lunes, 24 de febrero de 2020

La mirada y sus silencios (una lectura sobre El nervio óptico de María Gainza)


                                       "Esto es lo que me interesa de una vida, sus vacíos, sus lagunas,
                                        a veces dramáticas y a veces no. Casi todas las vidas atraviesan
                                       una catalepsia o una especie de sonambulismo que dura varios
                                       años. 
                                      Quizás es en estos vacíos en donde tiene lugar el movimiento."

                                                                                                                   Gilles Deleuze
                                                                                                                Conversaciones
                 
              El devenir de toda lectura, es el devenir de la propia subjetividad frente a los vaivenes de los gustos, caprichos, azares, y la propia vida, en ese cambalache; entre la elección, la necesidad y la experiencia. Toda circunstancia de lectura esta mediada por el contexto que la posibilita, y por el trabajo del tiempo que en su marcha hace que no exista dos interpretaciones iguales sobre un mismo fenómeno, como tampoco es posible que la subjetividad que haya apreciado un fenómeno estético por primera vez, sea la misma cuando se enfrente al fenómeno en una segunda vista.
Pero el efecto más curioso, que puede provocar el fenómeno de lectura es cuando uno comienza a enlazar lo que recibe con su propia biografía, en algunos casos puede aparecer una identificación plena, como consecuencia, en otros como el que me ocupa, puntos de fuga que todo el tiempo, encuentran ecos en la vida propia.

Escribir desde el nombre propio, es hacer participar a la propia contingencia frente a lo narrado, es descubrir la resonancia de lo vivido frente a la propia materia estética, pero no es un encuentro lineal, sino que atraviesa diversas capas, es un movimiento desestabilizador, una conmoción en el propio corazón del ser, que descubre lo que la obra le dice y comunica de sí mismo.
Por supuesto que esto que enuncio no sucede de manera premeditada, es lo imprevisible, lo no controlable, lo que no estaba previsto, de alguna manera las obras más interesantes funcionan como una caja negra donde el espectador deposita lo que no sabe, lo ignorado, como también y esto es lo más inquietante, lo que se niega (a sí mismo) con violencia, con fuerza, con temor.

El nervio óptico (2014) de María Gainza, es un libro que problematiza esta cuestión, en su propia hechura, no es un libro teórico sobre arte, ni tampoco uno estrictamente biográfico, es la suma y la diferencia de las partes.
Todo el libro es un efecto de lectura, no solo de las obras que aparecen en su trayecto, sino también  los efectos de lo real en el imaginario de la autora.
María Gainza habla de diferentes artistas plásticos, compone en su escritura retratos sensibles, íntimos, como si fueran amigos suyos que nos va presentando en su recorrido inesperado, hablando sobre los bordes, lo ignorado y los puntos ciegos de estos artistas. Que aparecen en toda su fugaz carnadura.
Pero el montaje más notable es cuando los datos de su vida se filtran, de hecho comienza por ahí, y no es un gesto narcisista, sino el lugar necesario para que el relato se friccione con la verdad de la experiencia, porque lo que María Gainza nos va a compartir es un relato sobre el arte imbricado con la historia de sus amistades y familia.
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"A Dreux lo conocí un mediodía de otoño; al ciervo, exactamente cinco años después. Ese primer mediodía había salido con un sol brillante y de pronto, sin aviso, se largó a llover. Llovía como en la Biblia y en unos minutos las calles angostas del barrio Belgrano se convirtieron en ríos taimados (...)  Yo tenía que pasear a un grupo de extranjeros por una colección privada. A eso me dedicaba y no era un mal trabajo, pero mientras llegaban mis clientes guarecida bajo el techo de un bar, un taxi pasó demasiado cerca del cordón y bañó mi vestidito amarillo. Tres autos más tarde amainó, tan de golpe como había empezado, y a través de las últimas gotas de lluvia que caían suspendidas como una cortina de cuentas de cristal, llego el remise de los norteaméricanos. Mis clientes, una pareja de mediana edad, ella de blanco y él de negro, impecables y secos como si el chófer acabara de retirarlos de la tintorería."

En esta primera página está condensado todo lo que la autora compartirá con el lector: el tono, la intención, el sentido del humor, y la impre-visibilidad de las relaciones, los enlaces y los paralelismos, en el fluir de las cosas que propone su relato que no peca de.solemne y encorsetado.
La relación que María Gainza con el material narrativo, es cercana e íntima, como si no existiera distancia entre su propia voz y la del espacio de enunciación que genera para que la escritura aparezca y entrevere lo real del artificio.

