domingo, 8 de marzo de 2020

La obscena potencia de la materia (algunas reflexiones en torno a La Mano y el Martillo, de Mauro Koliva)


               "El tema: la suerte de las imágenes en un mundo colonizado
                 por las imágenes (...) "Ya no hay imágenes" dijo, "Hay cosas
                para ver, pero como no hay nadie que las mire, nunca llegan
                convertirse en imágenes".

                                                               Alan Pauls
                                                               El misionero
                                                              Texto a propósito de
                                                              la obra Werner Herzog
                                                                  

                 La última aventura del artista plástico Mauro Koliva (1), profundiza aún más la problemática en la cual ya venía interviniendo de manera consecuente, problemática cara a esta época; donde todo esta estrictamente visibilizado y debidamente domesticado para su mejor estandarización.
El trabajo de Mauro Koliva a dado rienda suelta a un costado de su obra, que siempre estuvo como latencia, como posibilidad e incluso como tentación. Esta zona en que se ha demorado con su característica obsesión, entra de lleno en el mundo de los comics, la historieta, o como se ha dado a llamar a este tipo de apuesta cuando el material largamente excede su formato: novela gráfica.
La Mano y el Martillo (2) -tal es el título elegido- es un relato que encuentra su forma a través del montaje y la concatenación de imágenes que van estructurando por efecto, una narración hipnótica que encuentra su debida lógica de enunciación en su mismo artificio perceptivo.

La Mano y el Martillo es una obra que discute desde su hacer, la distancia existente entre el código de representación y la imagen, entre la representación y el fenómeno visual, entre la obscenidad de la imagen y la pornografía de la materia.
Si hay una intención que ha recorrido la estética de Mauro Koliva desde sus primeras muestras hasta hoy, es la férrea voluntad de totalidad que la limpidez de su trazo busca condensar, desde una técnica impecable en común-unión con una mirada crítica sobre los modos, las formas en que una imagen lucha desde su misma conformación para no transformarse en un simple código de lectura.

La historieta como se sabe es un relato donde conviven la imagen y el texto, es un género popular que se ha ido sofisticando creando nuevos patrones de lectura, a través de su contaminación con el cine, y el cine a su vez a buceado con herramientas provenientes de la historieta para desarrollar cuestiones temáticas caras a la conformación de un relato.
La historieta y el cine, son vecinos no tan distantes por eso es recurrente, el  préstamo y el saqueo mutuo para enriquecer sus canteras creativas.
En la argentina la historieta encontró su momento de gloria con la cristalización a una escala industrial de la desaparecida Editorial Columba  y sus cuantiosas revistas de acción, drama y aventuras (Dartagnan, Nippur, Fantasía, Intervalo) y la revista Fierro que fue una verdadera revolución gráfica en los 80; desde su incorrección política, a sus innovaciones formales y sus contenidos netamente subversivos.

El cine, y la literatura han sido para Mauro Koliva, parte de sus pre-ocupaciones estéticas sin nunca perder de vista, claro está, su pulsión creativa como su elemento más singular y orgánico: el dibujo en su especificidad y llaneza.
Pero el comic nunca fue una fuente de preocupación para sus inquietudes artísticas, que siempre lindaron hacia la construcción de un relato visual, pero esto siempre era en función de los restos semánticos que la imagen en su contemplación dejaba tras de sí.
Entonces este entrecruzamiento entre el cine y la novela gráfica que propone al artista en su recorrido visual, no deja de ser un gesto político porque en su enunciación discute las propias posibilidades que ofrece una imagen, el estatuto cultural que hace que una obra como tal sea una obra de arte y lo que es aún más problemático, hasta que punto el espectador de este siglo ve la imagen en toda su entereza o el código que esa imagen en su confección, posiblemente representé para los saberes culturales.

Mauro Koliva es un artista plático de una fisicalidad exasperante, toda su propuesta estética reclama en el mismo instante de su contemplación un espacio dentro del espectador para poder vivir, pero sobre todo, para poder crecer en el arco de la imaginación, en ese fuera de campo que cada mirada en su competencia cultural y sensible le puede ofrecer a una obra que vibra con toda la potencia de la vida, en su más informe, deforme y con-forme, vitalidad.
Es fácil para un espectador de este tiempo catalogar la obra de este artísta dentro del espectro de lo freak, pero lo que no es nada fácil es animarse a entrar, a cruzar el umbral que el artista en su desmesura propone como desafío, como goce, el placer que detenta su virtuosismo para encantar con la repulsión, y los restos, los jirones de un mundo que se ha hecho carne inevitablemente.

La narración de La Mano y el Martillo prescinde del texto, se apoya en el fluir de las imágenes, en un solo plano continuo, con momentos de quiebre, de paréntesis, de coagulación en el relato. La propuesta del artista a nivel conceptual es barroca. Dos grandes relatos corren paralelos hasta entrechocarse para así generar un nuevo curso en el acontecimiento de los hechos, que a su vez está atravesada por micro-momentos, pequeñas viñetas que se detienen en sus singularidades, funcionando en la economía de la narración como agujeros negros por donde las situaciones se desacomodan en un nuevo contexto de cosas.
En la historia propuesta por Mauro Koliva no hay relación causa/efecto, no hay lógica que explique ni contenga el desborde de su imaginación, el logos no tiene asidero frente a fenómenos estéticos que exceden las categorías de lo bello y lo feo, lo deforme y lo que se va conformando en la medida que las páginas avanzan.

