domingo, 23 de diciembre de 2018

La revolución es la piel


                            "El control de las mujeres y sus descendientes ha sido la piedra de toque
                             de todo régimen represivo de este planeta".

                                                                                                                Margaret Atwood (1)
                                           



                     Para el psicoanálisis en sus comienzos "la mujer" siempre de alguna manera fue un misterio elusivo, algo imposible de definir y siempre que intento explicarlo lo llevo a hacerlo por contraste, por diferencia con el hombre. Los términos "masculino" y "femenino" no son términos simétricos, no funcionan de la misma manera.  Para el psicoanálisis en sus comienzos con papá Freud como guía y fundador, el desarrollo psíquico de la niña es idéntico al del varón para luego diferenciarse, para él la mujer siempre fue un "continente negro", un territorio imposible de explorar sin perder la certeza, por eso llega a preguntarse con todo el rigor científico y los límites propios de su masculinidad "¿Qué quieren las mujeres".

Lacan ese gran lector de Freud profundiza ese misterio y trató de acercarse un poco más a esta terra incógnita, para él, el termino "mujer, no designa una esencia biológica sino una posición de orden simbólico, una posición femenina". Por eso llegó a afirmar "que la mujer no existe", frase polémica que leída fuera del contexto parece más una declaración de intolerancia misógina, pero el punto principal es que la mujer no existe dentro del discurso masculino (2) más que como sucedáneo, como consecuencia de esa famosa costilla de Adán (ese relato bíblico), para el discurso del hombre la mujer siempre fue un inconveniente, un mal necesario, porque gracias a ella, la especie puede reproducirse y propagar.

Sobre estas cuestiones de orden político cultural y de género transita "El cuento de la criada" (1985) de Margaret Atwood, una novela editada todavía cuando el mundo se repartía en dos polaridades, era el ocaso de la guerra fría y el comienzo del fin del comunismo. Novela distópica, incómoda, punzante, que entra de lleno en la problemática de la mujer, dentro de un mundo posible en EEUU, (the land of freedon) que vive bajo un gobierno de facto, una dictadura religiosa, una teocracia donde  rige a raja tabla los preceptos de las escrituras, un mundo donde el contacto, ya sea visual o táctil es peligroso, incluso suicida, todo esta regido por un protocolo severo de sociabilidad. En este mundo hay problemas de fertilidad, la especie ya no puede reproducirse de manera sencilla, salvo un centenar (quizás) de mujeres fértiles que son secuestradas, objetualizadas como mero recipientes de salvación, ya no hay fuente de placer en las relaciones, todo es expeditivo, frío, distante, un trámite engorroso que busca con persistencia resignada ese óvulo valioso.

Es un libro político que en el contexto que estamos viviendo aparece con toda su potencia y no en vano, hay una serie  (de gran repercusión) que toma la historia y la continua donde la autora lo deja (3) confieso que comencé a leer el libro por la serie que la deje ni bien comencé a ser atrapado por la lectura de "El cuento de la criada", la virtud del libro es que si bien es una acérrima crítica a todos los sistemas totalitarios que despojan con su práctica de la dignidad e incluso la humanidad de las víctimas, nunca su foco esta puesto ahí, al libro no le interesa dar un mensaje sino más bien tratar de narrar los hechos desde la perturbada y sensible voz de la narradora que se arregla como puede para hacer justicia a su experiencia.

En esta sociedad de control, en este mundo posible, no tan alejado del nuestro, los cuerpos y especialmente el de las mujeres son sometidos física, moral y mentalmente dentro de un sistema religioso, puritano y platonista; en el aspecto que no importa el cuerpo, no importa la mujer, no importa la subjetividad ni la persona, importa si "la idea" que se tiene de ello, la idea salvadora de la especie, la prole que renovara al mundo bajo estos preceptos severos sobre la vida, sobre un modo de vida que busca gobernar todos los aspectos de su ciudadanos.
La narradora es una mujer fértil, reclutada (a la fuerza) para su cometido, doblegada en en una suerte de entrenamiento donde la desposeen de su nombre, de su cuerpo de su sensibilidad, la adoctrinan con el miedo, con la cohersión del dolor tanto físico como moral. Una educación opresiva donde al parecer no hay salida posible porque hasta el imaginario esta vedado.

Es justamente en este terreno alejado de "Los Ojos" (suerte de polícia secreta) donde se debate la conciencia y la toma de conciencia de la narradora que comienza a descubrir en su cuerpo, en la percepción de su cuerpo la fisura del sistema.

"Me sumerjo en mi cuerpo como en una ciénaga en la que yo solo sé guardar el equilibrio. Mi territorio es un terreno movedizo. Me convierto en el suelo en el que aplico el oído para escuchar los rumores del futuro. Cada punzada, cada murmullo de ligero dolor, ondas de materia desprendida, hinchazones y contracciones del tejido, secreciones de la carne: son signos, son las cosas de las que necesito saber algo. Todos los meses espero la sangre con temor, porque si aparece representa un fracaso. Otra vez he fracasado en el intento de satisfacer las expectativas de los demás que han acabado de convertirse en las mías (...solía pensar en mi cuerpo como un instrumento de placer, o un medio de transporte, o un utensilio para el cumplimiento de mi voluntad (...) Ahora el cuerpo se las arregla por sí mismo de un modo diferente."

