miércoles, 21 de junio de 2023

El Arte es Pueblo, a propósito del documental Ojos que no ven...Movimiento Espartaco.

Una de las grandes cuestiones que atraviesa nuestra contemporaneidad es la memoria, el pasado y las disputas de los relatos por ocupar ese lugar de importancia que determina la manera en que se a pensar las historias de las generaciones que nos preceden. La problemática sobre la memoria, es una constante en las ficciones, cuestión que no le es indiferente a la industria cinematográfica, donde se ha ensayado una y otra vez el mismo argumento: un personaje amnésico que al recuperar parte de su pasado huye despavorido, no puede aceptar lo hecho, generalmente el personaje es un agente que asesina sin miramientos emocionales ni humanos. Esta temática tan insistente retrata de manera indirecta al siglo XX, no es casual que afloren tantas ficciones sobre ello, si algo tiene el siglo pasado es la constatación de la destrucción como método y la ciencia como argumento final para determinar quienes viven y quienes no. El final del siglo XX tuvo la enorme pretensión de ser recordado con el cántico del fin de la historia y de las ideologías, como sabemos si esto hubiera ocurrido hubiéramos asistido al grado cero de todas las luchas que sacudieron las entrañas del pensamiento.
Si esto fuera posible el relato del mundo sería único e indivisible, y no habría espacio para el disenso, porque todo absolutamente todo estaría justificado desde esta victoria. Sabemos cuál es el relato global que se impuso mediando el siglo XX, terminando de consolidarse cuando La Unión de las Repúblicas socialistas Soviéticas finalmente cae. Ese fantasma que recorrió al mundo como una certera esperanza pero también como la gran y gorda excusa para intervenir, digitar, auspiciar, subvencionar gobiernos tan títeres como sangrientos. La leyenda del fin de la historia tenía la responsabilidad de ser la marquesina victoriosa y rimbombante del Occidente Neoliberal y Capitalista, pero no fue del todo así, es de público conocimiento que la Historia metió la cola y lo violentamente negado terminó por explotar en las torres gemelas. Por eso es vital la importancia de la memoria y las formas en que podamos recuperar al pasado, no cualquier pasado sino el nuestro como país latinoamericano.
Sobre estas cuestiones trata “Ojos que no ven...el movimiento Espartaco" (2018), un documental dirgido por Ana Caride Burgos, junto a un excelente equipo de trabajo que hizo posible este documento, este ensayo, este notable film. Ojos que no ven es una apuesta por la memoria desde las herramientas del cine, es una reflexión sobre los alcances políticos y sociales de las artes plásticas como vehículo expresivo del sentir del pueblo, en un momento histórico donde lo estético era una continuación necesaria de la política.
El movimiento Espartaco fue un movimiento de pintores de estética figurativa y social que tuvo lugar en nuestro país entre los años 1959-1968, una época convulsionada por los aires de cambio y revolución, un momento histórico donde la política no era una mala palabra sino una herramienta poderosa. El documental es un viaje al pasado donde la voz narradora, es la de Malena Sessano la hija del artista plástico Carlos Sessano, comparte a lo largo del film las incógnitas y los afectos frente a algo que trasciende lo biográfico y esta indiscutiblemente ligado con el destino de nuestro país y el continente.
Carlos es mi padre, y yo no sé muy bien qué hago aquí, buscando tratando de dar forma a un padre desconocido, en el intento descubrir parte de su pasado voy a encontrarme con él. En este recorrido que propone el documental, la voz narradora se irá encontrando con los dos únicos sobrevivientes del movimiento, uno de ellos su padre y el otro es Juan M. Sanchéz más conocido como el gordo Sanchéz que juntos van pincelando el retrato de un grupo de artistas que trataron de ir más allá del atril para volver a él y retratar con furia y humanidad la condición latinoamericana. La conciencia de clase era una moneda corriente dentro de la juventud de aquel entonces, una juventud politizada por la herencia del peronismo, y por lo que ocurría a nivel continental, con Cuba, Fidel y el Che. El rumbo de la historia parecía torcerse hacia la izquierda, pero hay que aclarar que la izquierda en Latinoamérica no tiene el mismo espesor ni la misma densidad que en la vieja Europa.
