miércoles, 21 de junio de 2023

El Arte es Pueblo, a propósito del documental Ojos que no ven...Movimiento Espartaco.

Una de las grandes cuestiones que atraviesa nuestra contemporaneidad es la memoria, el pasado y las disputas de los relatos por ocupar ese lugar de importancia que determina la manera en que se a pensar las historias de las generaciones que nos preceden. La problemática sobre la memoria, es una constante en las ficciones, cuestión que no le es indiferente a la industria cinematográfica, donde se ha ensayado una y otra vez el mismo argumento: un personaje amnésico que al recuperar parte de su pasado huye despavorido, no puede aceptar lo hecho, generalmente el personaje es un agente que asesina sin miramientos emocionales ni humanos. Esta temática tan insistente retrata de manera indirecta al siglo XX, no es casual que afloren tantas ficciones sobre ello, si algo tiene el siglo pasado es la constatación de la destrucción como método y la ciencia como argumento final para determinar quienes viven y quienes no. El final del siglo XX tuvo la enorme pretensión de ser recordado con el cántico del fin de la historia y de las ideologías, como sabemos si esto hubiera ocurrido hubiéramos asistido al grado cero de todas las luchas que sacudieron las entrañas del pensamiento.
Si esto fuera posible el relato del mundo sería único e indivisible, y no habría espacio para el disenso, porque todo absolutamente todo estaría justificado desde esta victoria. Sabemos cuál es el relato global que se impuso mediando el siglo XX, terminando de consolidarse cuando La Unión de las Repúblicas socialistas Soviéticas finalmente cae. Ese fantasma que recorrió al mundo como una certera esperanza pero también como la gran y gorda excusa para intervenir, digitar, auspiciar, subvencionar gobiernos tan títeres como sangrientos. La leyenda del fin de la historia tenía la responsabilidad de ser la marquesina victoriosa y rimbombante del Occidente Neoliberal y Capitalista, pero no fue del todo así, es de público conocimiento que la Historia metió la cola y lo violentamente negado terminó por explotar en las torres gemelas. Por eso es vital la importancia de la memoria y las formas en que podamos recuperar al pasado, no cualquier pasado sino el nuestro como país latinoamericano.
Sobre estas cuestiones trata “Ojos que no ven...el movimiento Espartaco" (2018), un documental dirgido por Ana Caride Burgos, junto a un excelente equipo de trabajo que hizo posible este documento, este ensayo, este notable film. Ojos que no ven es una apuesta por la memoria desde las herramientas del cine, es una reflexión sobre los alcances políticos y sociales de las artes plásticas como vehículo expresivo del sentir del pueblo, en un momento histórico donde lo estético era una continuación necesaria de la política.
El movimiento Espartaco fue un movimiento de pintores de estética figurativa y social que tuvo lugar en nuestro país entre los años 1959-1968, una época convulsionada por los aires de cambio y revolución, un momento histórico donde la política no era una mala palabra sino una herramienta poderosa. El documental es un viaje al pasado donde la voz narradora, es la de Malena Sessano la hija del artista plástico Carlos Sessano, comparte a lo largo del film las incógnitas y los afectos frente a algo que trasciende lo biográfico y esta indiscutiblemente ligado con el destino de nuestro país y el continente.
Carlos es mi padre, y yo no sé muy bien qué hago aquí, buscando tratando de dar forma a un padre desconocido, en el intento descubrir parte de su pasado voy a encontrarme con él. En este recorrido que propone el documental, la voz narradora se irá encontrando con los dos únicos sobrevivientes del movimiento, uno de ellos su padre y el otro es Juan M. Sanchéz más conocido como el gordo Sanchéz que juntos van pincelando el retrato de un grupo de artistas que trataron de ir más allá del atril para volver a él y retratar con furia y humanidad la condición latinoamericana. La conciencia de clase era una moneda corriente dentro de la juventud de aquel entonces, una juventud politizada por la herencia del peronismo, y por lo que ocurría a nivel continental, con Cuba, Fidel y el Che. El rumbo de la historia parecía torcerse hacia la izquierda, pero hay que aclarar que la izquierda en Latinoamérica no tiene el mismo espesor ni la misma densidad que en la vieja Europa.
