domingo, 24 de enero de 2021

Cerati, la electrónica y la infancia

En nuestro país uno de los grandes prejuicios que ha generado la cultura rock, es la total sobrevaloración y en muchos casos la indiferencia como menosprecio hacía la música electrónica. Hay cierto componente humanista dentro de la práctica del rock que todo el tiempo pretende olvidar que el rock no sería tal cosa sino fuera por la tecnología y sus avances que ha permitido tanto electrificar la guitarra como amplificar el sonido a espacio siderales, y ni hablar de los avances en cuanto a las técnicas y posibilidades -siempre en franca expansión- de un estudio de grabación.
Claramente estamos hablando de un comportamiento del rock que niega a la tecnología en función de lo humano, como si el avance de la tecnología y civilización corriera por senderos paralelos a la humanidad, como si esto no afectara nuestra percepción, y el orden de las cosas, como si la técnica y el artificio de la mecánica, como los principios analógicos como digitales no intervinieran en nuestra relación con el mundo, esa mirada desde el rock hacia su propia constitución como género musical peca de ingenua. Porque la humanidad hizo a la tecnología como esta a la humanidad, en una relación simbiótica e indispensable para la supervivencia de la especie. Pero no solo esta ética del rock es ingenua en este aspecto, sino que también existe un rechazo categórico hacia la estética del arte por el arte, porque nuevamente el comportamiento humano y cultural busca el mensaje, la cifra del sentido que consolide o cuestione nuestra visión de las cosas. En nuestro país hay muchos ejemplos de este tipo, un caso emblemático y saliente es la figura de Gustavo Cerati que ha orbitado dentro de la cultura local con una soltura y liviandad que ha generado su cuota de resentimiento como de rechazo en sensibilidades afines a la doxa combativa y humanista del rock.
“La geometría de una flor, Gustavo Cerati y la música electrónica” (Gourmet Musical Ediciones) es un libro de reciente aparición escrito por el escritor, editor, poeta y difusor cultural Gito Minore, que en su propuesta aborda estas cuestiones de manera implícita. La geometría de una flor es un libro indispensable para entender las conexiones y vasos comunicantes de este artista inquieto como singular frente a lo nuevo y en algún punto desconocido. Soda Stereo fue un grupo bastardeado por la ortodoxia rockera que veía en su propuesta estética toda la trampa del sistema, Gito no entra en este terreno pero lo alude cuando pinta el panorama político cuando Cerati estaba embarcado en esta búsqueda imparable con la electrónica. “Y todo esto en una época en que la Argentina vivía uno de los tantos periodos de decadencia cultural (…) A semejante vacío político era lógico que lo acompañara un vacío cultural y musical respectivamente. A excepción de propuestas más combativas de géneros marginales (como el punk y el heavy metal) que, aunque con un público minoritario, sí se pusieron a la vanguardia de la crítica radicalizada al sistema (..,) En este contexto resulta comprensible, y hasta natural, que cierta parte de la audiencia rockera, y de la crítica lo haya acusado de frívolo.” Gito Minore no anda con vueltas a la hora de definir a este músico inquieto “Gustavo Cerati fue un artista del mainstream” pero en esa constelación que supo crear con la exitosa Soda Stereo y su carrera solista, tuvo la suficiente lucidez como para entender de que la música seguía avanzando, en un río siempre afluente al que hay que estar dispuesto a navegar, pero para poder hacerlo siempre hay que estar dispuesto a tirar equipaje y mudar de ropa si es necesario, aunque esto signifique volverse un extraño.
