domingo, 11 de julio de 2021
El Metal argentino: esa ruidosa expresión de la clase obrera (primera parte)
Muchos fantasmas recorren nuestro país, muchos muertos sin sepultura reclaman justicia, y muchas injusticias corroen la sensibilidad social que hereda pesares, crisis, bancarrotas emocionales y económicas. Dentro del campo de la música popular más precisamente el rock (en sus mejores casos) ha sabido retratar estos momentos álgidos de nuestra historia.
Escribo esto pensando que en este año se cumplen 17 años de la Masacre de Avellaneda que dejó un saldo de 33 heridos y los asesinatos de Darío Santillán de 21 y Maximiliano Kosteki de 22 años que formaban parte de del Movimiento de Trabajadores Desocupados. En sí mismo el hecho es atroz como toda la locura que se vivió después de la fuga del presidente de turno, y el cambalache histérico de presidentes que tuvimos en poco tiempo como la cruenta y salvaje represión de los representantes de la ley y el orden, dos conceptos que lamentablemente en nuestra patria siempre traen como consecuencia un tendal de muertos como de heridos.
Pero existe un detalle fuertemente simbólico que toca de lleno el corazón de la música pesada de nuestro país y es que Darío Santillán murió asesinado teniendo puesta una remera de Hermética, un hecho consecuente y de total compromiso social que no se desentiende de la prédica poética de la banda más representativa y popular del heavy local en los primeros años de la década del 90.
“Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió” el primer e interesante libro de ensayos de Ariel Panzini (Clara Beter Ediciones) comienza por ahí (1) dedicando su empresa de investigación a la memoria de este joven militante. Antes habría que agregar que el autor según lo que se lee en la información de la solapa del libro es abogado y especialista en Derecho Penal, especialista en Derecho Internacional Humanitario y Derecho Internacional en los conflictos armados, recalo en estos detalles del curriculum biográfico porque la serie de ensayos que conforman al libro esta asentado bajo la mirada de la ley, los derechos humanos y la justicia social, es decir que Ariel Panzini no se desentiende de su formación y oficio para analizar su pasión musical desde una mirada cientista, y sociológica.
Este marco de contención metodológica busca despejar los malentendidos con respecto al heavy metal como género musical, extraer las consecuencias simbólicas, discursivas y prácticas de una música que en nuestro país nace dentro de la sensibilidad obrera, un subgénero dentro del rock que crece en los suburbios industriales, y que es la música de los hijos y nietos de inmigrantes, como de la propia migración interna, la música de de los que hacen del heavy, un santo y seña de fraternidad, respeto e intercambio horizontal.
El libro esta dividido en cuatro partes, son ensayos puntuales pero que están enhebrados por los derechos humanos y la conciencia de clase que el autor rigurosa y obsesivamente detalla y ejemplifica en reportajes, y en los grupos que han tocado estas cuestiones de manera literal y poética dentro de ese fenómeno tan particular y extraño como puede ser una canción.
Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió, es un libro rico en información, valioso en su apuesta por pensar más allá del amor hacia la música y concreto en explicitar lo que de tan obvio nadie lo quiere ver y es que la música pesada en Argentina es el termómetro sensible de los desheredados y laburantes, o por lo menos de cierta parcela de los ninguneados que encuentran en este tipo de estética una forma de paliar el infortunio y de armarse frente a las desgracias económicas y emocionales.
El estilo que detenta la escritura de Ariel Panzini es académico, circular y expositivo, la propuesta en ese aspecto es muy clara, busca un respaldo científico para el objeto analizado o en palabras del autor “el heavy metal a partir de las ciencias sociales”.
Las cuatro partes que conforman el libro son independientes entre sí:
1- Rumbo a la construcción de un marco teórico de entendimiento.
2- Cuando el heavy metal es una tortura. La implementación del género en las cárceles de Guantanamo e Irak.
3- La resistencia viva del malón mestizo. La defensa, promoción y divulgación de los Derechos Humanos desde el heavy metal argentino. El aporte significativo a partir de la obra de Malón analizada desde el contexto histórico.
4- La ideología del heavy metal a través de su discurso.
Pero es notable su ahínco conceptual que señala, dice y vuelve a subrayar a lo largo de esta serie de ensayos las intenciones, el motivo y la tesis que busca defender y argumentar el autor en su pulso escritural.
Este es solo un acercamiento a un libro ambicioso en su concepción y amplitud de miras hacia un terreno al cual el heavy metal (en castellano) llega por consecuencia de sus reclamos e inconformismo social, este terreno son los Derechos Humanos. Por una cuestión que excede largamente mi propósito voy a tomar tan solo la principal problemática del libro que engloba a la conciencia de clase, y la ética del metalero argentino, a los otros puntos los dejo en suspenso para una continuación de esta lectura.
Para poner las cosas en contexto el autor se toma el trabajo de analizar la época y llegar a la siguiente conclusión.
“Que el arribo del heavy metal en nuestro país coincide con la etapa final de la bipolaridad del mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial, en el cual se enfrentó el occidente capitalista y el oriente comunista. En dicha década y frente a la profunda crisis que vivía el bloque soviético (…) se implanta la reforma denominada “la Perestroika”, la cual en forma excesivamente resumida podemos decir que permitió la apertura de los mercados y con ello el acercamiento inevitable con el occidente capitalista. En este contexto, el heavy metal jugó un papel protagónico en lo que respecta a la penetración cultural en aquel oriente comunista”.
La mirada de Ariel Panzini no se desentiende de la propia naturaleza capitalista del rock, y menos aún de sus alcances culturales como herramienta política y económica, es claro que el heavy como tantos otros fenómenos anti sistema forma parte de la misma estructura que el sistema genera por rechazo a sus valores y modos de vida, pero en nuestro caso como el de otros países que no tienen más destino que el de ser el patio trasero del imperialismo, la manera -sobre todo en Argentina- en que este fenómeno musical adquiere forma y contenido resuena directamente en la conciencia de clase.
Ser heavy en nuestro país como el autor señala a lo largo del libro, es adquirir dicha conciencia que tiene su arraigo sin lugar a dudas en la sensibilidad obrera. Para el autor más allá de la cuestión musical, el heavy metal argentino es un movimiento que ha diferencia de otros detenta una ética y compromiso con la lucha y la dignidad social, y este compromiso y responsabilidad tiene la garantía de su firma que asume y enuncia su propósito desde una voz colectiva (ya volveré sobre ello) pero sin perder de vista la distancia y cierta objetividad para tratar de analizar un fenómeno del cual también es participante.
“Nuestra obra intentará enfocar diferentes aspectos en común del metalero argentino, puntos de comunión que hacen que nuestro género local se mantenga cohesionado sin perjuicio de la ideología propia de cada uno de nosotros”.
Según la lectura que se desprende del libro y tratando de abstraer –si es posible tal cosa- el heavy en su expresión local es un hecho estético muy ligado a los vaivenes políticos, históricos, y culturales de nuestro país, en ese aspecto es un género muy reactivo, un estilo musical que nunca parecería descansar porque su razón de ser es la lucha social por un mundo más digno.
El Indio Solari alguna vez refiriéndose al rock observó que este en su manifestación es la piel sensible de la sociedad, y sin miedo a exagerar puedo llegar a afirmar (siguiendo esta lectura) que el heavy es hipersensible al termómetro social y es la expresión más radicalizada y utópica dentro del rock local. Esta radicalización tiene estrictamente que ver con el contenido de lucha, con la Doxa combativa que el género maceró desde sus comienzos en la flema anti-sistema de V8 y su disco fundacional “Luchando por el Metal”.