Si bien los artistas plásticos del Movimiento Espartaco no ponían a la política por encima de sus producciones, estaba en un mismo nivel de preocupación, la problemática para el movimiento Espartaco tal como lo expresa uno de sus pintores Mario Mollari fue la siguiente. “La posibilidad de que existiera un arte que encajara más con nosotros (…) dentro de un tipo de imagen incluso reconocible (…) cómo vamos a responder plásticamente a esto (…) interpretar a los personajes de América a su problemática (…) si hacíamos una exposición hacíamos la revolución, estábamos locos indudablemente. El movimiento Espartaco responde a la vieja utopía del arte no mercantilizado, un arte que se nutre de las paredes de la ciudad, un arte que busco lo más posible la construcción de la identidad y la lucha latinoamericana, o en todo caso descubrir en las temáticas y en la misma realidad que la identidad de Latinoamérica está en su lucha. Su manifiesto escrito en el año 1959 lo dice todo. “Es evidente que en nuestro país, a excepción de algunos valores aislados, no ha surgido una expresión plástica trascendente, definitoria de nuestra personalidad como pueblo.
El movimiento Espartaco como todo movimiento que se precie y ponga de manifiesto su credo estético problematiza a su tiempo y cuestiona duramente lo que se institucionaliza como arte, pero el planteo es aún más radical porque el arte que brilla en las pasarelas tiene muy poco que ver con el sentir del pueblo latinoamericano. En el segundo y tercer párrafo del manifiesto la mirada es netamente política. “Si analizamos la obra de la mayor parte de los pintores argentinos, especialmente de aquellos que la crítica ha llevado a un primer plano, observaremos como característica común el total divorcio con nuestro medio (…) Las causas determinantes de esta situación está en la base misma de nuestra vida económica y política, de la cual la cultura es su resultado y complemento, una economía enajenada al capital imperialista extranjero no puede originar otra cosa que el coloniaje cultural y artístico que padecemos”. El documental de Ana Caride Burgos no se desentiende, uno de los momentos más interesantes del documental es cuando el historiador de arte e hijo de Esperilio Bute, otro de los pintores del movimiento explica al contexto histórico en que surgieron su padre y sus compañeros de ruta
“Yo me doy cuenta que Espartaco no es una iniciativa de unos jóvenes pintores sino que realmente es una iniciativa del aparato cultural argentino de ese momento, capitaneado por Rafael Squirrou (…) esto tiene que ver con un contexto internacional que esta viviendo una guerra fría entre el realismo soviético y el arte américano (…) los americanos quieren promocionar un arte abstracto, y a partir de ahí comienza la influencia norteamericana en países como argentina, el coloniaje cultural rechaza a los Espartaco". Las líneas en el documental están claras, Espartaco rechazaba de plano al colonialismo cultural no estaba de acuerdo con abonar con el arte abstracto porque en nada tenía que ver con la realidad política y cultural de nuestro país. Espartaco fue un movimiento al borde de lo instituido, le escapaban a la mercantilización no estaban de acuerdo con un arte para pocos, para una Élite de abultada billetera y prestigio, se pintaba por y para el Pueblo, para visibilizar su lucha, darle rostro, entidad, entendimiento. El mandarín de las artes visuales en aquel tiempo Jorge Romero Brest, el adalid de la crítica responsable y promotor del arte abstracto en nuestro país, no consideraba pintura lo que hacía el grupo, hay un ninguneo muy característico de la crítica, no se analiza la cuestión pictórica sino que directamente se la descalifica, entonces de esta manera no participa del debate pictórico del momento o en el decir del gordo Sanchéz “lo que estábamos pintando eran monstruos para ellos”.
Haciendo un paralelo con el campo de la música, especialmente dentro del rock, el movimiento Espartaco fue lo más parecido al punk en la pintura,como todos saben hizo de la precariedad su posibilidad y de la ética una urgencia que había que plasmar a como de lugar para denunciar lo que ocurría en las entrañas de la realidad, pero también el heavy de cuño local encuentra ecos en el movimiento, no es dificil imaginar las emblemáticas tapas de los discos de Hermética como una continuación y actualización de la misma problemática de representación. Cómo el arte abstracto norteamericano iba a reflejar todo eso si en nada tenía que ver con sus orígenes, no porque no sea posible una re-apropiación, sino que para el candente momento histórico en que se vivía apelar al arte abstracto era darle el visto bueno a la colonización y a la entrega no solo material sino subjetiva de nuestra identidad como pueblo. Para el Movimiento era importante que el arte sea figurativo la intención era la comunicación, que sea inteligible para la gente, el pueblo, en el fondo que no haya competencia cultural para apreciar el hecho estético, porque de lo que se habla muestra y pinta pasa por la sensibilidad, los sentidos y la empatía.
