martes, 16 de noviembre de 2021

Heavy, Tortura y Derechos Humanos (Segunda parte)

Meses atrás escribí sobre el primer e interesantísimo libro Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió del abogado y escritor Ariel Panzini. En ese primer acercamiento tan solo tome como referencia a uno de los ensayos donde se buscaba retratar con precisión lo que para el autor es el corazón de la ética del metalero argentino. El trabajo realizado por Ariel Panzini y esta es la novedad frente a tantos libros que indagan al rock desde la historia o la estética, Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió es un trabajo de investigación que hace pie en la formación jurídica y profesional del autor pero que nunca se desentiende de su pasión musical. A esta altura después de casi más de tres décadas se puede afirmar sin ningún tipo de exageración, que el heavy metal es una cultura en todo el mundo y que tiene sus valores y modos de expresión dentro de una infinidad de estilos que desafían constantemente a los policías de la identidad y de las etiquetas del mercado, pero según lo que estas páginas afirman la cultura metálica de nuestro país re-afirma y confirma su identidad por el barro de su origen que corresponde inevitablemente a la clase trabajadora.
Como se sabe el heavy es uno de los tantos subgéneros del rock, que desde el momento de su aparición hacia finales del siglo pasado ha ido copando al mundo para transformarse -como todas las cosas resistidas en su momento- en tradición y mercancía. Ariel Panzini si bien enmarca su trabajo desde una mirada cientista y se ampara en una doxa que puede ser engorrosa por las cuestiones jurídicas nunca condesciende a perder el foco en citas eruditas o se engolosina con su conocimiento. La pluma del autor es bien práctica no se anda con vueltas y lo que muestra y demuestra es que el heavy argentino tiene una mirada anclada fuertemente en los Derechos Humanos, este hecho en sí mismo ya es un gesto político, porque la elaboración conceptual de las bandas más representativas –llámese Malón, Hermética, Almafuerte, Tren Loco, Serpentor, o Nepal comparten una misma preocupación social, humana y ecológica- que más allá de las diferencias estilísticas aspiran al mismo horizonte que podría cifrarse en una misma y sola problemática que en resumidas cuentas podrías ser; “cómo vivir y convivir en un mundo que parece no desear otro camino que el de su misma perdición”.
Que el libro se llame Heavy Metal Argentino no comporta una actitud chauvinista sino que señala la diferencia fundante con el heavy de corte internacional, lo que observa Ariel Panzini y he aquí la polémica más interesante es como el heavy especialmente el norteamericano fue utilizado como una de las avanzadas del capitalismo durante el fin de la guerra fría para infiltrarse en Rusia e ir minando al imaginario soviético desde la banda germana protonorteamericana Scorpions con su Wind of Change al primer Festival heavy
“En el estadio Lenin en la por entonces U.R.S.S. del año 1989, de Bon Jovi, Ozzy Osbourne, Mötley Crue, Cinderella y Skid Row, en un macro festival programado como una muestra de solidaridad hacia organizaciones anti-droga”
Vuelvo a insistir Ariel Panzini no es un escritor de medias tintas por eso es importante recalcar que toda su escritura detenta una posición política clara y definida, esto quiere decir que mira más allá del género musical y de su pasión como el adolescente que fue para analizar sin eufemismo la potencialidad imperialista del mismo rock. Lo que deja bien clarito es que el heavy sirvió y mucho para el relato cultural que impuso con éxito E.E.U.U. en los estertores de la guerra fría.
“El cine y la música fueron herramientas predilectas y fenomenales, juntamente con otras expresiones como la moda o los productos masivos de consumo (Mc Donald, Coca Cola, tecnología de punta, etc.) de las cuales el sistema se sirvió para esta nueva etapa de proyección del mundo. Negar ello a esta altura de los acontecimientos históricos responde más al síndrome de alienación al poder dominante (…) Es decir a la concentración del poder militar y económico se le suma la penetración cultural para exportar cosmovisiones determinadas que responden a intereses ajenos a los pueblos dominados”
Ariel Panzini no se detiene ahí sino que va más allá con su análisis e investigación para expresar que décadas después de la guerra fría, el imperialismo del país del norte siempre a la vanguardia de alguna guerra inventada vendiendo o alquilando su paz armada al mejor postor, encontró nuevas excusas después del 11 de septiembre para llevar al extremo más inimaginable la penetración cultural, porque en la trastienda y la ilegalidad de la supuesta guerra contra el terrorismo se utilizó a la música: el heavy, el pop latino, canciones infantiles y el country como herramientas indispensables para el ablandamiento, y la confesión a través de la tortura.
“Dentro del concierto de técnicas que logró “legalizar” la administración Bush a tales fines, lo llamativamente notorio radicó en la implementación de la música ya no como sistema de armas como se indicó anteriormente, sino como el instrumento matemáticamente calculado al mejor estilo de la Inquisición, como parte de un mecanismo de interrogación aplicado sobre los presuntos terroristas. El procedimiento consistía (…) en introducir al sospechoso de terrorismo en el denominado “tubo” (contenedor hermético, completamente oscuro, y cerrado, aislado de toda injerencia con el mundo exterior), siendo sometido durante largas jornadas a escuchar música a alto volumen, casi en forma ensordecedora y privándoselo del sueño por completo, donde en la gran mayoría de casos se repetía constantemente el mismo tema por varias horas, utilizándose el género del heavy metal habitualmente, conforme los distintos testimonios filtrados a la opinión pública.”
