martes, 16 de noviembre de 2021

Heavy, Tortura y Derechos Humanos (Segunda parte)

Meses atrás escribí sobre el primer e interesantísimo libro Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió del abogado y escritor Ariel Panzini. En ese primer acercamiento tan solo tome como referencia a uno de los ensayos donde se buscaba retratar con precisión lo que para el autor es el corazón de la ética del metalero argentino. El trabajo realizado por Ariel Panzini y esta es la novedad frente a tantos libros que indagan al rock desde la historia o la estética, Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió es un trabajo de investigación que hace pie en la formación jurídica y profesional del autor pero que nunca se desentiende de su pasión musical. A esta altura después de casi más de tres décadas se puede afirmar sin ningún tipo de exageración, que el heavy metal es una cultura en todo el mundo y que tiene sus valores y modos de expresión dentro de una infinidad de estilos que desafían constantemente a los policías de la identidad y de las etiquetas del mercado, pero según lo que estas páginas afirman la cultura metálica de nuestro país re-afirma y confirma su identidad por el barro de su origen que corresponde inevitablemente a la clase trabajadora.
Como se sabe el heavy es uno de los tantos subgéneros del rock, que desde el momento de su aparición hacia finales del siglo pasado ha ido copando al mundo para transformarse -como todas las cosas resistidas en su momento- en tradición y mercancía. Ariel Panzini si bien enmarca su trabajo desde una mirada cientista y se ampara en una doxa que puede ser engorrosa por las cuestiones jurídicas nunca condesciende a perder el foco en citas eruditas o se engolosina con su conocimiento. La pluma del autor es bien práctica no se anda con vueltas y lo que muestra y demuestra es que el heavy argentino tiene una mirada anclada fuertemente en los Derechos Humanos, este hecho en sí mismo ya es un gesto político, porque la elaboración conceptual de las bandas más representativas –llámese Malón, Hermética, Almafuerte, Tren Loco, Serpentor, o Nepal comparten una misma preocupación social, humana y ecológica- que más allá de las diferencias estilísticas aspiran al mismo horizonte que podría cifrarse en una misma y sola problemática que en resumidas cuentas podrías ser; “cómo vivir y convivir en un mundo que parece no desear otro camino que el de su misma perdición”.
Que el libro se llame Heavy Metal Argentino no comporta una actitud chauvinista sino que señala la diferencia fundante con el heavy de corte internacional, lo que observa Ariel Panzini y he aquí la polémica más interesante es como el heavy especialmente el norteamericano fue utilizado como una de las avanzadas del capitalismo durante el fin de la guerra fría para infiltrarse en Rusia e ir minando al imaginario soviético desde la banda germana protonorteamericana Scorpions con su Wind of Change al primer Festival heavy
“En el estadio Lenin en la por entonces U.R.S.S. del año 1989, de Bon Jovi, Ozzy Osbourne, Mötley Crue, Cinderella y Skid Row, en un macro festival programado como una muestra de solidaridad hacia organizaciones anti-droga”
Vuelvo a insistir Ariel Panzini no es un escritor de medias tintas por eso es importante recalcar que toda su escritura detenta una posición política clara y definida, esto quiere decir que mira más allá del género musical y de su pasión como el adolescente que fue para analizar sin eufemismo la potencialidad imperialista del mismo rock. Lo que deja bien clarito es que el heavy sirvió y mucho para el relato cultural que impuso con éxito E.E.U.U. en los estertores de la guerra fría.
“El cine y la música fueron herramientas predilectas y fenomenales, juntamente con otras expresiones como la moda o los productos masivos de consumo (Mc Donald, Coca Cola, tecnología de punta, etc.) de las cuales el sistema se sirvió para esta nueva etapa de proyección del mundo. Negar ello a esta altura de los acontecimientos históricos responde más al síndrome de alienación al poder dominante (…) Es decir a la concentración del poder militar y económico se le suma la penetración cultural para exportar cosmovisiones determinadas que responden a intereses ajenos a los pueblos dominados”
Ariel Panzini no se detiene ahí sino que va más allá con su análisis e investigación para expresar que décadas después de la guerra fría, el imperialismo del país del norte siempre a la vanguardia de alguna guerra inventada vendiendo o alquilando su paz armada al mejor postor, encontró nuevas excusas después del 11 de septiembre para llevar al extremo más inimaginable la penetración cultural, porque en la trastienda y la ilegalidad de la supuesta guerra contra el terrorismo se utilizó a la música: el heavy, el pop latino, canciones infantiles y el country como herramientas indispensables para el ablandamiento, y la confesión a través de la tortura.