Si bien los artistas plásticos del Movimiento Espartaco no ponían a la política por encima de sus producciones, estaba en un mismo nivel de preocupación, la problemática para el movimiento Espartaco tal como lo expresa uno de sus pintores Mario Mollari fue la siguiente. “La posibilidad de que existiera un arte que encajara más con nosotros (…) dentro de un tipo de imagen incluso reconocible (…) cómo vamos a responder plásticamente a esto (…) interpretar a los personajes de América a su problemática (…) si hacíamos una exposición hacíamos la revolución, estábamos locos indudablemente. El movimiento Espartaco responde a la vieja utopía del arte no mercantilizado, un arte que se nutre de las paredes de la ciudad, un arte que busco lo más posible la construcción de la identidad y la lucha latinoamericana, o en todo caso descubrir en las temáticas y en la misma realidad que la identidad de Latinoamérica está en su lucha. Su manifiesto escrito en el año 1959 lo dice todo. “Es evidente que en nuestro país, a excepción de algunos valores aislados, no ha surgido una expresión plástica trascendente, definitoria de nuestra personalidad como pueblo.
El movimiento Espartaco como todo movimiento que se precie y ponga de manifiesto su credo estético problematiza a su tiempo y cuestiona duramente lo que se institucionaliza como arte, pero el planteo es aún más radical porque el arte que brilla en las pasarelas tiene muy poco que ver con el sentir del pueblo latinoamericano. En el segundo y tercer párrafo del manifiesto la mirada es netamente política. “Si analizamos la obra de la mayor parte de los pintores argentinos, especialmente de aquellos que la crítica ha llevado a un primer plano, observaremos como característica común el total divorcio con nuestro medio (…) Las causas determinantes de esta situación está en la base misma de nuestra vida económica y política, de la cual la cultura es su resultado y complemento, una economía enajenada al capital imperialista extranjero no puede originar otra cosa que el coloniaje cultural y artístico que padecemos”. El documental de Ana Caride Burgos no se desentiende, uno de los momentos más interesantes del documental es cuando el historiador de arte e hijo de Esperilio Bute, otro de los pintores del movimiento explica al contexto histórico en que surgieron su padre y sus compañeros de ruta
“Yo me doy cuenta que Espartaco no es una iniciativa de unos jóvenes pintores sino que realmente es una iniciativa del aparato cultural argentino de ese momento, capitaneado por Rafael Squirrou (…) esto tiene que ver con un contexto internacional que esta viviendo una guerra fría entre el realismo soviético y el arte américano (…) los americanos quieren promocionar un arte abstracto, y a partir de ahí comienza la influencia norteamericana en países como argentina, el coloniaje cultural rechaza a los Espartaco". Las líneas en el documental están claras, Espartaco rechazaba de plano al colonialismo cultural no estaba de acuerdo con abonar con el arte abstracto porque en nada tenía que ver con la realidad política y cultural de nuestro país. Espartaco fue un movimiento al borde de lo instituido, le escapaban a la mercantilización no estaban de acuerdo con un arte para pocos, para una Élite de abultada billetera y prestigio, se pintaba por y para el Pueblo, para visibilizar su lucha, darle rostro, entidad, entendimiento. El mandarín de las artes visuales en aquel tiempo Jorge Romero Brest, el adalid de la crítica responsable y promotor del arte abstracto en nuestro país, no consideraba pintura lo que hacía el grupo, hay un ninguneo muy característico de la crítica, no se analiza la cuestión pictórica sino que directamente se la descalifica, entonces de esta manera no participa del debate pictórico del momento o en el decir del gordo Sanchéz “lo que estábamos pintando eran monstruos para ellos”.
Haciendo un paralelo con el campo de la música, especialmente dentro del rock, el movimiento Espartaco fue lo más parecido al punk en la pintura,como todos saben hizo de la precariedad su posibilidad y de la ética una urgencia que había que plasmar a como de lugar para denunciar lo que ocurría en las entrañas de la realidad, pero también el heavy de cuño local encuentra ecos en el movimiento, no es dificil imaginar las emblemáticas tapas de los discos de Hermética como una continuación y actualización de la misma problemática de representación. Cómo el arte abstracto norteamericano iba a reflejar todo eso si en nada tenía que ver con sus orígenes, no porque no sea posible una re-apropiación, sino que para el candente momento histórico en que se vivía apelar al arte abstracto era darle el visto bueno a la colonización y a la entrega no solo material sino subjetiva de nuestra identidad como pueblo. Para el Movimiento era importante que el arte sea figurativo la intención era la comunicación, que sea inteligible para la gente, el pueblo, en el fondo que no haya competencia cultural para apreciar el hecho estético, porque de lo que se habla muestra y pinta pasa por la sensibilidad, los sentidos y la empatía.