Da la impresión que este género musical dentro del mundo del rock en nuestro país, con el solo despliegue de su retórica pone en escena la vieja dicotomía en los 70, que ponía en tensión a la concepción de un arte comprometido y revolucionario que creía en la vanguardia política versus la vanguardia iconoclasta y formal propia de la burguesía argentina de esa década. Digo esto porque el metal argentino no deja de producir y reproducir (desde sus orígenes) contenidos que apuntalan al cambio y si bien no hablamos de la misma época ni de los contextos políticos hay una cosas que quizás no cambio y es el sustrato propio de la lucha obrera enraizada en la izquierda y más precisamente en la peronista.
Eso es lo llamativo del metal argentino, ningún género dentro del rock local se ha tomado tanto trabajo en denunciar un estado de cosas y en aprovechar los espacios posibles para visibilizar las miserias y los horrores absolutamente normalizados del capitalismo global. Tan solo basta repasar los reportajes que el autor recolecta para su propósito en todos ellos esta manifiesto la conciencia de clase trabajadora.
Claramente estamos hablando de una raigambre y filiación de un tipo de estética dentro del heavy local que cree categóricamente en el valor del mensaje, un entramado de voces, sonidos y distorsión llámese: V8, Hermética, Almafuerte, Nepal, Malón, Tren Loco, Razones Concientes y más acá en el tiempo Serpentor, que tiene un capítulo en el libro.
El rock como fenómeno de la juventud en nuestro país siempre se consideró apolítico, y fue muy cuestionado cuando todavía estaba en pañales por el sector más beligerante de la izquierda porque era considerado una música de infiltración imperialista, sobre este punto es bueno recordar que si bien el rock entro a nuestro país como en otros desde la industria del espectáculo, mucha de su autonomía formal e ideológica se debe a la apropiación que tuvo este género foráneo en las manos y gargantas de los que quisieron que el rock sea un hecho en castellano.
Como ya lo había dicho Ariel Panzini reconoce la naturaleza capitalista del rock, sobre todo después de la Perestroika rusa y la caída del muro de Berlín.
“El cine y la música fueron herramientas predilectas y fenomenales, juntamente con otras expresiones como la moda o los productos masivos de consumo (…) de las cuales el sistema para esa nueva de proyección al mundo. Negar ello a esta altura de los acontecimientos históricos responde más al síndrome de la alienación al poder dominante (…) Es decir, a la concentración de poder militar y económico, se le suma la penetración cultural para exportar cosmovisiones determinadas que responden a intereses ajenos a los pueblos dominados, pero que mediante técnicas sofisticadas de persuasión logran en la conciencia de los locales falsos valores de progreso (…) Dicha concentración ha sido principalmente el motivo de penurias de muchos pueblos absorbidos por el occidentalismo expansionista, y en nuestros pueblos latinos hasta el presente son una de las víctimas más preciadas.”
El metal argentino gracias también a la osadía de los cultores del rock en castellano y de sus mentes más lúcidas, pudieron evitar -por herencia, legado y acción formal- esa alienación cultural, o en todo caso resisten día tras día enrostrando las mentiras del sistema y aún a pesar de sus enormes costos no deja de ser una victoria pírrica, lo que se pierde en oportunidades; llámese jugosos contratos discográficos, la panacea de la exposición en los medios o la fabricación de hits se gana en conciencia de clase y en dignidad. Y esa es la ética principal del metalero argentino sean público o bandas hay un compromiso a no transar, a no dar el brazo a torcer y al cultivar el aguante en las situaciones más difíciles.
Para ello es muy elocuente el reportaje citado a Gustavo Zabala bajista fundador de Tren Loco (el grupo quizás más emblemático de la independencia y autogestión del under local) que señala y no duda en tomar una posición ética sobre el movimiento.
“Ser heavy metal para nosotros es luchar todos los días. Levantarse a las seis de la mañana (…) ese obrero que trabaja y viaja muchos kilómetros (…) eso es ser heavy. La vida es heavy, o es blanda, cada uno elige que quiere tomar (…) Para nosotros ser heavy es tener un estado de rebeldía permanente, pero ser rebeldes para nosotros es estudiar, ser rebelde para nosotros es aprender un oficio, no ser esclavo de nadie, para que ningún político de turno te compre el voto por un par de zapatillas, ser rebelde para nosotros es aprender a dedicarnos a nosotros mismos, con conceptos como la amistad, el trabajo, cosas lindas, ¿viste? Que como no cotizan en la bolsa te hacen ver que no sirve.”
En este aspecto el metal para el autor es un movimiento que se origino y creo en la voz de muchos que tuvo y tiene sus referentes ineludibles, pero eso no le quita mérito a esta voz colectiva que se entreteje, reproduce, y enriquece manteniendo vivo al legado como al espíritu dentro todos los que aman al heavy , por eso el autor más allá de la cuestión metodológica que su trabajo requiera se identifica y se suma a esta voz que explica, narra y contiene los sinsabores y placeres de los hijos y nietos de laburantes que eligen este estilo y modo de vida para afrontar las crisis -que nuestro país tan apocalíptico como integrado- nos brinda con fertilidad amenazante.
Queda bajo el tintero preguntarse cuando un estilo y movimiento estético y cultural adquiere una identidad definida, si esto no perjudica su propia posibilidad subversiva, porque esta voz colectiva se institucionaliza en sus propios patrones de identidad, problemática que no tiene resolución más que en los alcances estéticos como sociales que cobran todo su peso con la muerte de un joven como tantos que trata de pasar a la acción desde la letra cantada, gritada y sentida como es el caso de Darío Santillán.
1-La otra dedicatoria del libro es al artista y gestor cultural Omar Chabán, rescatar su figura después de la pesadilla de Cromagñon es un acto de reivincanción como una manifestación de solidaridad política. La dedicatoria vale por sí misma.
“ En homenaje a Omar Chabán, quien nos enseñó a varias generaciones desde ese reducto que se llamo Cemento donde se respiraba libertad y resistencia a la vez, que el rock trasciende la estética y se convierte en un espacio de cultura y pensamiento crítico.”
viernes, 16 de abril de 2021
La ética del francotirador y el Rock Nazional
Es un lugar común cuando se habla de rock local hablar de Rock Nacional, una conjunción de términos que en su misma enunciación es problemática y controversial, el término Rock como todos sabemos es del idioma inglés y la palabra Nacional pertenece al castellano. Una de las constantes críticas de la izquierda en los 70 hacia el rock que se hacía en Argentina, era que se practicaba una música de infiltración imperialista, por lo tanto era funcional a esos intereses de expansión como la coca- cola o la industria hollywoodense.
Esas viejas disputas quedaron atrás con el fracaso de las revoluciones, el triunfo del capitalismo como modelo de vida y el rock local que pasado su momento de efervescencia creativa y de importancia social (como fueron los 80 gracias a la guerra de Malvinas) al parecer busca en la actualidad como sobrevivir como puede a su inflada resaca de glorias pasadas.
Norberto Cambiasso uno de los críticos más iconoclastas del medio deja atrás todo tipo de fantasías sobre el género para apuntar bien al centro y aseverar.