El documental tampoco maquilla a los personajes de esta historia al contrario los expone en su singularidad como un grupo de pintores comprometidos con el cambio social y político pero de simiente machista, una sola pintora formo parte, Elena Diz que a su vez fue mujer de Juan M. Sanchez , tardaron dos años en aceptarla como parte del movimiento. Ojos que no ven tiene una riqueza notable en su construcción cinematográfica, no pretende más de lo que es, un retrato sensible de un momento histórico donde la revolución no era una utopía sino una certeza que había que hacerla real.
Franco Venturini uno de los últimos pintores en entrar al movimiento fue el que más lejos llego en su compromiso con la inmediata realidad y no pudo sobrevivir a ello. Carlos Sessano estuvo en la Cuba del Che participo activamente por un tiempo hasta que volvió imbuido por la experiencia de revolución. Ricardo Carpani fue el más dogmático, el más trosco según sus compañeros, el mismo se definía como un político que pinta, cosa que sus aliados de ruta no, ellos mismos dejan sentado en el documental “Carpani siempre hablaba de política nosotros más de pintura”. No obstante Carpani aún en su delirio revolucionario -tomando prestado una expresión de Sessano cuando estaba en Cuba- tenía las cosas muy en claro, como todo dogmático hacía de la claridad conceptual un axioma para la praxis.
“Para que el arte cumpla esa función social de promover el cambio a nivel político, la sociedad tiene que estar cambiando, evidentemente, en la medida que la sociedad no se cuestiona los valores vigentes, el arte tampoco lo cuestiona”. Hablar de la historia del movimiento Espartaco no es tan solo hablar de un momento histórico particular y significativo, sino también de las familias que estuvieron comprometidas, de los hijos que nacieron en el exilio, y de la reconstrucción del legado como es el caso de Malena la narradora que al final del film comparte su sentir: nostalgia, pérdida pero también abre una pregunta ética sobre el arte de sus mayores. “Al pasado no se puede volver, ni podemos recuperarlo tal cual fue, pero qué hacemos con las huellas, los restos.” Ojos que no ven es una excelente oportunidad para escuchar y dialogar con su imágenes, con lo que se comparte y piensa, una oportunidad para entender que el arte tiene que nacer dentro de la comunidad y no ser un comentario aparte, inaccesible y hermético. El arte es del pueblo y la única sublimación valedera es la de la tierra, los orígenes, la sangre, los ancestros, la herencia es un legado pero también un combate con el presente, porque la herencia es un bien discutible y hay que discrimar lo que fue válido en su tiempo y en el presente no.
El movimiento Espartaco intento cambiar las reglas del juego y a su modo lo hicieron, fue la cara visible de los movimientos sindicalistas, pintaron con dignidad y belleza a las tribus originarias entendieron que para hablar de lucha hay que remontarse a la conquista, hicieron de los muros un espacio político y bello, un estandarte de lucha y un mensaje a través de los tiempos. Ojos que no ven, es un film necesario una pieza faltante para entender como se concibió un arte que no pedía más espacio que la calle y en su enorme figuración generar la diferencia, acercar la pintura a la gente, salir de las galerías y de la pretensión de seriedad académica, romper la institución del caballete, pintar con el cuerpo, los humores, el amor, y la voluntad del cambio político.
Bute lo dice mejor citado por Malena “necesitamos un lugar donde lo imposible, se vuelva posible y es en la poesía donde los límites de lo posible es transgredido de buena ley, arriesgándose, el decía que un poema es una pintura dotada de voz y una pintura es un poema callado.”
