miércoles, 25 de julio de 2018

Leer es una forma de vida



                       Era una clase de cerámica, siempre que trabajábamos con arcilla teníamos que poner una base de diario sobre la mesa, (siempre había mucho papel en el taller) no recuerdo los pormenores tan solo imágenes sueltas, una de ellas me tiene en el depósito pisando unas de esas enormes páginas del diario La Nación, creo que era la sección de cultura en ella junto a otras cosas publicadas también había un poema, la cuestión es que simplemente recogí la hoja del diario y leí al poema de un tirón parado entre el umbral del depósito y el taller de cerámica, quizás lo más correcto sea decir e incluso afirmar que el poema leyó dentro de mí, fue un instante de iluminación, una epifanía, una experiencia estética, todo un mundo se me revelaba en una poesía que realmente no entendía ni alcanzaba a comprender, pero había algo ahí en una zona difusa e innenarrable que me decía algo. La segunda imagen me tiene en la cocina  de mi casa, trascribiendo fervorosamente el poema en un cuaderno donde comencé a guardar casi sin querer textos que me importaban.

                 Hasta ese momento los únicos poemas que leía era los de un amigo y compañero de curso de la secundaria, nuestra amistad entre otras cosas comenzó por la poesía cuando descubrí sus poemas todos escritos en rigurosa tinta negra, con una letra que parecía más dibujada que escrita, de una complejidad caprichosa, imprevisible; ya que cada línea, cada curva daba un efecto de importancia estética y acrecentaba la sensación de belleza y solemnidad. Hasta ese momento mi único acercamiento a la literatura era a través de las revistas de historietas de la vieja y desaparecida editorial Columba, de ahí nació mi afición por el dibujo, dibujaba profusamente e imaginaba historias que buscaba llevar a la viñeta, para cuando me encontré con Jorge mi amigo poeta de la secundaria, yo me veía (muy ingenuamente) con el futuro de dibujante profesional. El ejercicio de esta amistad fue descentrando al dibujo de mi vida cuando descubrí el poder embriagador de la palabra escrita, no puedo precisar cuando comencé a escribir ni qué es lo que escribía pero algo fue saliendo cada vez con mayor potencia y convicción.

              Jorge mi amigo tenía todos los tics del romanticismo más empalagoso, escribía sin saber que estábamos en la década del noventa y en el siglo ya había pasado la incorrección dadaísta, y el surrealismo había dejado tras de sí una estela de clones e imitadores de cuarta categoría que nosotros ni siquiera habíamos conocido, eramos unos inconscientes, no teníamos idea de lo qué era una tradición, de que había muchas que nos precedían en el tiempo, pero eramos amigos, escribíamos con devoción, en cada texto terminado uno imaginaba la expresión del otro, era la alegría de compartir y de tener la certeza de que el otro esperaba el próximo escrito con ansiedad. Lo mío ni siquiera se acercaba a la poesía, no podía ni siquiera imitar un verso, carecía de música, de lirismo, pero igual iba hasta el fondo de la expresión para decir y sentir la verdad de una vida. Este era el escenario de amistad cuando apareció como un objeto completamente desconocido este poema de Eduardo Álvarez Tuñón que leí en el umbral de un mundo nuevo.

           Elocuentemente dicho poema se llama "El otro viaje", texto que durante mucho tiempo leía como si fuera un idioma extranjero, por la belleza de sus imágenes, la ternura de una voz que parecía haberlo visto todo y la esperanza de redención que caprichosamente vislumbraba en ella, todo ello me producía un vértigo difícil de explicar. El autor era un nombre completamente desconocido para mí e incluso hoy sigue siendo tan impenetrable como en aquellos días, se que aparte de poeta es cuentista, novelista y ensayista y el detalle biográfico de que Raúl González Tuñón es su tío, pero a pesar de que conseguí una antología suya en una mesa de saldos una década después, su lectura no me produjo nada y el poema que tanto que me había sugerido ahora era un pálido reflejo de un tiempo de descubrimientos, era otro e irremediablemente los años habían pasado, pero aún así la belleza aparecía pero ya no era la misma, ahora la sentía cuidadosamente artificial, inauténtica, definitivamente no era lo mismo.