“Pero lo cierto es que la música rock no fue ni será revolucionaria. Y aunque algunos me tilden de extremista, ha servido muchas veces como otra resolución imaginaria de las contradicciones reales del capitalismo”. (Que cien flores florezcan, Gourmet Musical)
No es la primera vez que este crítico hecha por tierra las pretensiones del género musical, de hecho nunca fue complaciente en sus apreciaciones, porque siempre creyó, si le tenemos que creer a la labor crítica: en la deconstrucción de los lugares comunes que tanto por pereza como conveniencia la industria y el poder de los medios como la cultural oficial, persisten por nombrar como rock nacional.
Si de crítica hablamos se trata de ver qué es lo que realmente se cuece dentro de la olla, analizar sus efectos, calibrar los contextos y medir la densidad de cada propuesta con su propio cuerpo conceptual y artístico.
Norberto Cambiasso es de esos críticos que no le teme a las polémicas ni se ampara en un supuesto saber esotérico, la suya es una mirada concreta, puntillosa y sensible a los fenómenos que analiza con pasión distante. En la década del 90 junto a Daniel Varela y otros compañeros de aventuras, supo tener una revista de avanzada que equilibro hasta el final la mera y abultada información con el pensamiento sobre la música.
Esta revista tuvo el justo nombre de “Esculpiendo Milagros” y fue lo más parecido a un oasis en medio de un páramo desértico, que tuvo una existencia por cierto milagrosa, que abarco un periodo de casi diez años (1992-2001). No voy a hablar de la revista en sí misma porque esto merece un estudio exhaustivo y profundo sobre el modo en que Norberto Cambiasso y compañía ejercieron la crítica y establecieron un parámetro estético muy diversos como heteróclitos en el medio.
Lo que me interesa analizar cómo en el otoño de 1997, específicamente en su número 13, Esculpiendo Milagros con dos notas firmadas por Cambiasso y Varela dan un severo diagnóstico sobre esa entelequía denominada Rock Nacional, las exposiciones son categóricas y las posiciones radicales, a ellos no les interesaba respetar a las vacas sagradas por sí mismas sino que puntúan la obra (lo hecho) más que los nombres.
En esta edición de la revista, la misma tapa ya es un hecho revulsivo, en su representación iconográfica cita a la revista Expreso Imaginario que en uno de sus números ataca a fines de los 70 al fenómeno de la música disco con una imagen de John Travolta, (actor icónico por su papel en Fiebre de un sábado por la noche) a-violentada por un tomatazo. Nada más que en la tapa de Esculpiendo Milagros el que recibe esta afrenta es Tanguito, con el titular: “30 años de Rock Nacional (y en letras más grandes)…y qué?”.
Lo interesante de esta mirada es que no se casa con nadie, ni siquiera cree interesante esas tres décadas de rock nacional, en la editorial explicitan el modo en que comparten su modo de apreciación.
“Los autores eligieron además una retórica provocativa con claras intenciones de romper el consenso sospechoso y abrir un poco el debate. La argumentación general, creemos, los resguarda de cualquier de cualquier ofensa deliberada. Se trata de sacudir un poco al moribundo adormecido.”
Que a fines de los 90 hablaran del rock nacional como un moribundo adormecido es netamente un posicionamiento político estético, ignoro cuál habrá sido la recepción de este número pero habrá ralentado la digestión de muchos como incomodado a demasiados, ya para ese entonces la revista tenía sus lectores y habrá generado su impacto, modesto pero impacto al fin.
Párrafos más abajo no hay espacio para malinterpretar nada, la honestidad más que brutal es porno, la revista no especula en su decir ni busca ganar nuevos amigos.
“El rock nacional, salvo honrosas excepciones, jamás tuvo nada digno que ofrecer. De hecho en la mayoría de los casos, ni siquiera pudo sostener la dignidad.”
Lo que Esculpiendo Milagros ve con desconfianza en la tradición local es cómo el rock fue creciendo parejo a la industria, no porque esto fuera un pecado, estamos hablando después de todo de un mundo capitalista sino de los argumentos puristas que buscan hacer del rock el relato conveniente de la contracultura y la resistencia durante la dictadura, para los autores de estas diatribas, el rock fue funcional primero a la dictadura y después a los egos y bolsillos de los artistas como de las productoras en cuestión.
“El mito más celebrado, la aparente firmeza del rock nacional durante los años de dictadura, se encuentra tan lejos de lo que las comprobaciones empíricas indican, como Videla de arrepentirse por las 30.000 personas que mandó a otro mundo.”
Lo que la revista encuentra en la actitud del rock local es un provincianismo chato que crea las condiciones culturales para que cada artista sea visto y vendido como el “artista”. Estos críticos es claro atacan no tanto a los artistas sino al ethos conveniente que se fue erigiendo a lo largo de las décadas y en ellos no perciben los mismos valores que el consenso crítico que alaba las singularidades.
“En el diccionario del rock argentino, cada panegírico superficial de sus apoltronados paladines esconde su contrario: “creatividad” significa ignorancia de los acontecimientos externos, “original”, veinte años de retrazo respecto a esos mismos acontecimientos; “convicción” inoperancia basada en la ceguera propia y ajena.”
Para Esculpiendo Milagros el rock nacional siempre quiso formar parte del establisment, no hubo discurso marginal sino más bien oportunista, los contextos fueron cambiando como también las vestimentas, las modas y las tendencias.
Y el rock tuvo su oportunidad con la farsa de Malvinas, la prohibición de música angloamericana en la radio, la participación en un festival amparado y sustentado por la dictadura cívico militar, convengamos que no esta mal aprovechar lo que se ofrece, lo que es dudoso es resguardarse en un ingenuo discurso de resistencia.
En un repaso iconoclasta Norberto Cabiasso de un plumazo demuele lugares comunes a gusto piacere para de-mostrar hasta que punto el rock local es un castillo de naipes que se deshace con la mera brisa en contra.
“Porchetto le había cantado a Cristo; León Gieco le pedía a Dios (…) Miguel Cantilo trocaba su bronca de antaño por la “equívoca” gente del futuro; Piero regresaría del exilio regalando claveles blancos y rogándole a los chicos que se quedaran mansos y tranquilos y, Charly García, que con Sui Generis le había cantado a adolescentes con acné, el autor de esa “canción de Alicia” que los sesudos periodistas locales –en su ceguera crónica- habían festejado como el paradigmático himno de resistencia frente a la dictadura, circulaba ahora libremente por los despachos militares”.
Según lo que señala la revista en ese momento hubo una exposición celebratoria llamada “Rock Nacional 30 años” hecha en el Predio Municipal de Exposiciones, que fue a todas luces un festejo acrítico, e institucionalizado pero acorde al propio ethos del rock local, para la revista dicha exposición tan solo evidenciaba toda la impostura de nuestra tradición.
“La muestra de los treinta años de rock nacional constituye apenas el último e irrisorio acto de una comedia que roza el grotesco, hecha de retórica vana, poses ampulosas, actitudes pueriles y discursos vacíos. Lo que canoniza –“nuestro amadísimo rock”- simplemente no existe.”
Sostener una posición de independencia en un medio tan dado al amiguismo clientelista, habrá generado rechazo de plano, más aún teniendo en cuenta un ejemplo que citan en la editorial sobre el entuerto de la revista Expreso Imaginario que tuvo la mala forntuna de reseñar de manera negativa “La Grasa en las capitales” de Serú Giran, por dicho motivo tuvo que darle el derecho a replica a la banda porque el manager había amenazado con quitar las cuatros páginas de publicidad de la revista.