Pongamos las cosas en su debido contexto si la música es utilizada como herramienta de cohersión y tortura lleva a la problemática instalada por Theodor Adorno con su famosa sentencia “Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie” a un nuevo horizonte de espanto, porque ya no se trata de la imposibilidad de tratar de asimilar el horror a través de la pulsión estética, sino que la misma estética (más allá del que rock sea un género industrial) es utilizada para provocar el horror y el fin de toda humanidad. Puede sonar categórico pero la tortura es el límite que no se debe franquear porque después de ello no hay manera de regresar más que a través del trauma, la negación y la brabuconada patriótica e imperialista, todos vimos ese relato reproducido en centenares de películas que presenta y representa hasta la pornografía que para llegar a los fines hay que atreverse a transitar los medios necesarios para combatir al Mal de turno - llámese: comunismo, terrorismo islámico, Corea del Norte, China, el mal siempre viene de Oriente para la sensibilidad humanitaria e hipócritamente democrática y libre del Occidente más depredador e intolerante.
“No escapa a nuestra inteligencia que el género es producto integrante de la cultura occidental impuesta por el nuevo orden mundial instaurado por los E.E.U.U. luego de la segunda guerra mundial (…) Tal situación no es menor, ya que las personas sindicadas como terroristas y alojadas principalmente en las cárceles de Guantánamo, Irak y Afganistan, provienen de costumbres arraigadas completamente ajenas a las occidentales (…) A su vez, y como ya se ha advertido no es azaroso que se haya elegido al heavy metal como método de tortura silencioso, en razón a que no solo se logra obtener datos en la confesiones, sino que además, a modo de porta voz se está imponiendo el occidentalismo en forma coercitiva mediante el bombardeo cultural de su mensaje, trascendiendo la mera saturación sonora (…) La ofensa también es cultural.”
Según la detallada información que el autor comparte las canciones y los grupos elegidos son, Deicide: “Fuck Your God” ; Dope: “Die MF Die”, “Take Your Best Shot”; Drowning Pool: “Bodies”; Metallica: “Enter Sadman”; AC/DC: “Shot no Thrill”, “Hell Bells”, Neil Diamond: “America”; Rage Against the Machine: unspecified song; Saliva: “Clic Clic Boom” También fueron utilizadas canciones de Cristina Aguilera de abierto contenido sexual, del Barney el dinosaurio como una gran variedad de música country.
Lo más llamativo del caso es la respuesta o la falta de ello de los músicos al enterarse de que sus canciones fueron utilizadas como herramienta de tortura, salvo Tom Morello de Rage Against the Machine (una agrupación con fuerte anclaje latino y tercermundista) el resto padece un autismo político por la falta de reacción, o una reacción a medias pero sin medir la gravedad del asunto o directamente dando justamente la derecha por tal aberrante planificación en la sala de tortura.
“Preguntado en una entrevista el guitarrista vocalista de Metallica James Hetfield, acerca del uso de su música para torturar a los presos de Guantánamo, respondió que “Una parte de mí está orgullosa por haber elegido a Metallica”, se sabe con certeza que “Enter Sadman” se usó en el interrogatorio de Mohammed Al Qahtani, conocido por ser el jihadista número 20 del 11-S-, porque ellos pensaban que así oirían el sonido de Satán. Es fuerte, es música poderosa. Representa algo que ellos desconocen, quizás libertad, agresividad…no lo sé…libertad de expresión. Y entonces es cuando una parte de mí se siente abrumada sobre las dudas de ciertas gente que piensa que estamos atados a unos determinados estamentos políticos por esto. No tenemos nada que ver con eso, e intentamos ser los más apolíticos que podemos. Porque una cosa es la política y otra la música, y para nosotros, no se deben mezclar. La política separa a la gente, y nosotros la queremos toda unida. No puedo decir “Stop”. No puedo decir “Háganlo”. Es algo que no me lo tomo ni como bueno ni como malo.”
Es interesante el contraste que realiza Ariel Panzini en sus páginas cuando habla de la temática de Malón y de Serpentor páginas más adelante, donde se pone en evidencia que el género en nuestra tierra tiene los pies bien anclados en la política pero no necesariamente en la partidaria sino en la manera de manifestar, de copar los espacios o directamente inventarlos para de difundir el mensaje de crítica y resistencia, lo político es la manera de exponer y de poner en circulación historias que se pretenden negar en la cultura local como lo fue la masacre de los Pilaga retratado en el segundo disco de Malón “Justicia o Resistencia” en la canción “Grito de Pilaga” por nombrar un solo ejemplo dentro de tantos donde los derechos de las minorías, de los desclasados, de los laburantes, de los pueblos originarios son puestos en primer plano, son la materia esencial de un género que en nuestro país toma la partida de lo real.
Quizás por nuestra historia particular que durante el siglo XX tuvo poco años de gobiernos democráticos en relación con la infame cantidad de golpes de estados que sacudieron las entrañas de nuestra sensibilidad, quizás porque el rock y especialmente el heavy fue la música de los hijos de los laburantes, de las zonas desangeladas, de los que tuvieron que aprender sobre sus derechos y gritarlos, de los que pudieron modificar la programación que los hacía pensar y servir como empleados sin más horizonte que un aumento de sueldo siempre en veremos. Quizás porque fuimos un país asediado desde sus comienzos por capitales extranjeros, quizás porque en esta historia fuimos del granero del mundo al patio trasero del imperialismo, quizás porque en esta historia a los laburantes siempre les toco perder y la conciencia de esta pérdida forma parte del adn cultural que el heavy como expresión actualiza en esta candente como esquizofrénica realidad.
