viernes, 16 de abril de 2021

La ética del francotirador y el Rock Nazional

Es un lugar común cuando se habla de rock local hablar de Rock Nacional, una conjunción de términos que en su misma enunciación es problemática y controversial, el término Rock como todos sabemos es del idioma inglés y la palabra Nacional pertenece al castellano. Una de las constantes críticas de la izquierda en los 70 hacia el rock que se hacía en Argentina, era que se practicaba una música de infiltración imperialista, por lo tanto era funcional a esos intereses de expansión como la coca- cola o la industria hollywoodense.
Esas viejas disputas quedaron atrás con el fracaso de las revoluciones, el triunfo del capitalismo como modelo de vida y el rock local que pasado su momento de efervescencia creativa y de importancia social (como fueron los 80 gracias a la guerra de Malvinas) al parecer busca en la actualidad como sobrevivir como puede a su inflada resaca de glorias pasadas. Norberto Cambiasso uno de los críticos más iconoclastas del medio deja atrás todo tipo de fantasías sobre el género para apuntar bien al centro y aseverar. “Pero lo cierto es que la música rock no fue ni será revolucionaria. Y aunque algunos me tilden de extremista, ha servido muchas veces como otra resolución imaginaria de las contradicciones reales del capitalismo”. (Que cien flores florezcan, Gourmet Musical)
No es la primera vez que este crítico hecha por tierra las pretensiones del género musical, de hecho nunca fue complaciente en sus apreciaciones, porque siempre creyó, si le tenemos que creer a la labor crítica: en la deconstrucción de los lugares comunes que tanto por pereza como conveniencia la industria y el poder de los medios como la cultural oficial, persisten por nombrar como rock nacional. Si de crítica hablamos se trata de ver qué es lo que realmente se cuece dentro de la olla, analizar sus efectos, calibrar los contextos y medir la densidad de cada propuesta con su propio cuerpo conceptual y artístico.
Norberto Cambiasso es de esos críticos que no le teme a las polémicas ni se ampara en un supuesto saber esotérico, la suya es una mirada concreta, puntillosa y sensible a los fenómenos que analiza con pasión distante. En la década del 90 junto a Daniel Varela y otros compañeros de aventuras, supo tener una revista de avanzada que equilibro hasta el final la mera y abultada información con el pensamiento sobre la música. Esta revista tuvo el justo nombre de “Esculpiendo Milagros” y fue lo más parecido a un oasis en medio de un páramo desértico, que tuvo una existencia por cierto milagrosa, que abarco un periodo de casi diez años (1992-2001). No voy a hablar de la revista en sí misma porque esto merece un estudio exhaustivo y profundo sobre el modo en que Norberto Cambiasso y compañía ejercieron la crítica y establecieron un parámetro estético muy diversos como heteróclitos en el medio. Lo que me interesa analizar cómo en el otoño de 1997, específicamente en su número 13, Esculpiendo Milagros con dos notas firmadas por Cambiasso y Varela dan un severo diagnóstico sobre esa entelequía denominada Rock Nacional, las exposiciones son categóricas y las posiciones radicales, a ellos no les interesaba respetar a las vacas sagradas por sí mismas sino que puntúan la obra (lo hecho) más que los nombres. En esta edición de la revista, la misma tapa ya es un hecho revulsivo, en su representación iconográfica cita a la revista Expreso Imaginario que en uno de sus números ataca a fines de los 70 al fenómeno de la música disco con una imagen de John Travolta, (actor icónico por su papel en Fiebre de un sábado por la noche) a-violentada por un tomatazo. Nada más que en la tapa de Esculpiendo Milagros el que recibe esta afrenta es Tanguito, con el titular: “30 años de Rock Nacional (y en letras más grandes)…y qué?”.
Lo interesante de esta mirada es que no se casa con nadie, ni siquiera cree interesante esas tres décadas de rock nacional, en la editorial explicitan el modo en que comparten su modo de apreciación. “Los autores eligieron además una retórica provocativa con claras intenciones de romper el consenso sospechoso y abrir un poco el debate. La argumentación general, creemos, los resguarda de cualquier de cualquier ofensa deliberada. Se trata de sacudir un poco al moribundo adormecido.” Que a fines de los 90 hablaran del rock nacional como un moribundo adormecido es netamente un posicionamiento político estético, ignoro cuál habrá sido la recepción de este número pero habrá ralentado la digestión de muchos como incomodado a demasiados, ya para ese entonces la revista tenía sus lectores y habrá generado su impacto, modesto pero impacto al fin. Párrafos más abajo no hay espacio para malinterpretar nada, la honestidad más que brutal es porno, la revista no especula en su decir ni busca ganar nuevos amigos.
“El rock nacional, salvo honrosas excepciones, jamás tuvo nada digno que ofrecer. De hecho en la mayoría de los casos, ni siquiera pudo sostener la dignidad.” Lo que Esculpiendo Milagros ve con desconfianza en la tradición local es cómo el rock fue creciendo parejo a la industria, no porque esto fuera un pecado, estamos hablando después de todo de un mundo capitalista sino de los argumentos puristas que buscan hacer del rock el relato conveniente de la contracultura y la resistencia durante la dictadura, para los autores de estas diatribas, el rock fue funcional primero a la dictadura y después a los egos y bolsillos de los artistas como de las productoras en cuestión.
