lunes, 23 de diciembre de 2013
La literalidad del artificio
Por esas circunstancias que lamentablemente desconozco durante la década del 90 soñé infinidad de veces con mi muerte, en realidad con mi asesinato, una y otra vez me despertaba en medio de la noche boqueando una sensación indescriptible, todos eran sueños vívidos con un grado de intensidad desconocido por mi hasta entonces, a tal punto que todavía los recuerdo con mucho detalle. Pienso en aquella época y me veo trastornado e inquieto, algo de manera evidente me quería decir el inconsciente o no... y yo apenas alcanzaba a vislumbrar la punta del iceberg.
Todavía conservo entre la infinidad de sueños esta imagen: sentado contra un paredón con una hoja grande y blanca en mi regazo y un lápiz en la mano, todo sucedía de manera veloz, estaba condenando a muerte y lo único que podía hacer era dibujar, mi verdugo una suerte de militar con boina verde me apuntaba con un arma automática, me llamaba la atención su mirada porque lo veía dudar, su mano temblaba levemente y esto se acrecentaba si lo miraba a los ojos, sabía en ese momento, lo supe de inmediato que era la única manera de demorar mi muerte, pero no podía porque también tenía la enorme necesidad de dibujar y mantenía como podía esta tensión entre mi verdugo y yo. Hasta que visiblemente entusiasmado por el dibujo me descuidaba, lo demás fue aún más rápido, el sonido, la explosión y lo que supongo la bala entrando en la zona izquierda de la nuca, después el vacío, la nada total que no era negra como siempre imagine sino opaca, de una blancura opaca sin misterio, sin luces, sin nada.
Este sueño volvió a mi memoria en el transcurso de mi lectura de la novela "El tiempo Involuntario", el nuevo libro de Eduardo Rubinschik, editado y pensado más como un objeto bello que como un simple libro, inteligencia que creo se la debemos a su casa editorial y al notable dibujo que ilustra su tapa (ya hablaré de el). Después de la rigurosa boutade que fue "La suma del Olvido"* su anterior novela, el autor no contento con lo que había logrado de manera magistral, redobla su apuesta estilística, si "La suma..." era una novela que le debía su carne a la tradición de la novela rusa traducida al español, mirada siempre con inteligencia y humor, "El tiempo Involuntario" es la constatación de que su literatura es un trabajo de superficie. Hay algo de artesanal en la intensión de cada párrafo como si quisiera dejar la huella de su escritura preciosamente labrada en los restos que va dejando el sentido, por el efecto de la minucia y de esa obsesión por el detalle que todo el tiempo reclama una visión doble.
"¿En los sueños se habla con voz muda? Recordó que la noche anterior Diana le había hablado de los sueños varias veces (...) Él quiso saber qué eran exactamente para ella, cómo se los reconocía frente a otras formas, en qué materia se fundaban, cómo se volvían visibles ante la superficie de la experiencia."
Mediando la novela nos encontramos con esta observación que para mi gusto, condensa muy bien el propósito de esta experiencia literaria, porque lo que el autor va construyendo a lo largo de sus páginas es la naturaleza esquiva de la realidad pero no lo hace confundiendo las aguas entre sueño y vigilia sino más bien poniendo en evidencia la propia artificialidad de todo proyecto estético, porque sabe demasiado bien que la estética es una cuestión de estilo, de respiración, de cómo se pone al cuerpo de determinada manera y no de otra frente al fenómeno de literario. Para ello Eduardo Rubinschik desarrolla una estrategia que evita el centro de la acción misma para demorarse en los bordes, en las costuras de un mundo que no reclama a la realidad sino que más bien la posterga, todo en la novela sucede de manera desfasada, con cierto retardo, como si el espacio donde se desarrollara la historia tuviera esa lógica del sueño donde nada es lo que parece pero al mismo tiempo comparte una naturaleza difusa y concreta, no hay nada en su confección que sugiera algo sobrenatural pero uno de sus efectos concluida su lectura es la sensación de que uno leyó una novela de fantasmas que sufren la fatalidad de la carne.
Si una de las estrategias de Borges para escribir sus ficciones eran situarlos en lugares imaginados para que nadie se pudiera distraer con la realidad, Rubinschik define un emplazamiento urbano muy específico y reconocible de la ciudad, donde aparecen Villa Crespo, Recoleta, Palermo, la Costanera pero en lugar de otorgarle a su historia cierta gravedad teñida de realismo, profundiza la sensación de que el narrador no esta en el lugar, en el instante preciso en que suceden los hechos, y esta es una decisión de suma importancia porque lo que a él le interesa son los efectos de algo que no llega a ver del todo, tan solo percibe y le otorga peso al material que un narrador nato hubiera descartado, en ese aspecto "El Tiempo involuntario" es una novela hecha con los desechos, los restos, las sobras de lo que no es literatura.