El documental tampoco maquilla a los personajes de esta historia al contrario los expone en su singularidad como un grupo de pintores comprometidos con el cambio social y político pero de simiente machista, una sola pintora formo parte, Elena Diz que a su vez fue mujer de Juan M. Sanchez , tardaron dos años en aceptarla como parte del movimiento. Ojos que no ven tiene una riqueza notable en su construcción cinematográfica, no pretende más de lo que es, un retrato sensible de un momento histórico donde la revolución no era una utopía sino una certeza que había que hacerla real.
Franco Venturini uno de los últimos pintores en entrar al movimiento fue el que más lejos llego en su compromiso con la inmediata realidad y no pudo sobrevivir a ello. Carlos Sessano estuvo en la Cuba del Che participo activamente por un tiempo hasta que volvió imbuido por la experiencia de revolución. Ricardo Carpani fue el más dogmático, el más trosco según sus compañeros, el mismo se definía como un político que pinta, cosa que sus aliados de ruta no, ellos mismos dejan sentado en el documental “Carpani siempre hablaba de política nosotros más de pintura”. No obstante Carpani aún en su delirio revolucionario -tomando prestado una expresión de Sessano cuando estaba en Cuba- tenía las cosas muy en claro, como todo dogmático hacía de la claridad conceptual un axioma para la praxis.
“Para que el arte cumpla esa función social de promover el cambio a nivel político, la sociedad tiene que estar cambiando, evidentemente, en la medida que la sociedad no se cuestiona los valores vigentes, el arte tampoco lo cuestiona”. Hablar de la historia del movimiento Espartaco no es tan solo hablar de un momento histórico particular y significativo, sino también de las familias que estuvieron comprometidas, de los hijos que nacieron en el exilio, y de la reconstrucción del legado como es el caso de Malena la narradora que al final del film comparte su sentir: nostalgia, pérdida pero también abre una pregunta ética sobre el arte de sus mayores. “Al pasado no se puede volver, ni podemos recuperarlo tal cual fue, pero qué hacemos con las huellas, los restos.” Ojos que no ven es una excelente oportunidad para escuchar y dialogar con su imágenes, con lo que se comparte y piensa, una oportunidad para entender que el arte tiene que nacer dentro de la comunidad y no ser un comentario aparte, inaccesible y hermético. El arte es del pueblo y la única sublimación valedera es la de la tierra, los orígenes, la sangre, los ancestros, la herencia es un legado pero también un combate con el presente, porque la herencia es un bien discutible y hay que discrimar lo que fue válido en su tiempo y en el presente no.
El movimiento Espartaco intento cambiar las reglas del juego y a su modo lo hicieron, fue la cara visible de los movimientos sindicalistas, pintaron con dignidad y belleza a las tribus originarias entendieron que para hablar de lucha hay que remontarse a la conquista, hicieron de los muros un espacio político y bello, un estandarte de lucha y un mensaje a través de los tiempos. Ojos que no ven, es un film necesario una pieza faltante para entender como se concibió un arte que no pedía más espacio que la calle y en su enorme figuración generar la diferencia, acercar la pintura a la gente, salir de las galerías y de la pretensión de seriedad académica, romper la institución del caballete, pintar con el cuerpo, los humores, el amor, y la voluntad del cambio político.
Bute lo dice mejor citado por Malena “necesitamos un lugar donde lo imposible, se vuelva posible y es en la poesía donde los límites de lo posible es transgredido de buena ley, arriesgándose, el decía que un poema es una pintura dotada de voz y una pintura es un poema callado.”
Grupo Espartaco Esperilio Bute, Ricardo Carpani, Pascual Di Bianco, Elena Diz, Raúl Lara, Mario Mollari, Carlos Sessano, Juan Manuel Sanchéz, Franco Venturi. Para ver el documental entrar a la página Cine.AR PLAY: https://play.cine.ar/INCAA/produccion/8026 Para leer el manifiesto del grupo: https://www.margen.org/desdeelmargen/num3/esparta.html