Ese fluir de las cosas lo llevaría a conectarse con algo que siempre estuvo en su sensibilidad, que es la búsqueda del sonido y la textura por encima del sentido, algo que sucedía en Soda Stereo en menor medida pero por la cual era muy atacada. Cerati siempre estuvo vinculado con la electrónica quiso el relato fundacional que a la banda siempre se la asocie por lo menos en sus comienzos con The Police, pero la realidad que esta banda inglesa era tan solo la punta de lanza de algo que venía pasando en el rock y era la subversión del sonido. Gito Minore no duda en considerar que Gustavo Cerati fue una figura capital para el rock en Latinoamérica. “Primero como líder del grupo que, traspasando las fronteras del propio país, redefinió la forma de crear rock en castellano (…) Soda Stereo fue un fenómeno musical, artístico y comercial que no tuvo ningún punto de comparación con nada previo (…) Luego, a partir de la disolución de la banda, como solista supo capitalizar la experiencia previa y usarla a su favor, no quedándose con la gloria (…) sino apostando a superar a superarse disco tras disco”
Sin embargo ve algo distinto en lo que la crítica y el público veían como un capricho snob, y es su relación con la música electrónica y las experiencias que supo tener con los socios adecuados que le permitieron olvidar ese pasado, que como bien lo señala el autor de este libro se había transformado en una prisión para Gustavo Cerati. Para Gito Minore la carrera de este músico esta conformado por dos grandes bloques, uno que contiene su trayecto junto a Soda Stereo y otro como solista. “Sin embargo entre los poros de estos dos bloques se fueron filtrando proyectos que derivaron en discos y shows. Un conjunto de trabajos que terminaron de conformar una serie, una constelación propia dentro de la discografía “oficial” de Gustavo Cerati. Una obra dentro de una obra. Estas producciones por su propia naturaleza díscola, no gozaron de la recepción ni de la difusión que si tuvieron sus otros trabajos, quedando relegados a los márgenes de la obra central. Sin embargo no fueron solo periferia. Operaron con una lógica divergente que permeó su obra, aportando una cosmovisión musical llena de matices sonoros, que la transformó por siempre.”
Los proyectos que supo tener fueron: Plan V, Ocio, Roken, pero la punta de lanza de su experiencia electrónica fue Colores Santos (1992) disco a dúo con el tan inquieto como ubicuo Daniel Melero, quien supo tener su banda enteramente electropop a principios de los 80 llamada “Los encargados” del cual Cerati/Soda re-versionarían “Trátame suavemente” en su primer lp. e. Lo que el libro señala con mucha agudeza es que toda la experiencia de Cerati con la electrónica estuvo atravesada por lo lúdico y el goce, ya en sus comienzos cuando en la banda previa a Soda, The Morgan se ponían a improvisar con el todavía ignoto y new wave Andrés Calamaro pre- Abuelos de la Nada. Jugando como niños y trabajando según Zeta Bosio: “Registrábamos en un grabador a casete las sesiones en la que disparábamos los teclados de Andrés, que comenzaban a sonar solos (…) Así iba generándose un clima sobre el que improvisábamos una secuencia de notas, una música que ideábamos para la banda sonora de una película imaginaria.” Este mismo aspecto lúdico encontraría Cerati con Melero para la elaboración en conjunto de Colores Santos. En algún punto la experiencia electrónica era la posibilidad de revisitar la infancia, de ir más allá de la preocupación, los contratos y las agotadoras giras, esta manera de conectarse despreocupadamente con sus socios creativos lo libraba de la carga de su condición de rockstar y al mismo tiempo le servía para indagar desde la forma a las futuras canciones como solista, donde supo cristalizar esta interrelación entre lo tecno y la tracción a sangre como reza una de sus canciones del disco Fuerza Natural. Su estética se retroalimentó de estas experiencias como bien lo indica Gito Minore, Cerati no hubiera sido el mismo sin este tipo de inmersión en el anonimato del sonido buscando desdibujar su nombre propio en función de lo experiencial de la convivencia sonora y humana.