Es claro que el artificio narrativo de La Mano y el Martillo dialoga con el cine de David Lynch, por la elusiva manera en que el misterio se resiste a la comprensión más banal, que no sea el disfrute, la plenitud de la imagen en todas sus facultades.
Lynch aparece en esos pasillos sin fin de superficies damadas, pero también la visión opresiva y materialista del cine de Gaspár Noe, la carnosidad de su imaginario contamina, dialoga y compenetra, con el estado de la imaginación del artista, que todo el tiempo va enhebrando circuitos, encuentros y posibilidades, en estos imaginarios de los márgenes, de la glosa de la razón del mundo.

Con justicia se puede afirmar que toda La Mano y el Martillo es una suma poética, un recuento de intensidades que atraviesa el cuerpo conceptual y límpido de su trazo, de su nombre propio, el apellido Koliva tiene algo de inaprensible, de bloque, de muro imposible de demoler, muro que hay que decir, creció de manera exponencial a lo largo de su obra como un espacio de contención para sus curiosos objetos de una irradiación industrial, atávica, totémica.
Es claro que esta novela gráfica es un punto de inflexión en el sendero del artista, todo lo hecho hasta este momento a sedimentando de manera natural en la potencia visual de esta experiencia, de este artificio perceptivo, el tiempo en que nos demoremos en sus páginas, es el tiempo que debemos sacrificar para acceder a este mundo que se nos ofrece como la mirilla de una puerta.

Hay algo del placer voyeuristico, en la complicidad que establece el imaginario de sus dibujos con la mirada del espectador, en la manera en que va conduciendo la característica ansiedad porque querer ver y saberlo todo, que de alguna manera se calma cuando aparecen retratados como personajes (¿se puede hablar de personajes?) a Oscar Bony, Nietzche, Gaspar Noe, Lovecraft, Carlitos TevezKurt Cobain entre otros, que pueblan esa muestra de arte que aparece en la novela gráfica, que se ve asediada por esas extrañas y carnosas presencias que van pariendo nuevas maneras de la coagulación de la materia.
Toda La Mano y el Martillo está precedida por cierta aura ritual, por cierta comunicación con lo intrasmisible del lenguaje, los dibujos de Mauro Koliva exorcizan a la realidad. para exprimir esa mácula de verdad que todo el tiempo estamos buscando, para confirmar nuestra identidad como seres culturales arrojados al mundo.

En esa muestra de arte que la novela cuenta, en ese relato donde por primera vez parece que hay una correspondencia entre el sentido de las imágenes y lo que enuncian, se comparte un libro que pervierte aún más la comprensión de la historia, en este libro está condensado todos los saberes que operan con su lógica destructiva en el recorte de lo real. En ese libro está el influjo de Lovecraft pero no como una muestra de esoterismo temerario, sino como una referencia del código dentro del código.
El artista juega con el código que hace a la estética realista, para camuflar las verdaderas intenciones de subversión, para hacer de la puesta, un escenario donde la carne sufre la afección de la penetración, donde los vasos comunicantes de los mundos, es la exuberante carnosidad de ese falo, ese tótem que horada al sentido común, a la lógica de las causas y los efectos, para demorarse tan solo en los efectos de la maleabilidad de la materia, en su narración escandalosamente porno. Cronemberg se da cita como subtexto de esta conspiración sobre
el sentido y la semántica de lo real.

La Mano y el Martillo es una operación en contra de los códigos de lectura, en contra de esa mecánica que todo el tiempo está queriendo fagocitar nuestra experiencia como espectadores, en contra de los lugares comunes que buscan controlar los efectos de la experiencia con su correspondiente etiqueta de gustos y caprichos.
La Mano y el Martillo es un fenómeno estético que tiene la secreta esperanza de que una imagen sea tan solo una imagen, libre y pura en su potencia semántica, e inaprensible para los estrechos códigos de lectura, pero certera y precisa en la velocidad de su montaje, en sus oblicuas intenciones para recorrer otras maneras de mirar, de percibir, de sentir, en este gran supermercado de mercancía visuales en la que se ha convertido nuestro mundo cada vez más ciego de su propia constitución fenoménica y vital.

Mauro Koliva lo ha hecho de nuevo, Mauro Koliva le devuelve un poco más de carne al mundo, le presta esa sorda consistencia que la estética realista consume en función del sentido, porque este artista en la singularidad de su propuesta, entiende que si apostamos a mostrar "todo" desde las capacidades estéticas, tenemos que tener la fortaleza como espectadores, para sostener la mirada hacia ese primerísimo primer plano de la materia, en su plena transformación, descomposición y entropía.

1- Sobre Mauro Koliva ya había escrito con anterioridad en este espacio http://lortellado.blogspot.com/2015/04/la-belleza-es-una-cosa-inutil.html

2- Para más detalles sobre el libro ver en el blog del artista http://seis-contra-uno.blogspot.com/