Gustavo Zabala el bajista y líder de Tren Loco está en las antípodas de James Hetfield de Metállica, no hay que olvidar que algunos discos de esta emblemática banda norteamericana detenta títulos que al parecer son una declaración de principios en si mismos, títulos tales como “Master of Puppets” o “And Justice for all…?”, entonces cuando Hetfield expresa que trata de ser lo más apolítico que se pueda no deja de ser un acto de ingenuo cinismo, cualquier pibe estudiante de cualquier universidad pública lo daría vuelta como un guante frente a tamaña estupidez, y ni hablar que en su declaración no puso el foco en la tortura que es el verdadero espanto. En las páginas de Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió del Gustavo Zabala expresa:
“Yo creo que la política es una buena palabra. La política es el arte de cambiar la realidad, es la realidad; lo que pasa es que está bastardeada, porque a los que tienen el poder les interesa que la juventud no se sume a la política (…) Con la política podemos cambiar la realidad. Todo es política, desde la remera que te pones, hasta la actitud que tenés, hasta el lugar donde querés vivir. Hasta si querés arreglar el bache de la esquina de tu casa. ¡Podés cambiarlo loco!.”
En síntesis lo que el libro de Ariel Panzini expresa con éxito es que la constitución del heavy internacional y sobre todo el norteamericano vive en una suerte de limbo donde la política nunca se toca con la música, pero justamente el precio de esta grosera actitud es la de ser utilizado por los gobiernos de turno, con consentimiento o sin no importa, importa más la billetera abultada por los discos, entradas y merchandising vendidos, y como ya sabemos en este mundo de luminarias artificiales, no existe la mala publicidad porque a fin de cuentas todo vende y acapara la debida atención y hay que aprovechar ese momento para dar el zarpaso.
El análisis de Ariel Panzini es mucho más profundo de lo que alcanzo a compartir, por eso es importante le lectura de este libro valioso, sobre todo para derrumbar prejuicios que hacen del heavy un cúmulo de cabezas de tachos o para poner en jaque a la patética como lamentable encarnación del último Ricardo Iorio. Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió, es un libro imprescindible para entender y poner en contexto, y seguir pensando en las maneras, los modos y las prácticas que hacen de este género quizás una de las vanguardias de las luchas como reivindicaciones sociales.
Acaba de salir publicado el nuevo libro de Ariel Panzini que por el título señala la profundización y la amplitud de miras de una ardua empresa, el libro lleva como título "Guerra, Justicia y heavy metal, Apuntes sobre la historia social del heavy metal.

lunes, 13 de septiembre de 2021

La muerte no es el final, Sasaraxa y la estética de la transformación

Lo que las aplicaciones de intercambio virtual traen a nuestras vidas es una manera de vincularnos con la percepción acotada a una temporalidad cada vez menor, todo parecería que en este mundo de invención capitalista envejece muy rápido, tan solo basta escuchar comentarios de un film de diez años atrás para que aparezca expresiones como -es una peli vieja o es muy lenta- nada sobrevive a la apetencia por el momento que ya se fagocita para llegar al siguiente.
Pero dentro de estos márgenes siempre hay ramalazos de resistencias, subversiones en el orden del sentido y el imaginario que constantemente están desafiando los límites de lo percibido dentro de la percepción que las aplicaciones brindan con determinadas condiciones. Instagram es una red social de intercambio visual donde literalmente hay de todo, y se comparten muy diversos contenidos desde perfiles exclusivamente de trabajo, a perfiles domésticos, artísticos, musicales, bizarros, humorísticos, políticos y culturales. Para la sensibilidad atada a los vaivenes y desarrollos de las redes sociales, instagran es una aplicación, ya vieja -once años de existencia- lo cual condiciona la recepción de sus contenidos a sus usuarios futuros que siempre buscan estar dentro de la última tendencia.
Pero eso no quita el valor de muchas de sus experimentaciones formales que siguen al pie de juntillas los parámetros que son considerados dignos de atención -duración de videos e historias, y sobre todo detentar alguna imagen que exceda lo puramente visual para transformarse en materia sensible. Esto sucede en gran medida con Sasaraxa que es una puesta en escena sobre el recorrido y el aprendizaje de una mirada como también el relato de una transformación. Sasaraxa es una cuenta que vengo siguiendo con curiosidad desde hace un tiempo que en su práctica ha ido construyendo un espacio de recepción, elaborando de manera consecuente una estética que convoca un imaginario tan oscuro como sensual, de pretensiones alegóricas y literales en su relato, mensaje y misterio.
Dicho esto hay que destacar la primera singularidad de esta cuenta, y es que la imagen icónica de la misma es la cabeza de la autora cubierta con una bolsa, este hecho en una red social donde la rostridad es la moneda de cambio no deja de ser una provocación literal y sutil, porque en la selva de lo irreal que puede ser instagram este gesto puede pasar desapercibido pero si uno se detiene un poco más, comprende que Sasaraxa no es un concepto a la venta ni un capricho narcisista, sino un manifiesto explicito sobre lo que puede un cuerpo cuando se lo combate, se lo pone en cuestión y se duda de su identidad, no en vano la autora detrás de esta propuesta estética se sirve y entrecruza materiales orgánicos, artificiales y sintéticos.
Sasaraxa es una experiencia sobre los modos y las maneras en que la materia se coagula, generando cuerpos siempre a la sombra de su propia desintegración, se celebra la belleza radiante de determinadas frutas como frutillas, naranjas, cerezas, melón, kiwis, uvas y manzanas, sobre todo manzanas para recordarnos el inevitable destino de lo viviente, en contraste y contraposición a objetos modelados por la humanidad que conviven con las frutas y estos son: instrumentos musicales, parlantes, pedales, micrófonos que responde a la formación musical de la autora que también es responsable de musicalizar algunos de los videos.