Grupo Espartaco Esperilio Bute, Ricardo Carpani, Pascual Di Bianco, Elena Diz, Raúl Lara, Mario Mollari, Carlos Sessano, Juan Manuel Sanchéz, Franco Venturi. Para ver el documental entrar a la página Cine.AR PLAY: https://play.cine.ar/INCAA/produccion/8026 Para leer el manifiesto del grupo: https://www.margen.org/desdeelmargen/num3/esparta.html

domingo, 16 de enero de 2022

Oxidarse o Resistir (una lectura filosófica de Hermética)

Una de las problemáticas que atraviesa de lleno a la cuestión estética, es si una obra puede cambiar vidas, si puede modificar subjetividades arraigadas en prejuicios, costumbres y modos de pensar y por lo tanto afectando también los modos del hacer. Puede una obra artística moldear sensibilidades y enseñar a percibir, mirar y escuchar, es posible mostrar que existen otros caminos como formas de pensar y de vincularse al mundo. La respuesta a esta pregunta como bien sabemos es puramente subjetiva, somos seres sociales atravesados por una infinidad de discursos que hacen decursos y derivas en nuestro imaginario cultural, que con el tiempo y de acuerdo a decisiones concientes o no coagulan en una forma que sintetiza los años de formación. A veces este proceso de acuerdo a las sensibilidades y el talento decanta en una obra nueva a partir de sus precursores y la tradición o también posibilita un espacio tan amplio de pensamiento que no puede más que reclamar su expresión en un libro.
Tal es el caso de “Oxidarse o Resistir, Reflexiones sobre la íntima conciencia” un ensayo enteramente dedicado a la poética de la banda de thrash metal Hermética, escrita con una prosa tan límpida como puntillosa por un autor novel llamando Salvador N. Gómez. Hay que destacar una propuesta que no apunta a lo histórico aunque si lo es por consecuencia no le interesa el anecdotario acrítico como si sucede con el documental La H de Nicanor Loretti, ni tampoco apela a la cantera musical para hablar de influencias ni tendencias musicales, Oxidarse o Resistir, es un ensayo filosófico que toma como entero motivo de su pensamiento a la lírica de Hermética.
Nada en el libro señala detalles curriculares o biográficos que sustenten de manera vistosa la aventura de pensamiento en la que se embarca el autor que parece más bien un oportuno accidente para que el libro tenga lugar, porque nada nos indica quién es Salvador N. Gómez, pero lo que queda de manifiesto una vez embarcado en las primeras páginas es que el autor fue moldeado íntegramente por el devenir estético y poético de la banda de Ricardo Iorio. Es decir el autor no esconde que es un fan de la primera hora y fue uno de los tantos huérfanos que quedaron sin respuestas cuando Hermética de disolvió en su propia entropía.
Oxidarse o Resistir es un libro que redobla la apuesta lírica de esta banda heavy de principios de los 90, porque se pregunta de manera tan socrática como directa sobre las consecuencias de llevar una vida heavy, tal como la plantea los presupuestos estéticos y políticos de Hermética, porque claro está el autor es el mejor ejemplo de esta vida que no tuvo más remedio que probar sus verdades en la contingencia del mundo más inmediato.
Lo más llamativo del libro es su honestidad intelectual Salvador N. Gómez expone página tras página el vínculo que establece con la banda prácticamente desde los comienzos, y de cómo este dispositivo estético -auditivo, lírico y visual- entro a su vida para cambiar todo orden y sentido. Pero para que ello ocurra tuvo que existir una predisposición, una articulación inconciente entre la sensibilidad del oyente y la música, un vínculo inmediato que escapa a las interpretaciones previas para dialogar de manera directa con eso que el mismo escucha no sabe muy bien qué es. Para Salvador N. Gómez este hecho indudablemente fue una de las bandas más representativas de principios década del 90.
“Escuchar Hermética por primera vez en mi vida (…) fue un antes y un después, nada volvió a ser lo mismo desde entonces”.
Pero el dato más curioso es que el autor encuentra una filiación en la poética de Hermética que lo conecta directamente con su progenitor, con su origen de clase, en la estriada voz de este grupo de thrash metal el autor resuena “Era la voz de los trabajadores oprimidos (…) Era la voz de mi viejo al que tantas veces había escuchado hablar de la explotación del hombre por el hombre”. De alguna manera la educación familiar fue responsable de preparar el terreno para que esta singular banda encontrara oyentes tan activos como críticos, como es el caso de este autor que toma al pie de la letra esta propuesta musical e intentara en su recorrido ir hasta el fondo de las cuestiones más inasibles.
Una de las problematicas que el autor no evita es el mismo nombre de la agrupación, al poner sobre el tapete a la filosofía Hermética como una de las directrices de esta etapa rica en lucidez como aciertos de un jóven Ricardo Iorio. Salvador N. Gómez toma la propuesta estética y poética de la banda contextualizando en su verdadero horizonte de saberes. No deja de ser paradójico que una de los grupos más populares del heavy tenga un nombre elitista que apele a un saber entre iniciados que es tan antiguo como la cultura misma.