"¿Qué pensarían de estos cuadros las visitas a lo de Errázuris? ¿Se detendría alguien, alguna vez, a mirar los Dreux? ¿O les serían tan invisibles como un empapelado beige? Me los imagino sentados a la mesa (...) Alguien comenta en las negociaciones con Chile: no habrá guerra.
El señor Errázuriz tiene detalles; después de todo, es el embajador de su país. Su esposa, la señora de Álzaga que, como es nueva, aún cree que hay que interesarse en la conversación de los hombres, sonríe pero por el rabillo del ojo observa el rostro ajado de la mujer mayor que tiene a su derecha y piensa, con alarma, que en poco tiempo se parecerá a ella. Como queriendo revertir el tiempo, cada tanto alza las manos, y las agita ligeramente para bajar la sangre y acentuar la blancura de su piel (...) La única que mira el cuadro es la mujer mayor, la señora de Alvear (...) sus ojos evitan la cabeza de su concuñado Errázuriz y se dirigen del ciervo todavía vivo en la pintura al otro, muerto y servido en finos cortes sobre el plato. En la sala renacentista contigua al comedor, entre el follaje de madera, un reloj da la hora. La señora de Alvear siente un escalofrío pero se lo adjudica a una corriente de aire. últimamente no identifica bien lo que siente."

Esta claro que acá no se discute el peso de la verdad, ni la veridicción de lo posible, el terreno que propone María Gainza con su libro compete al espacio de una voz que discute con sus limitaciones culturales, afectivas e incluso neuróticas (en el sentido de los personajes femeninos de Woody Allen) su condición de vulnerabilidad frente al fenómeno estético.

"Me recordó que en la distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo en el arte y que las variables que modifican esa percepción pueden y suelen ser las más nimias. Apenas verlo, empecé a sentir esa agitación que algunos describen como un aleteo de mariposas pero que a mí se me presenta de forma bastante menos poética. Cada Vez que me atrae seriamente una pintura, el mismo papelón. Me han dicho que es la dopamina que libera mi cerebro y aumenta la presión arterial. Sthendal lo describió así: "Saliendo de Santa Croce, me latía con fuerza el corazón; sentía que la vida se había agotado en mí, andaba con miedo a caerme". Dos siglos después, una enfermera del servicio de urgencias de Samta María Nuova, alarmada por el número de turistas que caían en una suerte de coma voluptuoso frente a las esculturas de Miguel Ángel lo bautizó "el sindrome de Sthendal."

El lector frente al derrotero de este libro se ira transformando en una suerte de confidente, alguien que en la escena de lectura percibe con claridad los conflictos de esta voz, frente a la experiencia que la autora tratara de narrar palabra por palabra, siempre al borde de que el silencio la ahogue, la fagocite.
Hay momentos realmente críticos donde la escritura de María Gainza se pone en franco peligro, porque el discurrir del relato la va sorprendiendo en el momento en que suceden las cosas.
Ella no oculta ese vaivén, sino que lo expone, no se para en el lugar del saber, ni de la crítica (que sin lugar a duda lo es) sino que el lugar que elige para hablar, es el de la mujer de cierta extracción social, con esa infeliz conciencia de clase, atravesada por las historias de sus amigos, de sus afectos, de los ecos de esos afectos en la huella de su persona, que se verá asediada hacia el final del relato por la mortalidad.

"De alguna forma misteriosa uno puede anticipar su destino; algunos acontecimientos se nos revelan en forma de corazonada mucho tiempo antes de hacerse realidad (...) Desde hacía dos años yo sentía que algo me andaba mal adentro. Cuando me diagnosticaron el timoma fue casi un alivio (...) Hay algo en en la enfermedad que te afila, te quita la ansiedad, si uno logra evadir la autoconmiseración, por supuesto. Se lo digo en la sala de espera del Centro de Terapia Radiante a una profesora de literatura medieval que tiene cáncer de pulmón y que, como está internada, la traen a rayos en ambulancia desde su cama del hospital. Me dice: "Yo siempre quise tener una enfermedad bonita".

El nervio óptico es un recorrido por diferentes museos de la ciudad, pero nada tiene de turístico.
Los autores aparecen en escena retratados vivamente, a contraluz, no hay celebración, ni malditismo, sino una honda nostalgia en cada retrato, porque la autora sabe muy bien que cada elección estética, es una elección de vida y como tal implica una pérdida irresoluble.
Los artistas plásticos que aparecen son: Alfred de Dreux, Cándido López, Herbert Robert, Tsuguharu Foujita, Gustav Courbet,  Mark Rothko, Toulose Lautrec, Augusto Schiavoni, José María Sert y su fascinante mujer Misia, Henry Rousseau, El Greco.

Cada capitulo es indistinto del otro en cuando a los artistas plásticos, pero en relación al autorretrato implícito que la autora va construyendo página tras página, hay una continuación, algo discurre y va creando el contexto necesario para que como lectores cautivos nos pongamos en la misma situación que ella, para tratar de comprender la inaccesibilidad de esos puntos ciegos por donde se filtra su sensibilidad. A causa de su relato familiar llena de absurdo, tragedia, frivolidad, e historia pero Historia con mayúscula, porque su apellido tal como lo quiere creer su madre busca cifrar el destino de nuestro país.