“Dentro del concierto de técnicas que logró “legalizar” la administración Bush a tales fines, lo llamativamente notorio radicó en la implementación de la música ya no como sistema de armas como se indicó anteriormente, sino como el instrumento matemáticamente calculado al mejor estilo de la Inquisición, como parte de un mecanismo de interrogación aplicado sobre los presuntos terroristas. El procedimiento consistía (…) en introducir al sospechoso de terrorismo en el denominado “tubo” (contenedor hermético, completamente oscuro, y cerrado, aislado de toda injerencia con el mundo exterior), siendo sometido durante largas jornadas a escuchar música a alto volumen, casi en forma ensordecedora y privándoselo del sueño por completo, donde en la gran mayoría de casos se repetía constantemente el mismo tema por varias horas, utilizándose el género del heavy metal habitualmente, conforme los distintos testimonios filtrados a la opinión pública.”
Pongamos las cosas en su debido contexto si la música es utilizada como herramienta de cohersión y tortura lleva a la problemática instalada por Theodor Adorno con su famosa sentencia “Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie” a un nuevo horizonte de espanto, porque ya no se trata de la imposibilidad de tratar de asimilar el horror a través de la pulsión estética, sino que la misma estética (más allá del que rock sea un género industrial) es utilizada para provocar el horror y el fin de toda humanidad. Puede sonar categórico pero la tortura es el límite que no se debe franquear porque después de ello no hay manera de regresar más que a través del trauma, la negación y la brabuconada patriótica e imperialista, todos vimos ese relato reproducido en centenares de películas que presenta y representa hasta la pornografía que para llegar a los fines hay que atreverse a transitar los medios necesarios para combatir al Mal de turno - llámese: comunismo, terrorismo islámico, Corea del Norte, China, el mal siempre viene de Oriente para la sensibilidad humanitaria e hipócritamente democrática y libre del Occidente más depredador e intolerante.
“No escapa a nuestra inteligencia que el género es producto integrante de la cultura occidental impuesta por el nuevo orden mundial instaurado por los E.E.U.U. luego de la segunda guerra mundial (…) Tal situación no es menor, ya que las personas sindicadas como terroristas y alojadas principalmente en las cárceles de Guantánamo, Irak y Afganistan, provienen de costumbres arraigadas completamente ajenas a las occidentales (…) A su vez, y como ya se ha advertido no es azaroso que se haya elegido al heavy metal como método de tortura silencioso, en razón a que no solo se logra obtener datos en la confesiones, sino que además, a modo de porta voz se está imponiendo el occidentalismo en forma coercitiva mediante el bombardeo cultural de su mensaje, trascendiendo la mera saturación sonora (…) La ofensa también es cultural.”
Según la detallada información que el autor comparte las canciones y los grupos elegidos son, Deicide: “Fuck Your God” ; Dope: “Die MF Die”, “Take Your Best Shot”; Drowning Pool: “Bodies”; Metallica: “Enter Sadman”; AC/DC: “Shot no Thrill”, “Hell Bells”, Neil Diamond: “America”; Rage Against the Machine: unspecified song; Saliva: “Clic Clic Boom” También fueron utilizadas canciones de Cristina Aguilera de abierto contenido sexual, del Barney el dinosaurio como una gran variedad de música country.
Lo más llamativo del caso es la respuesta o la falta de ello de los músicos al enterarse de que sus canciones fueron utilizadas como herramienta de tortura, salvo Tom Morello de Rage Against the Machine (una agrupación con fuerte anclaje latino y tercermundista) el resto padece un autismo político por la falta de reacción, o una reacción a medias pero sin medir la gravedad del asunto o directamente dando justamente la derecha por tal aberrante planificación en la sala de tortura.
“Preguntado en una entrevista el guitarrista vocalista de Metallica James Hetfield, acerca del uso de su música para torturar a los presos de Guantánamo, respondió que “Una parte de mí está orgullosa por haber elegido a Metallica”, se sabe con certeza que “Enter Sadman” se usó en el interrogatorio de Mohammed Al Qahtani, conocido por ser el jihadista número 20 del 11-S-, porque ellos pensaban que así oirían el sonido de Satán. Es fuerte, es música poderosa. Representa algo que ellos desconocen, quizás libertad, agresividad…no lo sé…libertad de expresión. Y entonces es cuando una parte de mí se siente abrumada sobre las dudas de ciertas gente que piensa que estamos atados a unos determinados estamentos políticos por esto. No tenemos nada que ver con eso, e intentamos ser los más apolíticos que podemos. Porque una cosa es la política y otra la música, y para nosotros, no se deben mezclar. La política separa a la gente, y nosotros la queremos toda unida. No puedo decir “Stop”. No puedo decir “Háganlo”. Es algo que no me lo tomo ni como bueno ni como malo.”