En la década del 90 el rock local se estaba renovando de mano de los sonidos que importaba Soda Stereo por la escena de Bristol, había una preponderancia por el sonido por encima del sentido que tuvo su cohorte de bandas que fueron denominadas sónicas.
Había un rastro atendible de cosas hechas dentro de la tradición y una búsqueda de renovación, pero para la revista esto no era más que el mismo síntoma de lo mismo, todo se hacía y promocionaba como lo nuevo cuando en realidad en la escena mundial esto ya era un dato del pasado. Miopía nacional al cien por cien promocionando (como siempre) los productos culturales como el mejor invento del mundo, llámese: Piazzola, Gardel, Evita Maradona, El Che, Messi y el imbatible dulce de leche.
El diagnóstico de la revista es concluyente: “aún quienes persistieran en corroborar una tradición rockera autónoma en nuestro país, deberían aceptar que está, en el mejor de los casos, ha sido reformista, y en su gran mayoría, lisa y llanamente reaccionaria.”
No sé si después de este número habrán vendido más o habrá decrecido las ventas de la revista, ignoro cuál fue el impacto pero calculo que a las vacas sagradas no les importó mucho, a la industria tampoco, quizás sí, a los lectores, nuevos y futuros.
Hay censuras que son más terribles, y la indiferencia sobre hechos que se atreven a cuestionar de lleno a ciertos fenómenos promocionados como vendibles de nuestra tradición chauvinista son llamativas, veinticinco años han pasado de este número revulsivo y en veinticinco años nadie se ha detenido a observar la notable excepción a la regla de una revista que reunía a un combo de críticos como melómanos, que tenían una idea de tradición, de vanguardia, de cosmopolitismo musical que iba a la contra de la Doxa oficial, un combo de aventureros que hicieron oídos sordos a las sirenas de la industria como de los mitos para ver con claridad a toda la mecánica del sistema en pleno funcionamiento cuando genera su propio anticuerpo para producir más poder de captación cultural, siendo el rasgo más evidente la nacionalización del rock.
sábado, 10 de abril de 2021
La depresión sin épica o la angustia del crecimiento en El Mató a un policía motorizado
La síntesis de O´konor (2017) es el gran salto de El Mató a un policía motorizado, un disco de diez canciones que en su derrotero no teme cambiar el foco noise guitarrero de los trabajos anteriores por una propuesta estética que hace pie de la tradición new wave, dotando a las canciones con una vitalidad inusitada, el tono cansino da lugar a un pulso más alegre pero no menos melancólico.
Los arreglos de las canciones no le temen al preciosismo siempre respetando la austeridad formal que nunca pierde contundencia por la persistencia del bajo que a lo largo de toda la experiencia es el sordo protagonista de las vicisitudes melódicas de una guitarra que acompaña, colorea, subraya toda la emoción de una estética que nunca pierde a la canción como espacio sensible y narrativo.
La Síntesis de O´konor es un disco feliz pero de una felicidad melancólica a la manera de las películas de Tim Burton que en su forma denota el artificio de la alegría, esa maquinaria tan chirriante como agridulce.
"El tesoro" fue la primera canción que comenzó a sonar con insistencia en mis recuerdos, por esa época trabaja en un restorant en San Telmo, y este disco estaba en constante rotación en las horas pico de trabajo, y era inevitable no entrar en sintonía con este mundo extraño, sugerente y ligeramente normal.
El Tesoro podría ser una canción de amor, podría pasar como tal pero algo en su almibarada melodía entrecruzándose con la lírica sugiere que las relaciones entre las palabras y los hechos no son tan simples.
“Ah paso todo el día pensando en vos/ ah que hay de malo en todo esto/ vos pensás que pierdo el tiempo, perdón si estoy de nuevo acá/ pensé que habías preguntado por mí, me gusta estar de nuevo acá/ aunque no hayas preguntado por mí/ voy a quedarme un poco acá/Cuidarte siempre a vos en la derrota/ hasta el final hasta el final”.
El tesoro escuchado así al pasar parece una típica cancioncilla de contenido tierno, prácticamente naif, pero que deja entrever más allá de la simpleza melódica y los arreglos pop que no hay tanta diferencia entre el discurso amoroso y el discurso psicopático, una canción de amor siempre contiene un costado siniestro parece recordarnos la voz del narrador que no puede más que entregarse a su pasión, aunque sabe desde el comienzo que tiene todas las de perder.
“Ah todo lo que hago es para vos/ ah el tesoro se está hundiendo/ ah todo lo que hago es para vos/ ah vos pensás que pierdo el tiempo (…) la depresión sin épica, la depresión cinética”.
Claramente El mató apuesta a la redondez de la canción pero eso no implica perder cierta cuota de perversión, todas las letras tienen sus ajustadas dosis de paranoia, abandono, anarquía, caos, misterio y amor
La siguiente canción es exactamente la contratara, si en El Tesoro el narrador cuida el vínculo como el tesoro más sagrado, en “Ahora imagino cosas” la situación es bien distinta, en la urgencia de su pulso melódico la voz comparte una visión paranoica de los vínculos, nada es seguro porque siempre existe un transfondo indiscernible de toda intención.
“Ahora imagino que…/ están bebiendo en el bosque/ ahora imagino que…/ sos tan feliz, tan feliz/ Ahora imagino que…/ un amigo me está traicionando/ Ahora imagino que…/ extrañas sombras siguen mis pasos”
Quizás en el conjunto Ahora imagino cosas sea la más punki por su premura y su abierta actitud kamikaze de buscar esa pelea que lo defina, que lo interpele a encontrar su valía aunque pierda todo por esa afán de confrontación pura. Pero el narrador reconoce que en el algún momento la felicidad no era un recuerdo y de alguna manera esto lo habilita a ir por todo.
“Quiero enfrentarme a todos/ no me importa/ cuan salvaje es la pelea/no, no me importa/ quiero enfrentarme a todos/ no me importa/ si me muero en las peleas/ no, no me importa/ ahora imagino que…/ mi tajada es más pequeña/ ahora me acuerdo que…/fui tan feliz, tan feliz”.
De todas maneras más allá de las referencias concretas a la desconfianza y a la cautela del protagonista nunca se aclara en toda la canción, si esto no es más que el efecto de la imaginación del narrador en plena actividad de sentido por la angustia de una vida anónima y perdida. Cuestión irresoluta que la narración no afirma ni tampoco desmiente, todo entra en un plano donde parecería que no existe diferencia entre imaginación y la vida.
El mató a un policía motorizado es una banda de rock que hizo de la discreción y el perfil bajo una actitud estética, pero esto no fue algo programático sino algo natural en las personalidades de los músicos, no hay ruidos de fondo ni fuegos de artificio que distraigan y ninguno de los músicos es carismático o en todo caso Santiago Motorizado (cantante, bajista, y compositor) lo es por vía negativa, por contraste a toda la tradición de estrellas rimbombantes como de iluminados que supo tener el rock en su época pasada –pienso en Iorio en el Indio Solari, por nombrar a algunos- A Santiago Motorizado le interesa que nunca se pierda el centro de atención que es la música como protagonista.
Todos los músicos que integran a El Mató poseen un humor desafectado, una imagen descontracturada de niños bien un toque nerds que encontraron en su hobbie musical una manera de compartir el amor por las cosas extrañas que animan a su imaginario.
