersensible al termómetro social y es la expresión más radicalizada y utópica dentro del rock local. Esta radicalización tiene estrictamente que ver con el contenido de lucha, con la Doxa combativa que el género maceró desde sus comienzos en la flema anti-sistema de V8 y su disco fundacional “Luchando por el Metal”.
Da la impresión que este género musical dentro del mundo del rock en nuestro país, con el solo despliegue de su retórica pone en escena la vieja dicotomía en los 70, que ponía en tensión a la concepción de un arte comprometido y revolucionario que creía en la vanguardia política versus la vanguardia iconoclasta y formal propia de la burguesía argentina de esa década. Digo esto porque el metal argentino no deja de producir y reproducir (desde sus orígenes) contenidos que apuntalan al cambio y si bien no hablamos de la misma época ni de los contextos políticos hay una cosas que quizás no cambio y es el sustrato propio de la lucha obrera enraizada en la izquierda y más precisamente en la peronista.
Eso es lo llamativo del metal argentino, ningún género dentro del rock local se ha tomado tanto trabajo en denunciar un estado de cosas y en aprovechar los espacios posibles para visibilizar las miserias y los horrores absolutamente normalizados del capitalismo global. Tan solo basta repasar los reportajes que el autor recolecta para su propósito en todos ellos esta manifiesto la conciencia de clase trabajadora.
Claramente estamos hablando de una raigambre y filiación de un tipo de estética dentro del heavy local que cree categóricamente en el valor del mensaje, un entramado de voces, sonidos y distorsión llámese: V8, Hermética, Almafuerte, Nepal, Malón, Tren Loco, Razones Concientes y más acá en el tiempo Serpentor, que tiene un capítulo en el libro.
El rock como fenómeno de la juventud en nuestro país siempre se consideró apolítico, y fue muy cuestionado cuando todavía estaba en pañales por el sector más beligerante de la izquierda porque era considerado una música de infiltración imperialista, sobre este punto es bueno recordar que si bien el rock entro a nuestro país como en otros desde la industria del espectáculo, mucha de su autonomía formal e ideológica se debe a la apropiación que tuvo este género foráneo en las manos y gargantas de los que quisieron que el rock sea un hecho en castellano.
Como ya lo había dicho Ariel Panzini reconoce la naturaleza capitalista del rock, sobre todo después de la Perestroika rusa y la caída del muro de Berlín.
“El cine y la música fueron herramientas predilectas y fenomenales, juntamente con otras expresiones como la moda o los productos masivos de consumo (…) de las cuales el sistema para esa nueva de proyección al mundo. Negar ello a esta altura de los acontecimientos históricos responde más al síndrome de la alienación al poder dominante (…) Es decir, a la concentración de poder militar y económico, se le suma la penetración cultural para exportar cosmovisiones determinadas que responden a intereses ajenos a los pueblos dominados, pero que mediante técnicas sofisticadas de persuasión logran en la conciencia de los locales falsos valores de progreso (…) Dicha concentración ha sido principalmente el motivo de penurias de muchos pueblos absorbidos por el occidentalismo expansionista, y en nuestros pueblos latinos hasta el presente son una de las víctimas más preciadas.”
El metal argentino gracias también a la osadía de los cultores del rock en castellano y de sus mentes más lúcidas, pudieron evitar -por herencia, legado y acción formal- esa alienación cultural, o en todo caso resisten día tras día enrostrando las mentiras del sistema y aún a pesar de sus enormes costos no deja de ser una victoria pírrica, lo que se pierde en oportunidades; llámese jugosos contratos discográficos, la panacea de la exposición en los medios o la fabricación de hits se gana en conciencia de clase y en dignidad. Y esa es la ética principal del metalero argentino sean público o bandas hay un compromiso a no transar, a no dar el brazo a torcer y al cultivar el aguante en las situaciones más difíciles.
Para ello es muy elocuente el reportaje citado a Gustavo Zabala bajista fundador de Tren Loco (el grupo quizás más emblemático de la independencia y autogestión del under local) que señala y no duda en tomar una posición ética sobre el movimiento.
“Ser heavy metal para nosotros es luchar todos los días. Levantarse a las seis de la mañana (…) ese obrero que trabaja y viaja muchos kilómetros (…) eso es ser heavy. La vida es heavy, o es blanda, cada uno elige que quiere tomar (…) Para nosotros ser heavy es tener un estado de rebeldía permanente, pero ser rebeldes para nosotros es estudiar, ser rebelde para nosotros es aprender un oficio, no ser esclavo de nadie, para que ningún político de turno te compre el voto por un par de zapatillas, ser rebelde para nosotros es aprender a dedicarnos a nosotros mismos, con conceptos como la amistad, el trabajo, cosas lindas, ¿viste? Que como no cotizan en la bolsa te hacen ver que no sirve.”
En este aspecto el metal para el autor es un movimiento que se origino y creo en la voz de muchos que tuvo y tiene sus referentes ineludibles, pero eso no le quita mérito a esta voz colectiva que se entreteje, reproduce, y enriquece manteniendo vivo al legado como al espíritu dentro todos los que aman al heavy , por eso el autor más allá de la cuestión metodológica que su trabajo requiera se identifica y se suma a esta voz que explica, narra y contiene los sinsabores y placeres de los hijos y nietos de laburantes que eligen este estilo y modo de vida para afrontar las crisis -que nuestro país tan apocalíptico como integrado- nos brinda con fertilidad amenazante.
Queda bajo el tintero preguntarse cuando un estilo y movimiento estético y cultural adquiere una identidad definida, si esto no perjudica su propia posibilidad subversiva, porque esta voz colectiva se institucionaliza en sus propios patrones de identidad, problemática que no tiene resolución más que en los alcances estéticos como sociales que cobran todo su peso con la muerte de un joven como tantos que trata de pasar a la acción desde la letra cantada, gritada y sentida como es el caso de Darío Santillán.
1-La otra dedicatoria del libro es al artista y gestor cultural Omar Chabán, rescatar su figura después de la pesadilla de Cromagñon es un acto de reivincanción como una manifestación de solidaridad política. La dedicatoria vale por sí misma.
“ En homenaje a Omar Chabán, quien nos enseñó a varias generaciones desde ese reducto que se llamo Cemento donde se respiraba libertad y resistencia a la vez, que el rock trasciende la estética y se convierte en un espacio de cultura y pensamiento crítico.”
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