"Del museo rosa que estaba a veinte cuadras de mi casa nadie me había hablado, más tarde entendería que, para mis padres, la Buenos Aires de mi infancia no albergaba ningún interés artístico; ellos vivían paralizados por la lasitud neurótica de verse reflejados en el pasado, en cada palacete, en cada estatua de bronce, en cada juego de platería propio o ajeno."

Desconozco cómo fue el proceso de escritura del libro, no sé cuál fue la génesis de todo esto, pero creo que la figura de la madre de la escritora que sobrevuela al libro, es capital para entender esa relación amor odio que siente hacia su propio pasado, ese pasado que el abolengo familiar pretende que sea fastuoso, y en desacorde, en franca des-armonía con la realidad política y cultural del país, esas finas margaritas que lamentablemente se terminan devorando los chanchos.

"Desde que tenés memoria, tu mamá y los de su clase vienen anunciando que "este país se va a prender fuego". Hace treinta años que esperan que arda. No hay semana en que no te pregunte si su nieta tiene su pasaporte al día porque "acá no hay futuro". Cuando te habla así, vos te sentís como Cecco, aquel poeta rencoroso que, según cuenta Marcel Schwod en Vidas imaginarias, tuvo el instinto de ser negro porque su padre era blanco. Tu hija no tiene pasaporte, vos lo tenés vencido hace añares. Te gusta tu barrio, de hecho, te encanta, y no tenés pensado mudarte nunca, aunque tu madre piense que vivís en la frontera con el indio".

Con justicia se puede afirmar que El nervio óptico es un libro sobre la perdida, la muerte y lo irreparable, pero este centro gravitacional nunca es definitivo, porque María Gainza sabe reírse de sí misma. Su mirada es fresca, directa, sensible, atenta a los detalles, imaginativa y honesta, sabe exponerse sin patetismo, ni coartadas románticas, ni exceso de modestia, pero tampoco con una actitud de soberbia solapada.
La confección del libro tiene la medida justa entre la narración, la confesión familiar, y la historia del arte, pero de ese arte con minúsculas, ese que está a oscuras esperando el momento adecuado para ser vislumbrado, hay mucho de reparación en la mirada de María Gainza para con el destino de algunas obras, que se desentiende de la épica, de la construcción del mito, para hablar de los artistas a secas.

"Cándido López estaba convencido de que para tocar el corazón de la realidad, había que deformarla, su maestro Manzoni, creía ver en eso una señal inequívoca de temperamento artístico y le sugirió un viaje a Europa. 
Como no había plata, Cándido salió a pintar retratos y a hacer daguerrotipos por la provincia de Buenos Aires".

En los caprichos de la realidad se encuentra lo que tiene mayor asidero y densidad
en el libro de María Gainza, porque justamente entre esas eventualidades, azares y los mandatos de la tradición, emerge toda la potencia de su escritura, como un punto de fuga por donde se cuela toda su sensibilidad y formación cultural. Que busca por todos los caminos posibles la forma más conveniente para tratar de entender su singularidad, lo que, la desconoce de sus orígenes, la vuelve una extraña para su madre, una promesa incumplida para su familia, ese encanto por las ruinas de sí misma, eso que va soltando cada vez con mayor entrega y honestidad, en la confección de este precioso libro; que sabe cuándo encantarse, cuando discutir, cuando sorprenderse, y hasta cuando quedarse en silencio.

No sé cuál habrá sido la intención inicial de El nervio óptico pero hay mucho de efecto colateral, de consecuencia oblicua, de intenciones desacomodadas y extraviadas, en una narración persuasiva, directa, elemental, rica en impresiones, y sugerente en todo lo que no alcanza a explicar, pero no por el ejercicio de una escritura mezquina, sino por la condición humana, falible y vulnerable de toda percepción que sabe de sus alcances y de sus límites frente al horizonte de lo real.



El nervio óptico se publico en el año 2014, es el primer libro de Maira Gainza, todavía no leí su segundo trabajo que es una ficción llamada La Luz negra (2018). Creo que este tipo de abordaje que propone la autora comparte mucho del modo de Juan Forn, para sus curiosas contratapas de los viernes de Página 12, y sobre todo la forma descarnada que emplea en María Domeq, novela que pronto voy a desmenuzar.

Este es un excelente reportaje donde la autora contempla algunas de las cuestiones capitales de su imaginario. https://www.infobae.com/america/cultura-america/2018/12/27/maria-gainza-siempre-senti-que-queria-calle-si-no-no-hubiera-podido-escribir/