Los primeros posteos convocan un imaginario inactual, no por los elementos sino por la suma y la configuración de la imagen. Son “Naturalezas muertas” a la manera de esos motivos pictóricos tan antiguos como la pintura misma, Sasaraxa nos ofrece fotos de una guitarra invadida por naranjas, o un micrófono asediado por uvas, un parlante con una corona de frutillas, la mitad de un melón conviviendo con un cabezal Marshall de guitarra, un papel escrito con lo que parecería la letra de una canción con semillas amontonadas a los costados, estos por nombrar algunas de las imágenes que religiosamente Sasaraxa publicaba en esa primera etapa de su trabajo. Todas las fotos en su cuenta tienen un encabezado y algunas se permiten poemas de respiración muy corta pero con un fraseo largo, dando realmente la sensación de flujos incontrolables de sentido.
La estrategia discursiva que plantea Sasaraxa entrecruza textos, imágenes y sonidos, y esa fricción que plantea entre las palabras y las cosas, lo sensible y lo aural esta el espacio que ella reclama para el espectador que se atreva a acompañarla por este sendero lleno de sugestiones y estímulos. Se nota que en este derrotero desde su primera imagen publicada a la última se fue afianzando un lugar en su discurso estético, lo suficiente como para soltar la lengua y para aparezca Sasaraxa, es decir su imagen, su cuerpo, el ícono y la representación.
Antes de continuar habría que agregar que Sasaraxa no es una obra acabada y ni siquiera es presentada como tal, es un trabajo en proceso, es decir abierto a las contingencias, accidentes y hallazgos de toda subjetividad en combate y búsqueda por su forma más conveniente. Esto implica que cada posteo es un ensayo sobre los alcances expresivos, más allá de que hay un cuidado puntilloso sobre la puesta en escena tanto de las fotos como de los videos, y existe un concepto detrás que al parecer cierra sobre sí, hay una continuidad en el relato a veces implícito pero la mayoría de las veces expuesto por la literalidad expresiva.
Esto no quiere decir que no abunde en alegorías ni simbolismos como cifra estética, sino que los momentos en que la literalidad apremia es cuando aparece la palabra señalando el valor semántico de lo que se muestra. Esta convivencia es tirante porque la economía de la imagen es muy justa en su orden expresivo, pero los textos que acompañan tienen la abundancia del derrape, el cuidado que existe en lo visual no lo tiene en la escritura. Lo cual no le quita mérito sino que apuntala la honestidad de una escritura, que vibra la desmesura de lo que al parecer es incontenible. Existen ocasiones en donde los textos parecen la antesala de la imagen y en otras parecen más su lógica consecuencia, aunque también aparecen momentos donde la lógica de la representación se disloca creando un lugar diferente de recepción para la imagen y lo textual.
Hay momentos en este recorrido donde Sasaraxa en su cuenta se permite compartir cuestiones más biográficas como por ejemplo cuando habla y muestra la filmación y el registro fotográfico de un ensayo y posterior recital con una banda tributo al grunge a la cual le presta voz y que curiosamente se llama “Adolecer”, habría que hacer una salvedad con respecto a las historias de instagran donde lo que postea si bien tiene que ver con los contenidos de las fotos y videos, son al mismo tiempo el afuera de estas experiencias cuidadas, en este espacio tan fugaz como son la historias de Instagram se ven más las preocupaciones cotidianas de la persona detrás de Sasaraxa.
La estética que fue generando en el tiempo le dio frutos en el campo del rock, ya que su personaje fue requerido para la tapa de un álbum como para un video hecho por ella, (se pueden ver en su cuenta) con esto hay que agregar que su estética es muy afín a determinados contenidos del mundo heavy/dark, es decir bebe de esas aguas como del arte contemporáneo y el lado más arty del rock vanguardista. En esas ramificaciones también aparece cierto costado que se comparte con el mundo del fetichismo sadomasoquista y cristiano, esto no quiere decir que el contenido sea cristiano ni exclusivamente sado, sino que en la enunciación formal de estos componentes esta la singularidad de un relato sobre el dolor del cambio, el extrañamiento de la mutación y la claustrofobia de la interioridad.
No es casual que su banda tributo al grunge se llame Adolecer, porque justamente se podría aseverar que toda su obra está atravesada por este proceso, esta revolución química, este desajuste entre lo interno y lo externo, pero si seguimos los lugares comunes del mito, este proceso de la oruga no la lleva a transformarse en una mariposa soñada y sublime, sino (según sus palabras) en “un bicho invertebrado, exoesqueleto, bien forjado (…) en polilla me transformo con acordes tan sombríos y solemnes (…) y ahí estaré cada noche, en plena oscuridad con un corazón de piedra aleteando torpemente hacia la luz artificial. CUANDO EL SOL QUEMA.” Este poema acompaña el posteo de una foto donde se ve la reproducción de una polilla (parece una foto dentro de la foto) conviviendo con lo que parece el cable de un instrumento musical, uvas rotas, papel quemado y otro papel debajo de tinte amarillento que contiene una caligrafía apretada donde se deja leer fragmentos del texto citado que acompaña a la imagen.