En La síntesis de ´O konor se entrecruzan dos miradas, la primera se hace eco de la mitología artúrica y la espada mágica concebida por el Mago Merlín, pero no es más que una referencia que colorea al disco, una de las canciones incluso tiene como titulo el nombre “Excalibur” que lejos está de la épica y de la espada del poder, en su tono denota más el desaliento, la perdida de fuerza y la impotencia de los efectos de una causa que queda al margen de las interpretaciones porque el pudor lírico de El Mató sabe que no hay que explicar todo.
“¿Por qué tuviste que decirme eso?/ por qué, por qué, por qué”.
En una nota de uno del diario La Nación, Sebastián Ramos expresaba cierta grata perplejidad al observar la actitud de Santiago Motorizado al finalizar un recital.
“Así fue aquella noche de junio del año pasado, cuando al finalizar el tercero de los cinco conciertos con entradas agotadas en Niceto con los que El mató presentó su último álbum La Síntesis de ´O konor, el tal Santiago “Motorizado” caminaba entre sus fans aún en estado de adrenalina sin siquiera ser reconocido. Era uno entre tantos, buscando un poco de silencio después de la tormenta eléctrica que él y sus compañeros habían generado”
El periodista habla unos párrafos más arriba de “cierto efecto invisibilizador incluso entre su público”. Claramente la escena del rock local (si todavía podemos hablar de rock) se ha topado con un fenómeno al que no la importa las marquesinas ni el mínimo show del ego. Los grandes discursos alimentados por la contracultura y las multinacionales no son pasto para el discurso estético de El Mató, no hay mensaje ni afán de entretener, ni nada que se precie como una rabiosa pedagogía anti-sistema, en algún punto son el grado cero realmente de un comienzo diferente.
En la canción La noche eterna es un claro ejemplo de esta tabula rasa, la poética de la banda busca quemar las naves nada más que este camino iconoclasta no tiene el ímpetu ni la violencia del escupitajo punk, todo en la noche eterna es desaliento, melancolía, que si bien leído fuera de la melodía y la intencionalidad de la voz, el estribillo parece presentar un carácter imperativo en su práctica esta lejos de ser autoritaria, es la enunciación del agotamiento, es la pereza de la voluntad que toma conciencia de la mórbidez de la vida que siempre quiere más, pero el cuerpo en donde se hace carne esta asediado por la depresión, no hay presión sanguínea, y las palabras de esta destrucción creadora son la retórica de una máquina que sigue funcionando aún a pesar de que hace mucho tiempo lo que produce peca de obsoleto, es chatarra, son los residuos de todos los relatos del rock en la era de la post-resaca.
“Hoy, voy a salir a buscar/ todo lo que quiero/ voy a derrumbar/ mi casa y a empezar de nuevo/ todos se escondieron ya/ bajo la noche eterna/ sé que el cosmos cuida/ a todos por igual/ Dame algo esta noche/ esta noche es especial/ voy a recorrer tu casa en la oscuridad/ dame algo esta noche/ esta noche es especial/ tan brillante como el oro/ en la oscuridad.”
Por la impronta musical y estética uno sin conocer al grupo estaría tentado a aseverar que el Mató es música para adolescentes, y tan errado no sería esta presunción, de hecho ontológicamente el rock es adolescente, es un adolescente de más de 40 años que a veces envejece bien y en otras es un pende viejo.
El mató es una banda vieja, tiene ese cansancio, ese agotamiento del que ya las vivió todas, pero cifrado dentro de una vitalidad formal que conspira todo el tiempo con ese estado, generando una tensión más bien implosiva que soporta, mantiene y da vida a las propias contradicciones de un género que nació para ser la música de la juventud.
Creo que La síntesis de ´O Konor es un album que da lugar a los conflicto de la madurez, aún a pesar de todas las mieles de la fantasía el mundo siempre logra colarse, esto se ve claramente en "Alguien que lo merece", donde el relato es el después de una discusión de pareja, atrapada por las mecánicas del discurso amoroso que se sabe perdido en el laberinto de la rutina, uno puede imaginar el resto, quién no ha vivido esos desiertos amorosos en pareja.
La canción que mejor define la entrada de la madurez, la vejez y el paso del tiempo es sin duda “El mundo extraño”, el protagonista descubre que esta siendo desplazado, su lugar ya no es “su lugar”.
“No sé qué pasa en este lugar/ todo el mundo es más joven que yo/ empuje buenos recuerdos pensando en nada/ parado en la puerta con vos/ Ya sé, tu ánimo está por cambiar/ te miro desde el asiento de atrás/ tu novio es un sujeto tan agradable/ pero nunca para de hablar/ Quiero estar con vos/ que me quieras así/ liquidado estoy/ esperando hasta el fin.
El mundo sigue girando y a pesar de que el protagonista percibe que es su mejor versión, ya es tarde para él dentro de esa lógica que lo va olvidando, por eso su último recurso frente a la chica que le gusta es que recuerde la belleza, esa belleza extraña que antes evidentemente los comunicaba en ese mundo extraño.
“Sé que es lo peor/ pero esta es la mejor versión de mí/ ¿Por qué/ Por qué te vas sin avisar/ tus vecinos siempre me miran mal/ no ignores la belleza de este mundo extraño/ igual lo entendes y te haces la que no sabés”.
La canción que da cierre a esta experiencia se llama “Fuego” quizás sea la más optimista pero de un optimismo incierto, la música tiene empuje pop y la voz parece recuperar fuerzas para reclamar la presencia de ese alguien que lo hace feliz, es una canción que se fuga en la búsqueda de su deseo, aunque llegue tarde o quizás no encuentre lo deseado, ese recorrido vale ese crecimiento, porque es la angustia del crecimiento hacia algo indefinible como desconocido a la vida a fin de cuentas.
“Desde el pueblo más lejano de acá/ siguiéndote/ vamos, esta noche puede ser mejor/ mirándote (…) Hey, hey, hey/ no te duermas/ todo el universo depende de eso/ hey, te fuiste y ¿dónde estas?/ ahora/ perdóname/ ahora soy mejor/ te juro, soy mejor.”
La síntesis de ´O konor es un gran disco de apariencia sencilla pero que en el fondo de su confección esta corroída por el paso del tiempo, los arreglos pop, la impronta new wave tamizada por la voluntad voraz de la banda hacia el pasado del rock más noise y punk tan solo sirve para acrecentar la edad del rock que parece ya no tener nada nuevo para decir, pero aún así, en estas circunstancias, en estas condiciones cada tanto aparecer alguien con todo el desparpajo para enunciar de la manera más simple “Vamos, esta noche puede ser mejor”.
jueves, 18 de marzo de 2021
La apatía de los muertos cuando vuelven a la vida (consideraciones sobre El Mató y Día de los Muertos)-Parte 1
Hay pocas voces dentro del campo del rock local que expresen tanta apatía como la de Santiago Motorizado, su interpretación vocal encarna como pocos el grado cero de la pasión, es cierto, lo que salva a su particular manera de cantar del total desgano es la soterrada nostalgia que imprime en su registro sonoro.
Con él se capitaliza el ethos de una tendencia estética nebulosa y nunca del todo clara, que es el fenómeno Indie del cual ya existe todo un precedente de bandas desde la década del 80, que comparten un mismo espíritu de autogestión e independencia de la tradición punk, pero sin apostar a la intensidad, ni al reclamo, ni al nihilismo rabioso, ni menos aún a la épica de los losers que supo caracterizar al movimiento punk.