Es interesante el contraste que realiza Ariel Panzini en sus páginas cuando habla de la temática de Malón y de Serpentor páginas más adelante, donde se pone en evidencia que el género en nuestra tierra tiene los pies bien anclados en la política pero no necesariamente en la partidaria sino en la manera de manifestar, de copar los espacios o directamente inventarlos para de difundir el mensaje de crítica y resistencia, lo político es la manera de exponer y de poner en circulación historias que se pretenden negar en la cultura local como lo fue la masacre de los Pilaga retratado en el segundo disco de Malón “Justicia o Resistencia” en la canción “Grito de Pilaga” por nombrar un solo ejemplo dentro de tantos donde los derechos de las minorías, de los desclasados, de los laburantes, de los pueblos originarios son puestos en primer plano, son la materia esencial de un género que en nuestro país toma la partida de lo real.
Quizás por nuestra historia particular que durante el siglo XX tuvo poco años de gobiernos democráticos en relación con la infame cantidad de golpes de estados que sacudieron las entrañas de nuestra sensibilidad, quizás porque el rock y especialmente el heavy fue la música de los hijos de los laburantes, de las zonas desangeladas, de los que tuvieron que aprender sobre sus derechos y gritarlos, de los que pudieron modificar la programación que los hacía pensar y servir como empleados sin más horizonte que un aumento de sueldo siempre en veremos. Quizás porque fuimos un país asediado desde sus comienzos por capitales extranjeros, quizás porque en esta historia fuimos del granero del mundo al patio trasero del imperialismo, quizás porque en esta historia a los laburantes siempre les toco perder y la conciencia de esta pérdida forma parte del adn cultural que el heavy como expresión actualiza en esta candente como esquizofrénica realidad.
Gustavo Zabala el bajista y líder de Tren Loco está en las antípodas de James Hetfield de Metállica, no hay que olvidar que algunos discos de esta emblemática banda norteamericana detenta títulos que al parecer son una declaración de principios en si mismos, títulos tales como “Master of Puppets” o “And Justice for all…?”, entonces cuando Hetfield expresa que trata de ser lo más apolítico que se pueda no deja de ser un acto de ingenuo cinismo, cualquier pibe estudiante de cualquier universidad pública lo daría vuelta como un guante frente a tamaña estupidez, y ni hablar que en su declaración no puso el foco en la tortura que es el verdadero espanto. En las páginas de Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió del Gustavo Zabala expresa:
“Yo creo que la política es una buena palabra. La política es el arte de cambiar la realidad, es la realidad; lo que pasa es que está bastardeada, porque a los que tienen el poder les interesa que la juventud no se sume a la política (…) Con la política podemos cambiar la realidad. Todo es política, desde la remera que te pones, hasta la actitud que tenés, hasta el lugar donde querés vivir. Hasta si querés arreglar el bache de la esquina de tu casa. ¡Podés cambiarlo loco!.”
En síntesis lo que el libro de Ariel Panzini expresa con éxito es que la constitución del heavy internacional y sobre todo el norteamericano vive en una suerte de limbo donde la política nunca se toca con la música, pero justamente el precio de esta grosera actitud es la de ser utilizado por los gobiernos de turno, con consentimiento o sin no importa, importa más la billetera abultada por los discos, entradas y merchandising vendidos, y como ya sabemos en este mundo de luminarias artificiales, no existe la mala publicidad porque a fin de cuentas todo vende y acapara la debida atención y hay que aprovechar ese momento para dar el zarpaso.
El análisis de Ariel Panzini es mucho más profundo de lo que alcanzo a compartir, por eso es importante le lectura de este libro valioso, sobre todo para derrumbar prejuicios que hacen del heavy un cúmulo de cabezas de tachos o para poner en jaque a la patética como lamentable encarnación del último Ricardo Iorio. Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió, es un libro imprescindible para entender y poner en contexto, y seguir pensando en las maneras, los modos y las prácticas que hacen de este género quizás una de las vanguardias de las luchas como reivindicaciones sociales.
Acaba de salir publicado el nuevo libro de Ariel Panzini que por el título señala la profundización y la amplitud de miras de una ardua empresa, el libro lleva como título "Guerra, Justicia y heavy metal, Apuntes sobre la historia social del heavy metal.