Lo realmente llamativo es que el poema comienza afirmando que está “codificada”, no puede transformarse en mariposa por ello y la palabra codificada dentro de la economía que plantea el texto es un poco forzada pero la autora le resta importancia a este detalle y esa es su mayor virtud como también su punto más débil como ocurre en otros textos donde prima más la necesidad de ser entendida restándole ambigüedad a lo expresivo. Lo que sí le interesa remarcar y esto se ve en lo otros publicaciones es su postura con respecto a la femineidad pero no estamos hablando de un discurso feminista sino más bien femenino que es bien distinto. El proceso de crecimiento como todo proceso comporta sus zonas menos felices y más problemáticas y esto tiene directamente que ver con la mortalidad de las cosas todas, con la piel muerta que se deja atrás.
En uno de los primeros posteos aparece esta temática en toda su carnadura pero no desde la foto sino desde un poema que acompaña y muestra las tripas de su desintegración. “Entonces como de esa fruta que se pudre muy de a poco y tan veloz al mismo tiempo. Y si entonces ya no miento –nunca miento- de podridos hoy hablamos. Una fruta con gusanos y la piel que se desarma. Cuanta alarma que dispara una fruta muerta. Más tan llena de gusanos, significa que aún hay vida. Valentía al morder solo un pedazo. Y no como de la fruta, solo como sus gusanos.”
En esta apetencia sobre la descomposición se cifra la poética de Sasaraxa, no se trata de la morbidez sino de la disolución de las fronteras y la identidad en el momento en que se produce el deceso, la acción de comer los gusanos no es producto de la muerte sino su consecuente efecto. Como se vera si uno lee con atención para Sasaraxa la muerte no es el fin y en ese aspecto aparece un costado digno de las sectas más radicales y profanas del cristianismo. Es importante señalar que no pretendo agotar las interpretaciones con respecto a esta poética, este tan solo es un acercamiento caprichoso y personal a un universo donde la muerte es la moneda de cambio para pasar a otro estadio del ser y la materia. Como escribí párrafos atrás abundan las frutas en los motivos visuales, pero la fruta que aparece con mucha recurrencia es la manzana, ya sea verde o roja su presencia no es un mero decorado sino que -según mi lectura- es la apropiación de un símbolo que según la mitología cristiana es la causa de nuestra perdición. Pero el detalle que no se puede pasar por alto es que Eva la primera mujer según este mito es la entera responsable de la perdición de la humanidad.
De esta manera el mal quedó indisolublemente ligado a la mujer, de ahí en más el curso de los hechos, la cultura, la política y la codificación sobre la mujer, su identidad y su cuerpo es una imposición, una celda y un castigo. Sasaraxa se hace cargo de esta carga cultural y simbólica pero de una manera donde recupera el cuerpo no como objeto mercantil sino como campo de la experiencia y la experimentación, en este aspecto no es que Sarasaxa hable sobre la mujer sino sobre la singularidad de los seres que por diferentes motivos y azares genéticos habitan un cuerpo con determinadas características y no otras.
Por eso la manzana es un elemento recurrente, es un símbolo que Sasaraxa le usurpa a la mitología cristiana para re-afirmar la condición femenina como espacio del saber, después de todo el fruto era del árbol del bien y del mal y por ello fuimos desterrados del paraíso. Sasaraxa en su apuesta formal desafía a la noción de cuerpo, desafía la utilidad, la garantía y la identidad de lo que se supone es habitar la carne. Para ella el cuerpo es un terreno en disputa tal como lo enuncia en uno de sus tantos poemas “Ese cuerpo obsoleto, ese cuerpo dormido, tanto tiempo recluido.”
La mirada no solo es estética sino también comporta una ética, por eso la encarnación de Sasaraxa -ese curioso ser con la cara tapada y un vestuario de apariencia primitiva- se toma su tiempo en cobrar protagonismo y cuando lo hace por fin, las fotos de naturalezas muertas con las que inició su recorrido van desapareciendo. Acá es donde entra el valor de la religión pero en su acepción más primigenia, la que no funda ninguna iglesia sino que la trata de re-ligar el pacto tácito entre la humanidad y el universo. El gesto de Sarasaxa es el de bucear en lo orígenes, desconstruir al mito que hace de la mujer un ser binario para quedarse con la especificidad del cuerpo y de su piel sensible, para exponer la temible fatalidad de que no somos más que carne con pensamiento, y el mal que nos aqueja es que no existe ningún tipo de justificación alguna para nuestra existencia, lo único loable es la voluntad y la inventiva para pervivir, pero esto supuso un costo altísimo para la cultura occidental que es la invención de la conciencia, ese espectro en el camino, tenemos una disociación básica que ya no sabemos como corromper porque el logos a colonizado prácticamente a todo los territorios de la inconciencia.
El componente ritual es capital en el gesto estético de Sasasaxa, prácticamente está presente en todas sus intervenciones, hay un relato implícito que es su proceso de transformación, por eso la mayoría de los poemas en donde aparece el cuerpo mencionado siempre tiene una connotación objetual pero en nada tiene que ver con la objetualidad pornográfica y mercantil de nuestra aldea visual. Si hacemos un rápido recorrido uno se encuentra con expresiones tales como: “Ese cuerpo suspendido, esa masa sin reflejos, solo es: permanece para camuflarme”. “Hambrienta y animal encerrada en tu cárcel de carne”. “intentar descifrar desde qué lugar uno se mueve, porqué los cuerpo solo son y si el que uno muestra es el real.” Quizás el momento más álgido de esta poética es cuando expresa sin tapujos la división inmanente entre la idea del cuerpo, el cuerpo, la conciencia y la conciencia de esta conciencia. “Jugando. Jugando a ser persona, jugando a ser alguien. Ese alguien que tal vez despierte un pensamiento (…) Alguien que viviendo de prestado quiere apropiarse. Alguien que necesita apoderarse de ese cuerpo a disposición.”