En este aspecto por lo que deja vislumbrar el libro el pensamiento de Salvador N. Gómez es el de un platónico existencialista -si tal cosa es posible- alguien que horadara hasta las últimas representaciones para raspar su verdad en la mácula de la existencia, lo que deja en claro el autor de manera oblicua es que esta agrupación de Thrash Metal comporta en su imaginario ese momento tan particular de la civilización cuando las divisiones entre Oriente y Occidente no eran tan claras, exponiendo si se quiere (en el mejor de los casos) que el origen del Logos occidental es fruto de Oriente.
Por eso Salvador N. Gómez comienza hablando de la filosofía Hermética y sus principios, hay un rodeo histórico que ilumina la comprensión de la lírica de la banda que quiso el destino en la década del 90 fuera tomada solamente en su vertiente social, cuando esto tan solo era el emergente de un pensamiento mucho más profundo. Oxidarse o Resistir fija su punto de partida en la tradición Hermética para ir desarrollando la amplitud de miras en un campo que va desde la misma historia del heavy local a la profundidad metafísica, de la coyuntura social a la angustia por la intemperie de la existencia.
El libro está enhebrado con letras de la banda, siempre con la cita oportuna de tal o cual letra subrayando el entretejido de un relato cultural que no pasa por la linealidad de la denuncia ni se esconde en un opaco elitismo solo para entendidos. Por una cuestión de espacio y desarrollo tan solo voy a tomar a la última parte de Oxidarse o Resistir, en este recorrido el autor toma dos letras del mismo autor pero en épocas distintas para analizar la ruptura y el cambio de una poética que viró de destino cuando el propio artista en este caso Ricardo Iorio cayó en la propia trampa autorreferencial.
El capítulo del que hablo se llama “De la vida impersonal a Sé vos”. El autor es programático y ordenado en cada capitulo enuncia los temas para desarrollarlos con férrea convicción.
“Vida Impersonal (Hermética, 1989) y Sé vos (Almafuerte 1998) son dos grandes temas del metal argentino pertenecientes al mismo autor, Ricardo Iorio. La intención de este capítulo es hacer un análisis profundo de ambos, para indagar sin en esas letras se puede llegar a rastrear ya algún tipo de quiebre filosófico, aunque sea incipiente en la lírica del autor.”
Para Salvador N. Gómez la existencia social es una puesta en escena que en su relato escamotea lo que realmente debe importar, por ello en estas dos letras están representadas las antinomias de dos percepciones en abierta colisión.
“Construimos una vida totalmente artificial basada en el materialismo. Somos testigos de la eternidad, pero lo ignoramos al caer en la oscuridad de la diferencia ontológica entre ser y ente. Esto nos lleva a “cosificar” la existencia y confundir lo individual con el individualismo y la identidad con el personalismo, que no son más que una máscara del yo”.
Vida Impersonal como el mismo autor lo enuncia es una de las tantas letras incomprendidas de Hermética, o tan solo alcanzada en una instancia de su poética, más ligada a lo mundano, pueden confundir sus metáforas sin tan solo nos quedamos con la cuestión más prosaica del asunto. Salvador N. Gómez toma como punta de lanza para analizar a esta letra El Kybalion.
Como lo he expresado el estilo del autor es muy claro en sus intenciones, hay un afán pedagógico en su forma, que en este análisis roza la propia clausura semántica. La lírica de Hermética comienza enunciando su propio misterio al decir “Ya no maltrates a tu animal/ pues no lo debes vencer/ sino amar y salvar” Para Salvador N. Gómez esta línea enuncia la problemática de instinto versus razón –con todo lo que eso implica claramente- “Se refiere al animal interno que vive en nosotros y que la sociedad incita a encerrar para poder convivir dentro de una cultura preestablecida según sus normas y reglas. La filiación que encuentra el autor en la siguiente línea viaja en el tiempo y conecta directamente a la banda de Ricardo Iorio con Platón. “Ahogado por la pared/ que sostiene las últimas sombras” esta parte se puede explicar claramente con la alegoría de la caverna de Platón. Describe que lo que interpretamos como verdad solo son sombras generadas por titiriteros sobre un muro y “sostenidas por los muertos que viven de lo externo”. El materialismo en el cual estructuramos nuestras vidas crea un mundo ilusorio, por eso vamos como nubes donde nos lleve el viento.”