Sería largo y engorroso de explicar todos los detalles, protocolos, rituales que este mundo presenta, además que no tiene sentido hacerlo porque la autora lo hace de manera magistral sin tono pedagógico, ni torpe, la novela avanza develando de a poco toda la complejidad de la historia, de una trama que da de lleno en la agenda sociocultural que nos afecta como ciudadanos en la hiper-conectividad de este planeta, trama que retruca ( a su modo) la pregunta de Freud (ya no se trata de qué quieren las mujeres) sino de "cuál es el destino de las mujeres desde que el mundo es mundo", Margaret Adwood no da concesiones ni busca complacer al lector ni menos a la mujer (en un sentido políticamente correcto) sino que es un medio para que el relato avance y a su paso vaya develando que la moral es un artificio de control social, que la religión es una precisa herramienta política y que el patriarcado no es solamente un hecho cultural que se manifiesta en todos los aspectos de la vida, nos precede y nos diagrama para pensar y sentir, sino que es un pulso atávico que busca vigilar muy de cerca las emociones y sus efectos en el cuerpo, en la sensibilidad, en la piel, en los sentimientos frente a la voracidad del deseo, la incertidumbre y el temor frente a lo desconocido.

"¿Quién me censuraría por desear un cuerpo verdadero para rodearlo con mis brazos? Sin él también yo soy incorpórea. Puedo oír mis propios latidos contra los muelles del colchón, acariciarme bajo las secas sábanas blancas, en la oscuridad, pero yo también estoy seca, blanca, pétrea, granulosa; es como si deslizara la mano sobre un plato de arroz; como la nieve. En esto hay cierta dosis de muerte, de abandono. Soy como una habitación en la que una vez ocurrieron cosas pero en la que ya no sucede nada, salvo el polén de los hierbajos que crecen al otro lado de la ventana, que se esparce por el suelo como el polvo".

La novela mantiene un tono al límite de su expresión, nunca desborda, siempre mantiene una delicada frontera entre los artificios de la narración y la narración, no se engolosina con sus posibilidades, de alguna manera es eficaz e incluso expeditiva, el relato es llano pero en su prosa (en lo que deja intuir la traducción) esta contenida un lirismo sutil que airea la opresión de la voz narradora, uno adivina que es en esos pasajes del relato donde la voz va re-descubriendo la sensibilidad de las cosas, es donde se produce el quiebre, el punto de fuga de la imaginación. (4)

"Hay algo subversivo en el jardín de Serena, una sensación de cosas enterradas que estallan hacia arriba, sin pronunciar palabra, bajo la luz, como si señalaran y dijeran: Aquello que sea silenciado clamará por ser oído, aunque en silencio (...) La luz del sol se derrama sobre él, es verdad, pero el calor brota de las flores mismas, se puede sentir: es como sostener la mano un centímetro por encima de un brazo o de un hombro. Emite calor y también lo recibe. Al atravesar un día como hoy este jardín de peonías, de claveles y clavellinas, casi se me va la cabeza".

Podrá parecer tonto e incluso ridículo para el que este esperando un manifiesto en contra de los sistemas despóticos y autoritarios, pero la verdadera revolución esta en los alcances de la potencia de un cuerpo, en la inflamación de la percepción a causa de eso que escapa a los sistemas de control que es el contacto con la piel, ese contacto amoroso, cálido que no da una explicación al sinsentido y absurdo de este mundo sino que habilita la posibilidad de con-vivir en el de esta manera, con este modo de vida que se abre a lo realmente desconocido. Por eso "El cuento de la criada" no es una novela feminista, (no hay nada codificado en su relato) sino que todo en su flujo narrativo deviene mujer, se abre a ese territorio ignoto donde el deseo pierde sus bordes (masculino-femenino) y se abre a toda la fuerza de la vida; que muta, prolifera, crea, destruye y afirma que el futuro es mujer no como una constatación de las luchas feministas (esa es otra discusión que excede la naturaleza de este texto), ni como mea culpa políticamente correcto del mal que hizo el hombre, sino por su total apertura y vulnerabilidad a lo que se puede cambiar en el orden perceptivo y cultural, a lo que realmente se debe modificar para que exista otra posibilidad, otro camino, otro destino.

"El vestido de verano me roza la piel de los muslos, la hierba crece bajo mis pies y con el rabillo del ojo veo que algo se mueve entre las ramas, un revoloteo, graciosos sonidos, el árbol convertido en pájaro, la metarmofósis se desboca. Ahora son posibles las diosas y el deseo satura el aire. Incluso los ladrillos de la casa se ablandan y se vuelven táctiles, si me apoyo contra ellos, quedaran calientes y flexibles. (...) ¿Acaso  el hecho de ver mi tobillo, ayer, en el puesto de control, cuando deje caer mi pase para que él lo cogiera, hizo que se mareara y desvaneciese? Nada de pañuelos o abánícos, uso lo que tengo a mano.
El invierno no es tan peligroso. Necesita la insensibilidad, el frío, la rigidez; no esta pesadez, como si yo fuera un melón sobre un tallo, esta madurez líquida".


1-Introducción de la autora para la sexta edición de la novela en el 2017.

2-http://www.psiconotas.com/la-mujer-no-existe-lacan.html

3-https://es.wikipedia.org/wiki/The_Handmaid%27s_Tale_(serie_de_televisi%C3%B3n)

4- La traducción se la debemos a Elsa Mateo Blanco.