La estética sado masoquista sobrevuela a las imágenes y el vaso comunicante el cuerpo como un objeto estetizado a través de un vestuario funcional y sugerente. El relato cristiano también está presente pero como dato subvertido, así como Sasaraxa recupera a la manzana para su relato y metamorfosis otra palabra que aparece en sus poemas es “mártir” y si nos atenemos a su significado, es alguien que sufre o muere por defender su religión o ideales”. Todos sabemos el martirologio de las santos de la cristiandad, no es novedad tampoco que hubieron muchos estudios que se hicieron al respecto relacionando al dolor del martirio con el placer y el goce. Sasaraxa se mueve entre estos caminos, tiene algo de ese sufrimiento, de esa vulnerabilidad que expone y presentifica en un ritual, tal como lo plantea uno de sus videos donde se saca un corazón negro para luego mejor quemarlo.
De alguna manera en Sasaraxa se hace carne justamente un concepto y diferentes estéticas que pusieron su foco en lo abyecto de la corporalidad humana, en un momento histórico tal como lo señaló en su momento Michel Foucault, la preocupación y el control sobre el cuerpo en nuestra sociedad es el dato prioritario para la construcción y práctica sobre las políticas sobre la vida que hoy nos aquejan. Videodrome (1983) una película del inclasificable David Cronemberg es uno de los primeros que enunció la verdad de “La Nueva Carne” en el campo del arte contemporáneo, hay otros como Joel Peter Witkin o Cindy Sherman que desde la fotografía han sabido problematizar el concepto sobre lo bello y lo feo, lo horrendo y lo sublime, lo siniestro y lo sagrado, la identidad y la disolución de las fronteras.
Sasaraxa haciéndose eco y resonancia de las luchas femeninas y los tiempos de sororidad recupera al cuerpo de la mujer para hablar mejor de la complejidad de los seres, de las disputas de poder y significación sobre la manera de habitar y compartir esa piel de lo sensible que nos une, empatiza, como también distancia advirtiendo los peligros de lo realmente otro. Pero en el caso de la propuesta de Sasaraxa lo realmente otro es el cuerpo y ya cómo lo decía Baruch Spinoza quién sabe lo que realmente puede un cuerpo. Basta animarse a entrar en este mundo para darse una idea acabada de que la conquista del cuerpo es parte de la batalla cultural y política que se esta librando rigurosamente en el presente.
Sasaraxa con su propuesta y abierto misterio hacia la rostridad pone en marcha a toda una tradición heterodoxa y al margen, su propuesta es un capítulo más de la estética de la nueva carne y que mejor que transcribir uno de los diálogos más fascinantes de Videodrome ese film revulsivo y fantástico de David Cronemberg para terminar este recorrido.
“La muerte no es el final. Tu cuerpo ha sufrido muchos cambios, pero solo es el principio de la nueva carne. Tienes que llegar hasta el final. Transformación total ¿Crees que estás preparado? Para convertirte en carne nueva primero tienes que matar a la vieja. No temas. No temas dejar tu cuerpo morir.”
Para entrar a la cuenta de Sarasaxa https://www.instagram.com/sasaraxa/?hl=es

domingo, 11 de julio de 2021

El Metal argentino: esa ruidosa expresión de la clase obrera (primera parte)

Muchos fantasmas recorren nuestro país, muchos muertos sin sepultura reclaman justicia, y muchas injusticias corroen la sensibilidad social que hereda pesares, crisis, bancarrotas emocionales y económicas. Dentro del campo de la música popular más precisamente el rock (en sus mejores casos) ha sabido retratar estos momentos álgidos de nuestra historia. Escribo esto pensando que en este año se cumplen 17 años de la Masacre de Avellaneda que dejó un saldo de 33 heridos y los asesinatos de Darío Santillán de 21 y Maximiliano Kosteki de 22 años que formaban parte de del Movimiento de Trabajadores Desocupados. En sí mismo el hecho es atroz como toda la locura que se vivió después de la fuga del presidente de turno, y el cambalache histérico de presidentes que tuvimos en poco tiempo como la cruenta y salvaje represión de los representantes de la ley y el orden, dos conceptos que lamentablemente en nuestra patria siempre traen como consecuencia un tendal de muertos como de heridos.
Pero existe un detalle fuertemente simbólico que toca de lleno el corazón de la música pesada de nuestro país y es que Darío Santillán murió asesinado teniendo puesta una remera de Hermética, un hecho consecuente y de total compromiso social que no se desentiende de la prédica poética de la banda más representativa y popular del heavy local en los primeros años de la década del 90.
“Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió” el primer e interesante libro de ensayos de Ariel Panzini (Clara Beter Ediciones) comienza por ahí (1) dedicando su empresa de investigación a la memoria de este joven militante. Antes habría que agregar que el autor según lo que se lee en la información de la solapa del libro es abogado y especialista en Derecho Penal, especialista en Derecho Internacional Humanitario y Derecho Internacional en los conflictos armados, recalo en estos detalles del curriculum biográfico porque la serie de ensayos que conforman al libro esta asentado bajo la mirada de la ley, los derechos humanos y la justicia social, es decir que Ariel Panzini no se desentiende de su formación y oficio para analizar su pasión musical desde una mirada cientista, y sociológica.