Lo que Oxidarse o Resistir propone es que Vida impersonal aboga por el ocaso de los ídolos, tal como el libro de Friedrich Nietzche la verdadera identidad no esta afuera sino dentro, pero como seres gregarios y domesticados por la filosofía del rebaño nos revestimos de lujos, de confort como de gordas excusas para no enfrentarnos a la propia contingencia de nuestras vidas, es más fácil dejarse llevar por los relatos autorizados y autenticados por los poderes de turno que animarse a vivir uno propio.
“Encontrarse con uno mismo puede ser el momento más trágico o más sublime de nuestra existencia, porque el yo que construimos como escudo para no enfrentar cara a cara a la nada se siente más seguro aferrado a sus cadenas externas que en el vértigo de la libertad interior.”
Por eso en el mundo según esta percepción y tal como lo señala la letra no se hallará más que ilusión, porque claro está según esta mirada vemos y sentimos al mundo no con nuestros sentidos sino que ya estamos mediados por una cultura que nos dice cómo mirar, cómo sentir, qué es el bien, el mal, qué es lo bello o lo feo, por nombrar las grandes polaridades de nuestra idiosincracia de seres atados a una moralidad que ha perdido su especificidad para transformarse en puro mandato.
En "Sé vos" la canción de Almafuerte la siguiente agrupación de Ricardo Iorio, la cuestión es bien diferente, acá es donde el autor se posiciona y entreve como la poética de este cantante y bajista comenzó a empobrecer su discurso tentándose con la autoreferencialidad, claro está que la mejor constatación del fuerte imperativo “Se vos” es el mismísimo Ricardo Iorio, el mensaje peca en su autoafirmación y comparte un lugar muy cercano a las terapias de autoayuda, la cultura de la buena onda y los coaching espirituales.
“La letra hace hincapié constantemente en ser uno mismo sin importar la opinión de los demás. “¿Por qué falsear, si ser uno es ganar? ¿Por qué engañarse y mentirse?”, se interroga el autor, y dentro de la pregunta formula la ya categórica respuesta “Ser uno es ganar” Si bien la entereza de llevar una vida auténtica como clamaban las vanguardias estéticas a finales del siglo XIX y principios del XX encuentra eco en esta afirmación de la canción, el soporte del discurso no es el mismo, como tampoco el contexto, las vanguardias buscaron caminos por fueras de las normas de la civilización, intentaron construir otro relato aunque en muchos casos esto los llevo a la locura, el suicidio o la muerte, había un precio que pagar para sostener desde los hechos la afirmación de una vida entera.
En el caso de Ricardo Iorio el camino es diferente, la canción es de finales del siglo XX, ya la industria cultural a fagocitado la fuerza inconoclasta de las vanguardias, el formato es una canción que entra de lleno en la categoría musical de heavy metal o rock pesado, un código de lectura debidamente estoqueada en el supermercado de la industria musical. Iorio ha cimentado su trayectoria en tres bandas fundacionales de un camino estético, pero si tal como lo señala Salvador N. Gómez en la etapa de Hermética apuntaba su mirada hacia el interior de uno mismo, en Almafuerte esta mirada se apoya en la mirada de los otros, porque justamente la otredad -dentro de este código de interacción-es la que determina la singularidad del otro. Es decir el imperativo categórico “Sé vos” es uno de los tantos productos debidamente embalados de nuestra cultura de la imagen, el mismo Iorio se pasea por los medios dando a conocer toda su perfomance para ser uno mismo, esto implica y determina una poética de autoayuda que tan solo se regodea en sí mismo, sin mirar más allá de sus narices y sin tener en cuenta que el camino hacia la identidad siempre es un camino hacia adentro, hacia la espeficidad que nos hace seres de determinadas maneras y no de otras, por supuesto como el autor lo señala.