"...mientras para Lisandro hacer arte era un camino exuberante, placer puro, plasticidad y prestigio (...) porque el modo de abordar un tema siempre superaba el material mismo dejándole la pulpa intacta, tal que en las obras sangre y banalidad estetizante alternaban sin criterio, para Gustavo en cambio eran tragedias microscópicas contra la convención. Como víctima de las corrientes precarias de la imagen, la creación nunca dejaba de ser el testimonio de un fracaso en su pacto con la eficacia sobre el mundo".
Los personajes que monopolizan la novela son dos, uno es Gusano hombre mayor, sin pasado, sin historia, sin nombre y Gustavo un joven de sensibilidad exacerbada que sufre un desengaño amoroso que lo lleva al límite de su tolerancia frente al fracaso de lo que para él es amor. Gusano es un muerto vivo que por momentos busca sentir algo, aunque sea el sabor anodino de un papel que come sin desesperación ni hambre al comienzo de la historia. Gustavo se siente demasiado vivo en su dolor, por eso busca la muerte que no se anima a encontrar. En estos dos polos transcurre esta historia que elige un tono moroso, monocorde, monocromático, e impasible. Todo parece transcurrir en un solo plano, sin urgencias, ni estridencias, ni cambios de tono, la novela elude el climax de los momentos realmente perturbadores, optando por desnaturalizar la propia percepción de lo que se percibe.
Gustavo es un joven que tiene pretensiones artísticas dibuja pero nada de lo que sale de su pulso le convence porque necesariamente esta atrapado en la convención de otros, Gusano esta fuera de la convención porque esta fuera del mundo perdió su lugar pero por momentos evoca ese lugar en su manera de relacionarse con Diana mujer que conoce fugazmente, o cuando bajo la mirada sorprendida de Gustavo, dibuja en una suerte de trance en el cementerio de Recoleta. Lo que menciono muy rápidamente son momentos que parecen indicarnos un camino de lectura en cuanto a la suerte de sus personajes, pero lo que parecen pistas no es más que la pura literalidad del artificio. Porque si existe una palabra para catalogar este experimento narrativo la palabra sería concreto.
Pero esta experiencia sobre lo concreto solo puede ser percibido en el momento en que las cosas comienzan a disolverse por su propia entropía, nosotros no asistimos a esa desintegración de la materia que propone Rubinschik, porque el narrador esta justo en el medio de lo que ya comenzó y no va a alcanzar a vislumbrar en su final, esta es la paradoja de un espacio que en la medida que se se instala en el imaginario comienza a ganar levedad, la novela genera un clima tenso no por lo que narra sino por acumulación de los efectos en los cuerpos, sobre el espacio, y en esa tersa superficie donde compiten ese sentido final que no llega y el absurdo de un sentido que siempre llega tarde. La escritura elige el camino de la novela pero en su aspecto más amorfo, menos feliz para el lector acostumbrado a una narración más ágil, porque "El Tiempo Involuntario" necesariamente nos va a demorar y de seguro nos va a volver sobre lo leído no por falta de claridad sino por exceso porque esta voz monocorde que nos informa, nos distancia y nos ubica frente a los hechos derrapa en detalles, en aspectos íntimos y banales de los personajes pero esto no quiere decir que nos de la información que nuestra angustia como lectores nos reclama.
Hay un espacio vacío que el autor hace propio y de ahí extrae de manera consecuente su- por decirlo de alguna manera- poética negativa, este espacio se encuentra entre la historia pretendida y su percepción como escritor de esta historia, su prosa no es sensorial como puede parecer en una primera lectura sino que es una máquina que procesa lo sensorial y sensitivo en función de la literatura, como máquina de percepción sobre las cosas y el mundo, porque lo que al autor parece preocuparle no es la literatura como hecho en sí, sino justo ese momento donde deja de serlo, y aquí es donde aparece toda su competencia no para salvar a la literatura de su propia fatalidad sino para profundizar esa distancia entre lo literario y la realidad, entre el puro artificio y lo natural. Pero lo realmente curioso y paradojal de esta empresa es que este hecho no lo ubica al autor dentro de la gran familia literaria sino que su espacio ganado esta por fuera y ese es su gesto de independencia política y radical, sin bombos, sin platillos, "El Tiempo Involuntario" se erige como una experiencia sobre la materia literaria en el momento de su disolución, como ya nos informa su primer capitulo el tema es la muerte, todo es ella capitulo tras capitulo, pero la muerte no tiene representación posible porque es el agujero negro que se lo chupa todo, por eso el autor en lugar de perseguir este objetivo vano se detiene en la percepción de sus personajes.