           Estoy tentado de escribir "uno lee como vive" pero más justo sería decir que "leer es una forma de vivir muy intensa", la problemática a la que me refiero ya lo había padecido Don Quijote que no había leído la letra chica de la literatura, pero eso no impidió que él feliz en su locura muriera como el caballero que pretendía ser. La lectura de este poema durante mucho tiempo acrecentó en mí la sensación de que todo conocimiento traía consigo una pérdida y que lo único impoluto al desgaste de la vida era la belleza de lo sublime, como buen cristiano (educado culturalmente), creía en la trascendencia, en la misión y en el destino. Como todo adolescente informe todavía buscaba mi identidad y aún con más ansiedad y desesperación, que esa identidad llenará todos los espacios vacíos o inexplicables de mi vida familiar.

          En un principio la escritura era una descarga pura catarsis que fue encontrando en la forma una manera de ser, después pude comenzar a jugar cuando los materiales de mis textos comenzaron a ser más conscientes, pero en la medida que esto iba sucediendo yo iba ensimis-mándome, me adentraba en lo que yo creía la verdad de una vida, y sostuve durante bastante tiempo una actitud que fue tratando de hacer coincidir el lugar la enunciación con el de su vida, una metafísica de la representación que buscaba correspondencias en la escritura como un vidente, esta actitud literaria hizo que los pequeños acontecimientos: amores, desamores, abandono, nostalgia, dolor, pérdida y humillación se transformaran en una suerte de épica, una manera soslayada de mentirme para tratar de explicar lo que justamente no tenía cómo explicarlo, ni siquiera compartir porque correspondía al ámbito más silencioso de la intimidad.

           Este poema de Eduardo Álvarez Tuñón ponía en escena al misterio de todo de una manera que en su momento la juzgaba insondable pero posible, me daba la esperanza de que a pesar del sinsentido del dolor todo en algún momento encajaría, esperaba algo que indudablemente no llegaría pero que el poema con suficiente suspicacia sugería, las cosas tarde o temprano iban a caer por su propio peso y había que estar preparado para ello. Creo que en este poema estaba cifrado todo lo que intentaría desarrollar a nivel estético después, aunque en ese momento no lo sabía entraba de lleno en la tradición del romanticismo, en la búsqueda desesperada de la expresión absoluta y la belleza terrible.

          El otro viaje es un poema que despliega en su forma una calma total, no hay énfasis, ni subrayados, las imágenes que comparte van fluyendo encadenadas por su ritmo más bien cíclico, de hecho el tiempo que es uno de sus temas cobra mayor relevancia por esta estrategia de circularidad, el otro gran acierto es que el texto es una invitación, una puerta que se entreabre, el lector se siente convidado a traspasar el umbral, nada se impone salvo el tono del poema que tiene la economía justa entre la admonición y lo inevitable, elección estética que no es un capricho sino una decisión recurrente del autor cuando tuve la oportunidad de revisar otros textos, pero ningún poema tienen a mi juicio el encanto que propone el otro viaje.

          Este libro  que tengo en mis manos es del año 1991 (Editorial Fraterna), y no tiene más título que el de Antología Poética (1976-1991), en este racconto de años que posibilita la compilación se nota el recorrido que va trazando la recurrencia temática, que tiene como norte a la muerte como madre de todos los imaginarios, en ella confluyen: la decadencia, el amor, la niñez, el circo, los títeres y la mujer como un territorio inaccesible y por momentos decepcionante. Hay un marcado simbolismo en estos temas que a lo largo de sus poemas van decantando una manera de percibir  y sentir al mundo.
Hablar de simbolismo en esta sensibilidad es hablar de cierto idealismo que inevitablemente toca toda la emoción estética, hay un soterrado patetismo que por el modo distanciado de nombrar las cosas ejerce una tensión entre lo insoportable e imposible.

La niñez es una hermosa puerta para una horrible casa. /He aprendido a nombrar las cosas con el lenguaje/de los hombres que vendrán, /como un náufrago que hace el amor a un trozo de barco./Terrible es nuestro cuerpo./Terrible es lo que una mujer nos deja de recuerdo.
Los escombros, que fueron puente un día, saben de nuestras vidas. (...) La niñez ama los colores, cree que la vida es un viaje/ y olvida los ciegos cuando los ciegos cantan. (...) Es siniestro: los viejos todavía tienen esperanzas/ y se olvidan que son casas de la muerte/ y ordenan las hojas que caen de los árboles/ como se ordenan papeles amarillos.