“Nacemos situados en una época y un lugar que no elegimos. Dentro de un contexto sociocultural y económico predeterminados. Nuestros pensamientos son construidos de palabras y conceptos que no nos pertenecen. Nos educan con los saberes que distribuye un Estado con el cual tenemos un contrato social (…) Los medios de comunicación nos imponen un discurso hegemónico que, como miembros de la sociedad, nos encargamos de reproducir (…) La publicidad orienta nuestros hábitos de consumo, las modas y los modelos. No vemos el mundo como es, vemos el mundo como somos. Mejor dicho, como nos hicieron ver”. Oxidarse o Resistir es un libro de filosofía, un libro que interpela la constitución de nuestra subjetividad, un libro que horada las mecánicas sociales, un libro que toma los presupuestos discursivos de Hermética -una banda de principios de los 90- y los profundiza combatiendo en su propia enunciación a la banalización más absoluta de los gerentes de la cultura, los medios, la gestión política de turno, los psicólogos y terapeutas de la buena onda y al mismísimo Ricardo Iorio en su debacle estética y política. Salvador N. Gómez escribió un libro para todos y para nadie y en su gesto de independencia de pensamiento nos invita a cuestionar todo lo que damos dado como hechos naturales, casi como si no supiéramos que la humanidad es un artificio de la naturaleza y el universo.

martes, 16 de noviembre de 2021

Heavy, Tortura y Derechos Humanos (Segunda parte)

Meses atrás escribí sobre el primer e interesantísimo libro Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió del abogado y escritor Ariel Panzini. En ese primer acercamiento tan solo tome como referencia a uno de los ensayos donde se buscaba retratar con precisión lo que para el autor es el corazón de la ética del metalero argentino. El trabajo realizado por Ariel Panzini y esta es la novedad frente a tantos libros que indagan al rock desde la historia o la estética, Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió es un trabajo de investigación que hace pie en la formación jurídica y profesional del autor pero que nunca se desentiende de su pasión musical. A esta altura después de casi más de tres décadas se puede afirmar sin ningún tipo de exageración, que el heavy metal es una cultura en todo el mundo y que tiene sus valores y modos de expresión dentro de una infinidad de estilos que desafían constantemente a los policías de la identidad y de las etiquetas del mercado, pero según lo que estas páginas afirman la cultura metálica de nuestro país re-afirma y confirma su identidad por el barro de su origen que corresponde inevitablemente a la clase trabajadora.
Como se sabe el heavy es uno de los tantos subgéneros del rock, que desde el momento de su aparición hacia finales del siglo pasado ha ido copando al mundo para transformarse -como todas las cosas resistidas en su momento- en tradición y mercancía. Ariel Panzini si bien enmarca su trabajo desde una mirada cientista y se ampara en una doxa que puede ser engorrosa por las cuestiones jurídicas nunca condesciende a perder el foco en citas eruditas o se engolosina con su conocimiento. La pluma del autor es bien práctica no se anda con vueltas y lo que muestra y demuestra es que el heavy argentino tiene una mirada anclada fuertemente en los Derechos Humanos, este hecho en sí mismo ya es un gesto político, porque la elaboración conceptual de las bandas más representativas –llámese Malón, Hermética, Almafuerte, Tren Loco, Serpentor, o Nepal comparten una misma preocupación social, humana y ecológica- que más allá de las diferencias estilísticas aspiran al mismo horizonte que podría cifrarse en una misma y sola problemática que en resumidas cuentas podrías ser; “cómo vivir y convivir en un mundo que parece no desear otro camino que el de su misma perdición”.
Que el libro se llame Heavy Metal Argentino no comporta una actitud chauvinista sino que señala la diferencia fundante con el heavy de corte internacional, lo que observa Ariel Panzini y he aquí la polémica más interesante es como el heavy especialmente el norteamericano fue utilizado como una de las avanzadas del capitalismo durante el fin de la guerra fría para infiltrarse en Rusia e ir minando al imaginario soviético desde la banda germana protonorteamericana Scorpions con su Wind of Change al primer Festival heavy
“En el estadio Lenin en la por entonces U.R.S.S. del año 1989, de Bon Jovi, Ozzy Osbourne, Mötley Crue, Cinderella y Skid Row, en un macro festival programado como una muestra de solidaridad hacia organizaciones anti-droga”
Vuelvo a insistir Ariel Panzini no es un escritor de medias tintas por eso es importante recalcar que toda su escritura detenta una posición política clara y definida, esto quiere decir que mira más allá del género musical y de su pasión como el adolescente que fue para analizar sin eufemismo la potencialidad imperialista del mismo rock. Lo que deja bien clarito es que el heavy sirvió y mucho para el relato cultural que impuso con éxito E.E.U.U. en los estertores de la guerra fría.