"Lo había abordado por dos causas: primero porque detentaba una rareza única (...) la mejilla izquierda y un tramo del cuello parecían disolverse o mejor dicho permanecer pero perdiendo parte de su masa. El contorno de esa zona estaba hecho de pequeños gránulos, destellos de piel que en algún momento habrían estado fijos al resto del cuerpo y ahora nadaban en el aire desprendidos, carne expuesta a algún tipo de vacío, en forma un poco sobrenatural. Lo mismo vio en la mano que iba y venía, dibujando".
Esta observación de un personaje sobre el otro, bien también podría ser una observación sobre la literatura, sobre ese espacio donde se vuelve irreconocible, donde esa capacidad de mutar en lo más diferentes formatos se ve cuestionada desde su misma interioridad, porque el autor de la manera más soterrada posible pone sobre el tapete la misma incansable pregunta: para qué escribir, cómo se sostiene eso que se escribe y cuál es el cuerpo que la escritura demanda para que la experiencia se transforme, por obra de la acumulación de sentidos posibles en un fenómeno estético. Entre la pericia técnica y la magia de un mundo no muy diferente al nuestro se escurre un sentido no sobre la muerte sino sobre el efecto de la muerte en determinados discursos como el que propone el autor y como la misma naturaleza de la muerte, comparte con la literatura su fuero más íntimo, porque lo que se cuenta en el momento que se cuenta, ya pasó inevitablemente.
"Una de las cosas más difíciles es la de unir el tiempo, que en lo visible haya un cruce que condense líneas pensadas siempre como fronterizas, pero que en la vida son un continuo. (...) Hay un desprendimiento de la mirada como si te hubieras estado yendo del lugar, no importa si imaginario o real, (...). En cambio en el retrato más bien parece lo contrario (...) como si tu mirada estuviera tratando de aferrar un recuerdo extranjero, que no termina de llegar, una corniza justo donde calza un tiempo vacío, que no ocurrió todavía pero no tiene otra alternativa que ser parte del pasado".
En esa tensión de la que habla el maestro de dibujo de Gustavo distribuye la novela su economía narrativa, en esta tensión entre lo que es y no, se encuentra su estrategia para hablar de ese espacio vacío entre los cuerpos, entre la piel y el aire, la sensibilidad y el mundo. Finalmente "El Tiempo Involuntario" es una novela sobre el espacio, sobre el dibujo que trazan los personajes sobre el, como si fuera una pista de hielo dejando un surco, las marcas de los cuerpos, su peso e intensidad en la novela, que nunca se hunde por ello sino que se desplaza como los personajes con una fluidez espiralada pasando siempre por los mismos lugares dos veces, como si fuera un sueño que no se recuerda del todo bien, la lógica que va ganando es la de ese tiempo impasible, involuntario como bien lo reclama su titulo ese tiempo que uno espera pero el tiempo no...todo sigue, todo muta, todo se destruye, todo vuelve, no hay sabiduría en esto porque es una simple constatación sobre el peso del mundo en el peso de la literatura, que quiere dejar de ser.
El dibujo que ilustra la tapa y contratapa es de Mauro Koliva, que curiosamente comparte esta sensibilidad con el autor por los desechos, los restos, lo descartable de un mundo que busca la felicidad de la forma en detrimento de la sensibilidad, la textura y la piel de un mundo que si esta expuesto al sol y a la interperie.
El Tiempo Involuntario fue publicada por Editores Argentinos en julio de este año.
Eduardo Rubinschik ya conocía previamente la obra de Mauro Koliva, este texto de su autoría lo escribió a propósito de una exposición de este artista plástico, que forma parte del Blog donde se puede apreciar su increíble obra: http://seis-contra-uno.blogspot.com.ar/search?updated-min=2011-01-01T00:00:00-08:00&updated-max=2012-01-01T00:00:00-08:00&max-results=7
Las imágenes que ilustran la nota forman parte de la obra de Mauro Koliva. Imágenes extraïdas de su blog.
*En este blog escribí sobre la anterior novela de Eduardo Rubinschik http://lortellado.blogspot.com.ar/search?updated-min=2012-01-01T00:00:00-08:00&updated-max=2013-01-01T00:00:00-08:00&max-results=8
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