Este poema llamado "El amor, la muerte y lo que llega a las ciudades" ofrece un pantallazo de la sensibilidad del autor que detenta un idealismo pesimista que se sabe invadido por lo inevitable de la vida y frente a ello se entrega a la poesía como refugio posible frente a la marcha del tiempo. La imagen "Como un naúfrago que hace el amor a un trozo de barco", es ridícula, pero convive bastante bien con el tono de un texto que no le tiene miedo al exabrupto de la expresión, porque todo esta contenido dentro de una formalidad solemne y quejumbrosa.

La mayoría de los poemas tienen un tono dialógico, hay un destinatario que funciona como coagulante de sentido, en algunos casos esto se abre a la percepción, en otros busca cerrar denodadamente algo que justamente carece de cierre porque entra de llena en la materia informe de la sensación. El fragmento del poema recién citado es muy explicito en su intensión, la niñez es ese paraíso perdido por la polución del tiempo y no hay esperanza en la vejez salvo la rutina que organiza todo para un día más, pero es inútil todo termina irremediablemente.

Mira, los muertos nos olvidaron dentro de las casas, /cuando las lluvias rompan nuestras puertas, /inunden los besos que nos dimos y apaguen las fogatas de la vejez, /retornaré al amor; así como querre creer/ que alguien leerá el dolor de los hombres como si fuera viento./ Vivir es activar el recuerdo de los muertos,/ con nuestras ropas, /nuestros gestos, / y que, al vernos, nos traigan hacia sus islas, / como el tiempo que arrastra hacia los colores claros las carpas de los circos. (1)

Ernesto Romano
encargado de la introducción de este libro no duda en cuanto a la importancia de Tuñón en la poesía argentina, de hecho escribir sobre su obra es erigirse contra una tendencia reinante: "La llamada generación del ochenta es sólo singular por su pobreza. Sus poetas tienen como rasgo distintivo el híbirido lenguaje de las traducciones (...) algo falta en sus libros: La inasible poesía (...) Tres son, a nuestro juicio, las virtudes fundamentales de su obra: desplegar desde sus primeros versos un mundo simbólico de rica coherencia; estar escrita con el espíritu de la lengua y elevar, ante el prosaísmo reinante, una poesía lírica".

Es cierto: el lirismo es un rasgo de estilo del autor, en ello esta cifrado una voluntad estética que hace oído sordos a su época, como si quisiera sonar deliveradamente anacrónico, fuera del tiempo, como si realmente la poesía no fuera mancillada por el prosaísmo del mundo. Se nota el esfuerzo del autor por no contaminar, y ceder frente a otros flujos discursivos. La única referencia al mundo aparece en un poema que tiene como nombre Días de 1981 donde lo único que se permite es el título como signo del afuera, y es curioso que no haya cedido más teniendo en cuenta que Eduardo Alvarez Tuñón fue contemporáneo a las luchas políticas, a los sucesivos golpes que tuvieron como corolario al gobierno dictatorial cívico militar que para 1981 todavía seguía fuerte en el poder.

El poema parece querer olvidar a propósito su época, lo cual habla de una estrategia de evasión que se sustrae del flujo discursivo de la historia para guarecerse en el lírico simbolismo de la belleza.

"Comprende: Inútil el recuerdo y la vana memoria/ (...) Pero si la muerte tiene el tiempo para destruirlo todo/ tenemos al amor y su sombra,/ la estación que destiñe a los rostros en uno./ Cae la noche./ Los mendigos ven en la nostalgia y la nieve a un dios que se deshace./ Cae la noche./ Sólo los ojos y los árboles ven pasar lo vivido desde una misma tierra./ Sólo los muertos recuperan las naves por bellezas finales./ Ah, días de 1981. / El tiempo y la guerra no diferencia las calles de los hombres,/ igual los deshabitan cuando parte su música,/ y morir es buscar una perdida imagen en una amada puerta".