Este marco de contención metodológica busca despejar los malentendidos con respecto al heavy metal como género musical, extraer las consecuencias simbólicas, discursivas y prácticas de una música que en nuestro país nace dentro de la sensibilidad obrera, un subgénero dentro del rock que crece en los suburbios industriales, y que es la música de los hijos y nietos de inmigrantes, como de la propia migración interna, la música de de los que hacen del heavy, un santo y seña de fraternidad, respeto e intercambio horizontal. El libro esta dividido en cuatro partes, son ensayos puntuales pero que están enhebrados por los derechos humanos y la conciencia de clase que el autor rigurosa y obsesivamente detalla y ejemplifica en reportajes, y en los grupos que han tocado estas cuestiones de manera literal y poética dentro de ese fenómeno tan particular y extraño como puede ser una canción. Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió, es un libro rico en información, valioso en su apuesta por pensar más allá del amor hacia la música y concreto en explicitar lo que de tan obvio nadie lo quiere ver y es que la música pesada en Argentina es el termómetro sensible de los desheredados y laburantes, o por lo menos de cierta parcela de los ninguneados que encuentran en este tipo de estética una forma de paliar el infortunio y de armarse frente a las desgracias económicas y emocionales.
El estilo que detenta la escritura de Ariel Panzini es académico, circular y expositivo, la propuesta en ese aspecto es muy clara, busca un respaldo científico para el objeto analizado o en palabras del autor “el heavy metal a partir de las ciencias sociales”. Las cuatro partes que conforman el libro son independientes entre sí:
1- Rumbo a la construcción de un marco teórico de entendimiento. 2- Cuando el heavy metal es una tortura. La implementación del género en las cárceles de Guantanamo e Irak. 3- La resistencia viva del malón mestizo. La defensa, promoción y divulgación de los Derechos Humanos desde el heavy metal argentino. El aporte significativo a partir de la obra de Malón analizada desde el contexto histórico. 4- La ideología del heavy metal a través de su discurso.
Pero es notable su ahínco conceptual que señala, dice y vuelve a subrayar a lo largo de esta serie de ensayos las intenciones, el motivo y la tesis que busca defender y argumentar el autor en su pulso escritural. Este es solo un acercamiento a un libro ambicioso en su concepción y amplitud de miras hacia un terreno al cual el heavy metal (en castellano) llega por consecuencia de sus reclamos e inconformismo social, este terreno son los Derechos Humanos. Por una cuestión que excede largamente mi propósito voy a tomar tan solo la principal problemática del libro que engloba a la conciencia de clase, y la ética del metalero argentino, a los otros puntos los dejo en suspenso para una continuación de esta lectura.
Para poner las cosas en contexto el autor se toma el trabajo de analizar la época y llegar a la siguiente conclusión. “Que el arribo del heavy metal en nuestro país coincide con la etapa final de la bipolaridad del mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial, en el cual se enfrentó el occidente capitalista y el oriente comunista. En dicha década y frente a la profunda crisis que vivía el bloque soviético (…) se implanta la reforma denominada “la Perestroika”, la cual en forma excesivamente resumida podemos decir que permitió la apertura de los mercados y con ello el acercamiento inevitable con el occidente capitalista. En este contexto, el heavy metal jugó un papel protagónico en lo que respecta a la penetración cultural en aquel oriente comunista”.
La mirada de Ariel Panzini no se desentiende de la propia naturaleza capitalista del rock, y menos aún de sus alcances culturales como herramienta política y económica, es claro que el heavy como tantos otros fenómenos anti sistema forma parte de la misma estructura que el sistema genera por rechazo a sus valores y modos de vida, pero en nuestro caso como el de otros países que no tienen más destino que el de ser el patio trasero del imperialismo, la manera -sobre todo en Argentina- en que este fenómeno musical adquiere forma y contenido resuena directamente en la conciencia de clase. Ser heavy en nuestro país como el autor señala a lo largo del libro, es adquirir dicha conciencia que tiene su arraigo sin lugar a dudas en la sensibilidad obrera. Para el autor más allá de la cuestión musical, el heavy metal argentino es un movimiento que ha diferencia de otros detenta una ética y compromiso con la lucha y la dignidad social, y este compromiso y responsabilidad tiene la garantía de su firma que asume y enuncia su propósito desde una voz colectiva (ya volveré sobre ello) pero sin perder de vista la distancia y cierta objetividad para tratar de analizar un fenómeno del cual también es participante.
“Nuestra obra intentará enfocar diferentes aspectos en común del metalero argentino, puntos de comunión que hacen que nuestro género local se mantenga cohesionado sin perjuicio de la ideología propia de cada uno de nosotros”. Según la lectura que se desprende del libro y tratando de abstraer –si es posible tal cosa- el heavy en su expresión local es un hecho estético muy ligado a los vaivenes políticos, históricos, y culturales de nuestro país, en ese aspecto es un género muy reactivo, un estilo musical que nunca parecería descansar porque su razón de ser es la lucha social por un mundo más digno.
El Indio Solari alguna vez refiriéndose al rock observó que este en su manifestación es la piel sensible de la sociedad, y sin miedo a exagerar puedo llegar a afirmar (siguiendo esta lectura) que el heavy es hipersensible al termómetro social y es la expresión más radicalizada y utópica dentro del rock local. Esta radicalización tiene estrictamente que ver con el contenido de lucha, con la Doxa combativa que el género maceró desde sus comienzos en la flema anti-sistema de V8 y su disco fundacional “Luchando por el Metal”.
Da la impresión que este género musical dentro del mundo del rock en nuestro país, con el solo despliegue de su retórica pone en escena la vieja dicotomía en los 70, que ponía en tensión a la concepción de un arte comprometido y revolucionario que creía en la vanguardia política versus la vanguardia iconoclasta y formal propia de la burguesía argentina de esa década. Digo esto porque el metal argentino no deja de producir y reproducir (desde sus orígenes) contenidos que apuntalan al cambio y si bien no hablamos de la misma época ni de los contextos políticos hay una cosas que quizás no cambio y es el sustrato propio de la lucha obrera enraizada en la izquierda y más precisamente en la peronista.