“El mito más celebrado, la aparente firmeza del rock nacional durante los años de dictadura, se encuentra tan lejos de lo que las comprobaciones empíricas indican, como Videla de arrepentirse por las 30.000 personas que mandó a otro mundo.” Lo que la revista encuentra en la actitud del rock local es un provincianismo chato que crea las condiciones culturales para que cada artista sea visto y vendido como el “artista”. Estos críticos es claro atacan no tanto a los artistas sino al ethos conveniente que se fue erigiendo a lo largo de las décadas y en ellos no perciben los mismos valores que el consenso crítico que alaba las singularidades. “En el diccionario del rock argentino, cada panegírico superficial de sus apoltronados paladines esconde su contrario: “creatividad” significa ignorancia de los acontecimientos externos, “original”, veinte años de retrazo respecto a esos mismos acontecimientos; “convicción” inoperancia basada en la ceguera propia y ajena.”
Para Esculpiendo Milagros el rock nacional siempre quiso formar parte del establisment, no hubo discurso marginal sino más bien oportunista, los contextos fueron cambiando como también las vestimentas, las modas y las tendencias. Y el rock tuvo su oportunidad con la farsa de Malvinas, la prohibición de música angloamericana en la radio, la participación en un festival amparado y sustentado por la dictadura cívico militar, convengamos que no esta mal aprovechar lo que se ofrece, lo que es dudoso es resguardarse en un ingenuo discurso de resistencia. En un repaso iconoclasta Norberto Cabiasso de un plumazo demuele lugares comunes a gusto piacere para de-mostrar hasta que punto el rock local es un castillo de naipes que se deshace con la mera brisa en contra.
“Porchetto le había cantado a Cristo; León Gieco le pedía a Dios (…) Miguel Cantilo trocaba su bronca de antaño por la “equívoca” gente del futuro; Piero regresaría del exilio regalando claveles blancos y rogándole a los chicos que se quedaran mansos y tranquilos y, Charly García, que con Sui Generis le había cantado a adolescentes con acné, el autor de esa “canción de Alicia” que los sesudos periodistas locales –en su ceguera crónica- habían festejado como el paradigmático himno de resistencia frente a la dictadura, circulaba ahora libremente por los despachos militares”. Según lo que señala la revista en ese momento hubo una exposición celebratoria llamada “Rock Nacional 30 años” hecha en el Predio Municipal de Exposiciones, que fue a todas luces un festejo acrítico, e institucionalizado pero acorde al propio ethos del rock local, para la revista dicha exposición tan solo evidenciaba toda la impostura de nuestra tradición. “La muestra de los treinta años de rock nacional constituye apenas el último e irrisorio acto de una comedia que roza el grotesco, hecha de retórica vana, poses ampulosas, actitudes pueriles y discursos vacíos. Lo que canoniza –“nuestro amadísimo rock”- simplemente no existe.”
Sostener una posición de independencia en un medio tan dado al amiguismo clientelista, habrá generado rechazo de plano, más aún teniendo en cuenta un ejemplo que citan en la editorial sobre el entuerto de la revista Expreso Imaginario que tuvo la mala forntuna de reseñar de manera negativa “La Grasa en las capitales” de Serú Giran, por dicho motivo tuvo que darle el derecho a replica a la banda porque el manager había amenazado con quitar las cuatros páginas de publicidad de la revista. En la década del 90 el rock local se estaba renovando de mano de los sonidos que importaba Soda Stereo por la escena de Bristol, había una preponderancia por el sonido por encima del sentido que tuvo su cohorte de bandas que fueron denominadas sónicas. Había un rastro atendible de cosas hechas dentro de la tradición y una búsqueda de renovación, pero para la revista esto no era más que el mismo síntoma de lo mismo, todo se hacía y promocionaba como lo nuevo cuando en realidad en la escena mundial esto ya era un dato del pasado. Miopía nacional al cien por cien promocionando (como siempre) los productos culturales como el mejor invento del mundo, llámese: Piazzola, Gardel, Evita Maradona, El Che, Messi y el imbatible dulce de leche. El diagnóstico de la revista es concluyente: “aún quienes persistieran en corroborar una tradición rockera autónoma en nuestro país, deberían aceptar que está, en el mejor de los casos, ha sido reformista, y en su gran mayoría, lisa y llanamente reaccionaria.” No sé si después de este número habrán vendido más o habrá decrecido las ventas de la revista, ignoro cuál fue el impacto pero calculo que a las vacas sagradas no les importó mucho, a la industria tampoco, quizás sí, a los lectores, nuevos y futuros. Hay censuras que son más terribles, y la indiferencia sobre hechos que se atreven a cuestionar de lleno a ciertos fenómenos promocionados como vendibles de nuestra tradición chauvinista son llamativas, veinticinco años han pasado de este número revulsivo y en veinticinco años nadie se ha detenido a observar la notable excepción a la regla de una revista que reunía a un combo de críticos como melómanos, que tenían una idea de tradición, de vanguardia, de cosmopolitismo musical que iba a la contra de la Doxa oficial, un combo de aventureros que hicieron oídos sordos a las sirenas de la industria como de los mitos para ver con claridad a toda la mecánica del sistema en pleno funcionamiento cuando genera su propio anticuerpo para producir más poder de captación cultural, siendo el rasgo más evidente la nacionalización del rock.