 Es cierto que el camino estético del poeta no pasa por la denuncia ni por una poética comprometida o militante como puede ser la poesía de Paco Urondo o Juan Gelmán, pero es llamativo este silencio sobre su época, es notoria la construcción de esta suerte de torre de márfil donde el poeta busca encontrar la eternidad  a fuerza del ejercicio de la atemporalidad, y este rasgo que en su momento habrá sonado fuera de su tiempo, hoy se lee fechado, como si realmente el tiempo se hubiera detenido en esos textos, como si se hubiera congelado su marcha fijando su rostro e intención en la declaración de una belleza solemne, patética y decididamente ideal.

El otro viaje dentro de esta compilación es una pieza que funciona mejor que el resto de los otros textos poéticos, todo en ella tiene la economía justa entre el artificio y la naturalidad de una poética que decanta su material de manera orgánica y viva, El otro viaje es un poema que dentro de su forma todavía sigue destellando vida, su corazón sigue abierto al mundo y es con más justicia la que más se acerca a la eternidad si tal cosa existiera, claro.
Cuando leí este poema en su momento de alguna manera confirmaba una postura si se quiere ideológica con respecto al arte, una posición que ponía y exponía su vida como material de trabajo y soporte discursivo, creía que la única manera de llegar a la verdad era poniendo todas las fichas en el mismo número y para ello me ejercitaba una y otra vez en busca de un gesto auténtico para redimirme de mi propia vida y responsabilidad.

Hoy descreo de esta posición, de esta mirada sobre el arte que ya no es con mayúscula, el camino recorrido a mostrado y demostrado que no alcanza una vida para encontrar la verdad de la expresión, es una búsqueda vana e inútil porque las verdades no se encuentran, se crean al fragor de la militancia del trabajo y en este proceso el ideal sobre la belleza, el amor y arte se mueren de inanición e incertidumbre porque siempre el camino hacia la expresión es un rumbo a oscuras, dubitativo, informe y poco feliz, uno nunca sabe exactamente cuando llega simplemente se abandona.

La responsabilidad sobre el efecto de esta lectura no es del poema ni siquiera del autor, es enteramente del lector, volver al primer amor es una experiencia destinada al fracaso, porque uno pretende congelar en el tiempo todo lo que la situación estética de la lectura había provocado y en ella se lee demasiado bien todo lo que uno había forzado en la lectura para leerlo punto por punto frase por frase dentro de su vida, esto no quita el placer ni el goce hacia lo desconocido que el poema en su forma plantea con soltura, por eso El otro viaje todavía sigue respirando en mis lecturas incansables sobre su misterio, todavía el poema sigue diciendo algo que no alcanzo a comprender y en ello reside toda la potencia de la verdad sobre la belleza, porque su destino siempre es futuro.




El otro viaje

No solo a la vejez te lleva el tiempo.
Otro viaje te aguarda.
Has llegado a la tierra donde se ven morir a las religiones. 
Compartes con el árbol ese placer perdido:
Una extraña ciudad a venido a rodearte.
Solo la habitan los dioses que la tarde ha exiliado.
Caminas sobre las calles que sobre ti han caído.
Descubres que la fruta fue un dios al mediodía;
que es un dios que se extingue la primera fogata;
que las hojas son formas sutiles de los rezos;
que viviste rodeado de dioses que ignorabas.
Pero nacieron para ser eternos.
No vieron en la luz secretas despedidas,
ni besaron las puertas de las fugaces danzas.
Mendigo es quien encuentra aquello que no busca
y la mujer que amaste ya no es miedo ni espera,
sino un dios que se ha muerto,
sino una extraña lluvia que solo se recuerda
cuando un aroma cruza tu callada memoria.
Los días son las naves con que el tiempo te aleja.
Has llegado a esa tierra.
Puedes beber en lago aquello que no vuelve.
Comprendes que los seres comparten con el fuego
el transformarse en dioses para poder morir.
No solo a la vejez te lleva el tiempo:
Otro viaje te aguarda.
Lo que creías el viento es un rito que huye,
una música extraña donde habita lo eterno
y el universo un templo, 
abandonado y bello.



1- Fragmento del poema El olvido



Para mayor información sobre Eduardo Àlvarez Tuñòn ver https://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_%C3%81lvarez_Tu%C3%B1%C3%B3n

También se puede ver su sitio en faceboock https://www.facebook.com/alvareztunon.eduardo/