Eso es lo llamativo del metal argentino, ningún género dentro del rock local se ha tomado tanto trabajo en denunciar un estado de cosas y en aprovechar los espacios posibles para visibilizar las miserias y los horrores absolutamente normalizados del capitalismo global. Tan solo basta repasar los reportajes que el autor recolecta para su propósito en todos ellos esta manifiesto la conciencia de clase trabajadora. Claramente estamos hablando de una raigambre y filiación de un tipo de estética dentro del heavy local que cree categóricamente en el valor del mensaje, un entramado de voces, sonidos y distorsión llámese: V8, Hermética, Almafuerte, Nepal, Malón, Tren Loco, Razones Concientes y más acá en el tiempo Serpentor, que tiene un capítulo en el libro. El rock como fenómeno de la juventud en nuestro país siempre se consideró apolítico, y fue muy cuestionado cuando todavía estaba en pañales por el sector más beligerante de la izquierda porque era considerado una música de infiltración imperialista, sobre este punto es bueno recordar que si bien el rock entro a nuestro país como en otros desde la industria del espectáculo, mucha de su autonomía formal e ideológica se debe a la apropiación que tuvo este género foráneo en las manos y gargantas de los que quisieron que el rock sea un hecho en castellano. Como ya lo había dicho Ariel Panzini reconoce la naturaleza capitalista del rock, sobre todo después de la Perestroika rusa y la caída del muro de Berlín.
“El cine y la música fueron herramientas predilectas y fenomenales, juntamente con otras expresiones como la moda o los productos masivos de consumo (…) de las cuales el sistema para esa nueva de proyección al mundo. Negar ello a esta altura de los acontecimientos históricos responde más al síndrome de la alienación al poder dominante (…) Es decir, a la concentración de poder militar y económico, se le suma la penetración cultural para exportar cosmovisiones determinadas que responden a intereses ajenos a los pueblos dominados, pero que mediante técnicas sofisticadas de persuasión logran en la conciencia de los locales falsos valores de progreso (…) Dicha concentración ha sido principalmente el motivo de penurias de muchos pueblos absorbidos por el occidentalismo expansionista, y en nuestros pueblos latinos hasta el presente son una de las víctimas más preciadas.”
El metal argentino gracias también a la osadía de los cultores del rock en castellano y de sus mentes más lúcidas, pudieron evitar -por herencia, legado y acción formal- esa alienación cultural, o en todo caso resisten día tras día enrostrando las mentiras del sistema y aún a pesar de sus enormes costos no deja de ser una victoria pírrica, lo que se pierde en oportunidades; llámese jugosos contratos discográficos, la panacea de la exposición en los medios o la fabricación de hits se gana en conciencia de clase y en dignidad. Y esa es la ética principal del metalero argentino sean público o bandas hay un compromiso a no transar, a no dar el brazo a torcer y al cultivar el aguante en las situaciones más difíciles.
Para ello es muy elocuente el reportaje citado a Gustavo Zabala bajista fundador de Tren Loco (el grupo quizás más emblemático de la independencia y autogestión del under local) que señala y no duda en tomar una posición ética sobre el movimiento.
“Ser heavy metal para nosotros es luchar todos los días. Levantarse a las seis de la mañana (…) ese obrero que trabaja y viaja muchos kilómetros (…) eso es ser heavy. La vida es heavy, o es blanda, cada uno elige que quiere tomar (…) Para nosotros ser heavy es tener un estado de rebeldía permanente, pero ser rebeldes para nosotros es estudiar, ser rebelde para nosotros es aprender un oficio, no ser esclavo de nadie, para que ningún político de turno te compre el voto por un par de zapatillas, ser rebelde para nosotros es aprender a dedicarnos a nosotros mismos, con conceptos como la amistad, el trabajo, cosas lindas, ¿viste? Que como no cotizan en la bolsa te hacen ver que no sirve.”
En este aspecto el metal para el autor es un movimiento que se origino y creo en la voz de muchos que tuvo y tiene sus referentes ineludibles, pero eso no le quita mérito a esta voz colectiva que se entreteje, reproduce, y enriquece manteniendo vivo al legado como al espíritu dentro todos los que aman al heavy , por eso el autor más allá de la cuestión metodológica que su trabajo requiera se identifica y se suma a esta voz que explica, narra y contiene los sinsabores y placeres de los hijos y nietos de laburantes que eligen este estilo y modo de vida para afrontar las crisis -que nuestro país tan apocalíptico como integrado- nos brinda con fertilidad amenazante. Queda bajo el tintero preguntarse cuando un estilo y movimiento estético y cultural adquiere una identidad definida, si esto no perjudica su propia posibilidad subversiva, porque esta voz colectiva se institucionaliza en sus propios patrones de identidad, problemática que no tiene resolución más que en los alcances estéticos como sociales que cobran todo su peso con la muerte de un joven como tantos que trata de pasar a la acción desde la letra cantada, gritada y sentida como es el caso de Darío Santillán.
1-La otra dedicatoria del libro es al artista y gestor cultural Omar Chabán, rescatar su figura después de la pesadilla de Cromagñon es un acto de reivincanción como una manifestación de solidaridad política. La dedicatoria vale por sí misma. “ En homenaje a Omar Chabán, quien nos enseñó a varias generaciones desde ese reducto que se llamo Cemento donde se respiraba libertad y resistencia a la vez, que el rock trasciende la estética y se convierte en un espacio de cultura y pensamiento crítico.”