Los socios que compartieron creación y placer junto a él fueron aparte del mencionado Daniel Melero, “los chilenos Andrés Bucci Astaburuaga, Christian Hirst Powditch y Guillermo Ugarte, con quienes formó Plan V; Flavio Etcheto, con quien compartió Ocio, y Roken, o Leandro Fresco, quien además de participar en este trío también fue parte de la banda solista. Músicos, en muchos casos, que habían crecido escuchando su música. Artistas que se habían alimentado de sus ideas y de los que él ahora se podía nutrir, para de alguna manera retroalimentarse juntos.” La Geometría de una flor, Gustavo Cerati y la música electrónica, es un libro que comparte la lateralidad de esos proyectos, de los libros sobre este artista que han salido en estos años desde su temprana muerte, esta propuesta de Gito Minore comparte el mismo perfil bajo de las diferentes experiencias sonoras, hay un trabajo en la prosa que equilibra en la balanza la pura información y la anécdota con la reflexión y cierto espíritu genealogista como por ejemplo cuando desmenuza el sentido etimológico de Ocio, ese proyecto junto a Flavio Etcheto.
“Si toda su carrera se había dedicado a trabajar de músico, de ser parte del “negocio” (cuyo significado etimológico proveniente del latin es nec otium, esto es “negar el ocio”) de la música, ahora estaba decido a quedarse con la parte siempre relegada: afirmar el ocio”. Es interesante observar que Gito Minore es responsable desde hace siete años de la Feria del libro heavy, ha sacado bajo su sello editorial Clara Beter las ponencias de las ferias, como libro de poemas y narraciones bajo su firma, forma parte de un colectivo (de investigadores y docentes) llamado G.I.I.H.M.A con el cual a sacado libros sobre la temática heavy sus controversias políticas y culturales, y ha sacado una biografía de Tren Loco, una banda del under que es un manifiesto en si mismo de la independencia, autogestión y el mensaje combativo. Esta apertura hacia otro carril estético comporta el mismo espíritu de Cerati frente a la movida electrónica, el mismo autor lo dice hacia el final del libro cuando narra que toda esta etapa de Cerati no la vio pero le producía cierta inquietud. “Me llamo la atención y comencé a preguntarme ¿Por qué este tipo hace música donde no canta? ¿Por qué toca con gente desconocida? ¿Por qué saca discos de manera independiente? ¿Po qué toca en lugares chicos y cobra una entrada de $2?" Ahí Gustavo Cerati me volvió a llamar la atención, pero desde otro lugar inesperado, ya no era mi ídolo adolescente sino que se me aparecía como un músico y un artista arriesgado, capaz de poder aventurarse al abismo y no temerlo”.
Gilles Deleuze alguna vez enunció que escribía libros desde su ignorancia, este es el caso de Gito Minore alguien con la suficiente valentía como para meterse en un terreno desconocido de este artista popular que supo conjugar la dosis justa entre la experimentación y la forma. La prosa del autor está contenida dentro de lo objetivo que es la obra del músico, pero en algunos pasajes descolla con la felicidad del hallazgo que el propio autor se permite frente a una música eminentemente instrumental, ahí en ese terreno es donde se juega lo subjetivo y en donde su imaginación calibra su posibilidad de fuego e inventiva, como este pasaje donde analiza una versión de las tantas del disco Reversiones de “Siempre es hoy” “Si la primera tal como lo reseñamos, traía el “disco al living” para que todos bailemos, esta segunda hecha un bidón de nafta a ambos espacios, y de entre las llamas extrae un monstruo lisérgico del que huyen hasta los más bravos (…) Allí, como si estuviera en la tarima de un strip club, propio de una película de Robert Rodriguez, la voz de Déborah del Corral canta, anestesiada por la noche y sus demonios un mantra desarticulado sobre tumbadoras”
En definitiva La geometría de una flor, Gustavo Cerati y la música electrónica, es un libro necesario para comprender el afán de expansión y curiosidad de este artista popular, todo -eso sí- bajo la mirada respetuosa pero lúcida, amorosa como exhaustiva, poética como telegráfica de Gito Minore, que ha encontrado en la forma la propia cifra del placer para contar su propia experiencia implicita y sensible del sonido y la furia.