A contramano de la visceralidad del rock más insurgente, El Mató a un policía motorizado es la banda sonora de la apatía, la acedía y el aburrimiento generacional, no digo que sea la más importante pero si la que más a trascendido el gueto del under local.
“La síntesis O´konor” editado en el año 2017 es el gran salto de la banda y para los que ya los venían escuchando fue la confirmación de que El Mató a un policía motorizado, es una banda que puede disputarle el podio de canciones redondas, sencillas y efectivas a un Andrés Calamaro por decir un nombre fuerte dentro de la cancionística local.
Si uno repasa la discografía de la banda es evidente que el espíritu grupal no se quiere perder ninguno de los caminos que hacen a una agrupación de rock, en el sentido de que no solo han sacado albumes, sino que también EP y sencillos, un gesto que denota si se quiere cierta nostalgia por un período de la industria (en mayor o en menor escala) antes de la subversión de Internet que modifico radicalmente los modos, las maneras de hacer, reproducir y compartir música.
Debo este descubrimiento gracias a la indiferencia persistente de Ariel (mi hijo), que sin recargar las tintas me hablo de ellos y me mostró el único video del disco “Día de los Muertos”.
El video en cuestión es de la canción homónima y en el pude observar los relatos apocalípticos de la década del 80 volviendo al ruedo en este nuevo siglo, pero ya no como amenaza, ni celebración amarga por el fin de todo, sino como folclore, como pura retórica de un código estético que perdió el valor de urgencia para transformase en valor de uso, porque todo en el video comporta guiños hacía la ilustrada generación de neards y freaks que hacen del cine bizarro, de clase b, post-apocalíptico y etcéteras de etcéteras un lugar de encuentro y camaradería.
En un país anti-estado y policía como es el nuestro que una banda se llame El Mató a un policía motorizado es una cuestión natural de nuestra idiosincrasia cultural, como en el Reino Unido que un grupo de rock ostente nombres como “The Police” o “Queen” habla más del imaginario patrio en las juventudes de lo que se pueda imaginar.
La diferencia son los contextos claramente porque si grupo de rock se hubiese llamado así en la década del 80 o los combativos 90 es un abierto acto de guerra, pero en este siglo XXI este gesto comporta una actitud más estética que política.
El mismo relato fundacional no le da tanta injerencia al nombre es más una humorada de amigos borrachos espantando el aburrimiento de una noche cualquiera.
“Elegimos un nombre que no sea típico para salir del molde. Es un chiste, para reírnos de esos típicos nombres de artistas o bandas”.
Según los detractores la banda viene haciendo exactamente lo mismo desde su primer disco cuestión con la que creo los mismos integrantes estarán de acuerdo, el crítico Simon Reynols observa “Una máxima de la industria de la música asegura que si una banda repite una y otra vez el mismo disco, alrededor de la tercera o la cuarta versión habrá de alcanzar el éxito”.
No estaría en condiciones de aseverar esto ya que tan solo escuché dos trabajos alejados en el tiempo pero sí pude escuchar canciones sueltas de otros discos donde es claro que la cantera creativa siempre responde a un mismo patrón estético: despojar a las canciones de sus pretensiones para quedarse con lo específico es decir; el sustrato melódico y la narración pre-clara, sencilla efectiva de la lírica.
Virtudes como se puede observar que tiene mucho más que ver con el punk cuando quiso desintoxicar al rock de la megalomanía de la música progresiva mediando los 70.
Como se sabe La Plata es una ciudad muy rica culturalmente y de alguna manera siempre funcionó como la contratara necesaria y vital de la capital argentina.
Sin miedo a exagerar la movida rockera platense siempre ha oxigenado a la capital de su propia endogamia creativa, llámese: Virus, Los Redondos, Peligrosos Gorriones, o en este caso El mató a un policía motorizado.
Lo primero que salta a la vista es que la banda no esconde sus limitaciones en artilugios técnicos, o arreglos fastuosos gracias a la mano de un productor oportuno, todo está a la vista para el que sabe buscar, como también la fuente donde beben para re-crear, re-versionar y re-hacer en sus canciones a toda la información cultural que la banda comporta en su parecer estético.
El día de los muertos (como ya lo mencione) fue la primer canción que escuche, pero de la cual también pude contemplar el imaginario visual gracias al video que según tengo entendido fue primero del grupo.
Cuando la aprecié junto a mi hijo lo primero que reverberó en mí fueron los ecos de Lou Reed y su gran canción wharholiana: Walking of the wild side, sobre todo por el comportamiento melódico del bajo, esa manera de hacerse notar marcando el tempo y el espacio para que la guitarra acompañe porque son las seis cuerdas la que acompañan, y no al revés (como si sucede con el resto) generando un ambiente de texturas pesadas subrayando los momentos de mayor intensidad de la canción, y la voz que en ese contexto busca la claridad tratando de no dejarse ganar por la emoción de un mundo perdido.
“El día de los muertos” culmina una trilogía de EP –Navidad en reserva (2005), Un millón de Euros (2006), Día de los Muertos (2008) que según se sabe busca representar –el nacimiento, la vida y la muerte- tan solo puedo decir que escuché este último que presenta una cohesión temática muy sólida.
Si los 70 fueron caros a la idea de los LP conceptuales en este nuevo siglo este grupo platense discurre en la práctica de EP conceptuales, ya no se trata de la totalidad de un discurso expresivo que abrevaba en la música culta, de vanguardia y experimental como pasaba en el rock cuando quería patentar su conocimiento, midiénsose con saberes académicos, sino que se trata de la verdad del fragmento, de la fisura de la contra- tradición que vino después queriendo destruir y en el mejor de los casos de-construir lo hecho por la ortodoxia desde el escupitajo punk.
El día de los Muertos contiene seis canciones que en su derrotero hablan sobre fin del mundo, claramente las referencias cinéfilas son inevitables, inmediatamente viene a la retina del recuerdo “Nigth of the living dead” (1968) de George Romero, lejos de la connotación sobrenatural las películas de temática zombi siempre hablan más del contexto cultural y político que del más allá de la vida, que el mismo Romero se encargó de remarcar su visión crítica social en sus siguientes films, hay toda una tradición cinéfila de clase B que creció y educó sus afectos como el placer estético a partir de este tipo de películas.
Este EP de El Mató de alguna manera se adelanta al fenómeno sobre los zombis y el fin del mundo que encontraría en la serie “The Walking Dead” (2010) basada a su vez en el comic homónimo (2003) la mejor expresión popular de la industria sobre un tema francamente perturbador y poco maistrean
La canción que abre el EP es “Noche de los muertos” la canción más larga dentro del conjunto (casi nueve minutos) con la letra más breve no más de cinco párrafos descriptivos que la voz comunica con monótona y desesperada pesadez, lo único que connota emoción es la guitarra, que fiel a su impronta de noise-rock crea texturas, cabalga sobre la batería y es empujado por el bajo a remarcar un estado de situación que el narrador no puede contar más que desde su pobreza expresiva: “Noche de los muertos/ en la ciudad el infierno/ el caos para mi mente/ y no puedo pensar/ la noche de los muertos.”
No sé si la banda leyó el comic de Robert Kirkman pero es notorio que la segunda canción del EP “Mi próximo movimiento” hable de los mismo que sucede en el segundo capitulo de la serie, donde el protagonista se enfrenta a una nueva cotidianeidad donde lo familiar se vuelve extraño, donde los muertos vuelven y hay que matar esos cadáveres que ya dejaron de ser esos rostros amados y vecinos que hacían del vecindario el lugar en el mundo.
La canción tiene un pulso punk, quizás sea la más punki en su actitud melódica, en la manera en que la voz se expone al frente de todo, advirtiendo que hay que jugarse el pellejo aunque lo que se vea conspire contra la misma normalidad que la voz narradora buscá mantener a riesgo de perder la cordura.
“Voy a subir al techo, a ver, a mirar el desastre/ bajo la luz de la luna gigante/ ellos lloran debajo del árbol/ arriba del árbol/ detrás del árbol/ tuve miedo pero ya fue…/ ahora estoy arriba de mi casa con un rifle.”
El nudo central del Día de los muertos es la canción homónima que cuenta con su video que es un pequeño relato cinematográfico que en su confección está puesta toda la carne en el asador de films pos-apocalipticos, esta Mad Max ese héroe solitario, desolado y un poco loco, están las hordas de sobrevivientes que responden a un líder, y este tiene a otro ser conviviendo como un tubérculo dentro de su panza que tiene poderes mentales, y también aparecen los restos del pasado que un abierto guiño al banderín de River Plate en El anillo del capitan Beto de Spinetta, mezclan el folclore del futbol en un contexto de ciencia ficción vernácula, en el video el héroe se encuentra con un holograma de Maradona donde se contiene toda la emoción de este relato.
Todas las letras del Ep son tan mínimas como las canciones, existe una economía de recursos que hace de esta buscada pobreza una trinchera de posibilidades donde los músicos excavan una y otra vez esa canción que contenga a todas las otras.
Día de los muertos termina con un tema casi de fogón llamada “La celebración del fuego” pareciera hecho con la urgencia de lo que se apaga pero que en su poética se permite el disenso y el ajuste de cuentas con el máximo responsable de la retórica apocalíptica.
“Cuéntame esta historia mi señor Jesús/ anarquía y descontrol en la celebración/ muertos nuevos en tu mente mi señor Jesús/ muertos nuevos en tu reino mi señor Jesús/
Ey otra vez todo lo bueno se te fue (…) En el juicio final quiero verte mi señor/ en el juicio final/ en el diciembre final/ será un nuevo amanecer para la galaxia”
A fin de cuentas El mató un policía motorizado es un grupo de rock que propone otra manera de rockear alejada de todas las épicas pasadas, de todos los combates perdidos y de todo el resentimiento acumulado porque el mundo no cambio en la medida que el rock si lo hizo.
Día de los muertos es un EP que condensa los relatos del fin del mundo mediado por la industria del entretenimiento, la cultura pop, la biblia junto al calefón y la simpleza de un trazo que tan solo busca decir lo que enuncia, con esa desganada lucidez de que sabe que el gesto estético siempre es un huella en la arena que el viento prontamente borrara para perderlo definitivamente, porque el fin siempre acecha.
En “La síntesis de O´konor” la banda continuara su búsqueda de un mundo menos peor en la felicidad de la canción de que sea la canción, pero esto comporta otra historia alejada del fin de todo para adentrarse en los meandros cotidianos de una vida cualquiera que tan solo busca ese punto de fuga que lo destruya para siempre o lo ilumine en una nueva revelación de grises y explosiones monocromáticas.
domingo, 24 de enero de 2021
Cerati, la electrónica y la infancia
En nuestro país uno de los grandes prejuicios que ha generado la cultura rock, es la total sobrevaloración y en muchos casos la indiferencia como menosprecio hacía la música electrónica. Hay cierto componente humanista dentro de la práctica del rock que todo el tiempo pretende olvidar que el rock no sería tal cosa sino fuera por la tecnología y sus avances que ha permitido tanto electrificar la guitarra como amplificar el sonido a espacio siderales, y ni hablar de los avances en cuanto a las técnicas y posibilidades -siempre en franca expansión- de un estudio de grabación.
Claramente estamos hablando de un comportamiento del rock que niega a la tecnología en función de lo humano, como si el avance de la tecnología y civilización corriera por senderos paralelos a la humanidad, como si esto no afectara nuestra percepción, y el orden de las cosas, como si la técnica y el artificio de la mecánica, como los principios analógicos como digitales no intervinieran en nuestra relación con el mundo, esa mirada desde el rock hacia su propia constitución como género musical peca de ingenua. Porque la humanidad hizo a la tecnología como esta a la humanidad, en una relación simbiótica e indispensable para la supervivencia de la especie.
Pero no solo esta ética del rock es ingenua en este aspecto, sino que también existe un rechazo categórico hacia la estética del arte por el arte, porque nuevamente el comportamiento humano y cultural busca el mensaje, la cifra del sentido que consolide o cuestione nuestra visión de las cosas.
En nuestro país hay muchos ejemplos de este tipo, un caso emblemático y saliente es la figura de Gustavo Cerati que ha orbitado dentro de la cultura local con una soltura y liviandad que ha generado su cuota de resentimiento como de rechazo en sensibilidades afines a la doxa combativa y humanista del rock.
“La geometría de una flor, Gustavo Cerati y la música electrónica” (Gourmet Musical Ediciones) es un libro de reciente aparición escrito por el escritor, editor, poeta y difusor cultural Gito Minore, que en su propuesta aborda estas cuestiones de manera implícita.
La geometría de una flor es un libro indispensable para entender las conexiones y vasos comunicantes de este artista inquieto como singular frente a lo nuevo y en algún punto desconocido.
Soda Stereo fue un grupo bastardeado por la ortodoxia rockera que veía en su propuesta estética toda la trampa del sistema, Gito no entra en este terreno pero lo alude cuando pinta el panorama político cuando Cerati estaba embarcado en esta búsqueda imparable con la electrónica.
“Y todo esto en una época en que la Argentina vivía uno de los tantos periodos de decadencia cultural (…) A semejante vacío político era lógico que lo acompañara un vacío cultural y musical respectivamente. A excepción de propuestas más combativas de géneros marginales (como el punk y el heavy metal) que, aunque con un público minoritario, sí se pusieron a la vanguardia de la crítica radicalizada al sistema (..,) En este contexto resulta comprensible, y hasta natural, que cierta parte de la audiencia rockera, y de la crítica lo haya acusado de frívolo.”
Gito Minore no anda con vueltas a la hora de definir a este músico inquieto “Gustavo Cerati fue un artista del mainstream” pero en esa constelación que supo crear con la exitosa Soda Stereo y su carrera solista, tuvo la suficiente lucidez como para entender de que la música seguía avanzando, en un río siempre afluente al que hay que estar dispuesto a navegar, pero para poder hacerlo siempre hay que estar dispuesto a tirar equipaje y mudar de ropa si es necesario, aunque esto signifique volverse un extraño.
Ese fluir de las cosas lo llevaría a conectarse con algo que siempre estuvo en su sensibilidad, que es la búsqueda del sonido y la textura por encima del sentido, algo que sucedía en Soda Stereo en menor medida pero por la cual era muy atacada.
Cerati siempre estuvo vinculado con la electrónica quiso el relato fundacional que a la banda siempre se la asocie por lo menos en sus comienzos con The Police, pero la realidad que esta banda inglesa era tan solo la punta de lanza de algo que venía pasando en el rock y era la subversión del sonido.
Gito Minore no duda en considerar que Gustavo Cerati fue una figura capital para el rock en Latinoamérica.
“Primero como líder del grupo que, traspasando las fronteras del propio país, redefinió la forma de crear rock en castellano (…) Soda Stereo fue un fenómeno musical, artístico y comercial que no tuvo ningún punto de comparación con nada previo (…) Luego, a partir de la disolución de la banda, como solista supo capitalizar la experiencia previa y usarla a su favor, no quedándose con la gloria (…) sino apostando a superar a superarse disco tras disco”
Sin embargo ve algo distinto en lo que la crítica y el público veían como un capricho snob, y es su relación con la música electrónica y las experiencias que supo tener con los socios adecuados que le permitieron olvidar ese pasado, que como bien lo señala el autor de este libro se había transformado en una prisión para Gustavo Cerati.
Para Gito Minore la carrera de este músico esta conformado por dos grandes bloques, uno que contiene su trayecto junto a Soda Stereo y otro como solista.
“Sin embargo entre los poros de estos dos bloques se fueron filtrando proyectos que derivaron en discos y shows. Un conjunto de trabajos que terminaron de conformar una serie, una constelación propia dentro de la discografía “oficial” de Gustavo Cerati. Una obra dentro de una obra. Estas producciones por su propia naturaleza díscola, no gozaron de la recepción ni de la difusión que si tuvieron sus otros trabajos, quedando relegados a los márgenes de la obra central. Sin embargo no fueron solo periferia. Operaron con una lógica divergente que permeó su obra, aportando una cosmovisión musical llena de matices sonoros, que la transformó por siempre.”
Los proyectos que supo tener fueron: Plan V, Ocio, Roken, pero la punta de lanza de su experiencia electrónica fue Colores Santos (1992) disco a dúo con el tan inquieto como ubicuo Daniel Melero, quien supo tener su banda enteramente electropop a principios de los 80 llamada “Los encargados” del cual Cerati/Soda re-versionarían “Trátame suavemente” en su primer lp. e.
Lo que el libro señala con mucha agudeza es que toda la experiencia de Cerati con la electrónica estuvo atravesada por lo lúdico y el goce, ya en sus comienzos cuando en la banda previa a Soda, The Morgan se ponían a improvisar con el todavía ignoto y new wave Andrés Calamaro pre- Abuelos de la Nada. Jugando como niños y trabajando según Zeta Bosio:
“Registrábamos en un grabador a casete las sesiones en la que disparábamos los teclados de Andrés, que comenzaban a sonar solos (…) Así iba generándose un clima sobre el que improvisábamos una secuencia de notas, una música que ideábamos para la banda sonora de una película imaginaria.”
Este mismo aspecto lúdico encontraría Cerati con Melero para la elaboración en conjunto de Colores Santos. En algún punto la experiencia electrónica era la posibilidad de revisitar la infancia, de ir más allá de la preocupación, los contratos y las agotadoras giras, esta manera de conectarse despreocupadamente con sus socios creativos lo libraba de la carga de su condición de rockstar y al mismo tiempo le servía para indagar desde la forma a las futuras canciones como solista, donde supo cristalizar esta interrelación entre lo tecno y la tracción a sangre como reza una de sus canciones del disco Fuerza Natural.
Su estética se retroalimentó de estas experiencias como bien lo indica Gito Minore, Cerati no hubiera sido el mismo sin este tipo de inmersión en el anonimato del sonido buscando desdibujar su nombre propio en función de lo experiencial de la convivencia sonora y humana.
Los socios que compartieron creación y placer junto a él fueron aparte del mencionado Daniel Melero, “los chilenos Andrés Bucci Astaburuaga, Christian Hirst Powditch y Guillermo Ugarte, con quienes formó Plan V; Flavio Etcheto, con quien compartió Ocio, y Roken, o Leandro Fresco, quien además de participar en este trío también fue parte de la banda solista. Músicos, en muchos casos, que habían crecido escuchando su música. Artistas que se habían alimentado de sus ideas y de los que él ahora se podía nutrir, para de alguna manera retroalimentarse juntos.”
La Geometría de una flor, Gustavo Cerati y la música electrónica, es un libro que comparte la lateralidad de esos proyectos, de los libros sobre este artista que han salido en estos años desde su temprana muerte, esta propuesta de Gito Minore comparte el mismo perfil bajo de las diferentes experiencias sonoras, hay un trabajo en la prosa que equilibra en la balanza la pura información y la anécdota con la reflexión y cierto espíritu genealogista como por ejemplo cuando desmenuza el sentido etimológico de Ocio, ese proyecto junto a Flavio Etcheto.
“Si toda su carrera se había dedicado a trabajar de músico, de ser parte del “negocio” (cuyo significado etimológico proveniente del latin es nec otium, esto es “negar el ocio”) de la música, ahora estaba decido a quedarse con la parte siempre relegada: afirmar el ocio”.
Es interesante observar que Gito Minore es responsable desde hace siete años de la Feria del libro heavy, ha sacado bajo su sello editorial Clara Beter las ponencias de las ferias, como libro de poemas y narraciones bajo su firma, forma parte de un colectivo (de investigadores y docentes) llamado G.I.I.H.M.A con el cual a sacado libros sobre la temática heavy sus controversias políticas y culturales, y ha sacado una biografía de Tren Loco, una banda del under que es un manifiesto en si mismo de la independencia, autogestión y el mensaje combativo.
Esta apertura hacia otro carril estético comporta el mismo espíritu de Cerati frente a la movida electrónica, el mismo autor lo dice hacia el final del libro cuando narra que toda esta etapa de Cerati no la vio pero le producía cierta inquietud.
“Me llamo la atención y comencé a preguntarme ¿Por qué este tipo hace música donde no canta? ¿Por qué toca con gente desconocida? ¿Por qué saca discos de manera independiente? ¿Po qué toca en lugares chicos y cobra una entrada de $2?"
Ahí Gustavo Cerati me volvió a llamar la atención, pero desde otro lugar inesperado, ya no era mi ídolo adolescente sino que se me aparecía como un músico y un artista arriesgado, capaz de poder aventurarse al abismo y no temerlo”.
Gilles Deleuze alguna vez enunció que escribía libros desde su ignorancia, este es el caso de Gito Minore alguien con la suficiente valentía como para meterse en un terreno desconocido de este artista popular que supo conjugar la dosis justa entre la experimentación y la forma. La prosa del autor está contenida dentro de lo objetivo que es la obra del músico, pero en algunos pasajes descolla con la felicidad del hallazgo que el propio autor se permite frente a una música eminentemente instrumental, ahí en ese terreno es donde se juega lo subjetivo y en donde su imaginación calibra su posibilidad de fuego e inventiva, como este pasaje donde analiza una versión de las tantas del disco Reversiones de “Siempre es hoy”
“Si la primera tal como lo reseñamos, traía el “disco al living” para que todos bailemos, esta segunda hecha un bidón de nafta a ambos espacios, y de entre las llamas extrae un monstruo lisérgico del que huyen hasta los más bravos (…) Allí, como si estuviera en la tarima de un strip club, propio de una película de Robert Rodriguez, la voz de Déborah del Corral canta, anestesiada por la noche y sus demonios un mantra desarticulado sobre tumbadoras”
En definitiva La geometría de una flor, Gustavo Cerati y la música electrónica, es un libro necesario para comprender el afán de expansión y curiosidad de este artista popular, todo -eso sí- bajo la mirada respetuosa pero lúcida, amorosa como exhaustiva, poética como telegráfica de Gito Minore, que ha encontrado en la forma la propia cifra del placer para contar su propia experiencia implicita y sensible del sonido y la furia.
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