“El cine y la música fueron herramientas predilectas y fenomenales, juntamente con otras expresiones como la moda o los productos masivos de consumo (Mc Donald, Coca Cola, tecnología de punta, etc.) de las cuales el sistema se sirvió para esta nueva etapa de proyección del mundo. Negar ello a esta altura de los acontecimientos históricos responde más al síndrome de alienación al poder dominante (…) Es decir a la concentración del poder militar y económico se le suma la penetración cultural para exportar cosmovisiones determinadas que responden a intereses ajenos a los pueblos dominados”
Ariel Panzini no se detiene ahí sino que va más allá con su análisis e investigación para expresar que décadas después de la guerra fría, el imperialismo del país del norte siempre a la vanguardia de alguna guerra inventada vendiendo o alquilando su paz armada al mejor postor, encontró nuevas excusas después del 11 de septiembre para llevar al extremo más inimaginable la penetración cultural, porque en la trastienda y la ilegalidad de la supuesta guerra contra el terrorismo se utilizó a la música: el heavy, el pop latino, canciones infantiles y el country como herramientas indispensables para el ablandamiento, y la confesión a través de la tortura.
“Dentro del concierto de técnicas que logró “legalizar” la administración Bush a tales fines, lo llamativamente notorio radicó en la implementación de la música ya no como sistema de armas como se indicó anteriormente, sino como el instrumento matemáticamente calculado al mejor estilo de la Inquisición, como parte de un mecanismo de interrogación aplicado sobre los presuntos terroristas. El procedimiento consistía (…) en introducir al sospechoso de terrorismo en el denominado “tubo” (contenedor hermético, completamente oscuro, y cerrado, aislado de toda injerencia con el mundo exterior), siendo sometido durante largas jornadas a escuchar música a alto volumen, casi en forma ensordecedora y privándoselo del sueño por completo, donde en la gran mayoría de casos se repetía constantemente el mismo tema por varias horas, utilizándose el género del heavy metal habitualmente, conforme los distintos testimonios filtrados a la opinión pública.”
Pongamos las cosas en su debido contexto si la música es utilizada como herramienta de cohersión y tortura lleva a la problemática instalada por Theodor Adorno con su famosa sentencia “Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie” a un nuevo horizonte de espanto, porque ya no se trata de la imposibilidad de tratar de asimilar el horror a través de la pulsión estética, sino que la misma estética (más allá del que rock sea un género industrial) es utilizada para provocar el horror y el fin de toda humanidad. Puede sonar categórico pero la tortura es el límite que no se debe franquear porque después de ello no hay manera de regresar más que a través del trauma, la negación y la brabuconada patriótica e imperialista, todos vimos ese relato reproducido en centenares de películas que presenta y representa hasta la pornografía que para llegar a los fines hay que atreverse a transitar los medios necesarios para combatir al Mal de turno - llámese: comunismo, terrorismo islámico, Corea del Norte, China, el mal siempre viene de Oriente para la sensibilidad humanitaria e hipócritamente democrática y libre del Occidente más depredador e intolerante.
“No escapa a nuestra inteligencia que el género es producto integrante de la cultura occidental impuesta por el nuevo orden mundial instaurado por los E.E.U.U. luego de la segunda guerra mundial (…) Tal situación no es menor, ya que las personas sindicadas como terroristas y alojadas principalmente en las cárceles de Guantánamo, Irak y Afganistan, provienen de costumbres arraigadas completamente ajenas a las occidentales (…) A su vez, y como ya se ha advertido no es azaroso que se haya elegido al heavy metal como método de tortura silencioso, en razón a que no solo se logra obtener datos en la confesiones, sino que además, a modo de porta voz se está imponiendo el occidentalismo en forma coercitiva mediante el bombardeo cultural de su mensaje, trascendiendo la mera saturación sonora (…) La ofensa también es cultural.”
Según la detallada información que el autor comparte las canciones y los grupos elegidos son, Deicide: “Fuck Your God” ; Dope: “Die MF Die”, “Take Your Best Shot”; Drowning Pool: “Bodies”; Metallica: “Enter Sadman”; AC/DC: “Shot no Thrill”, “Hell Bells”, Neil Diamond: “America”; Rage Against the Machine: unspecified song; Saliva: “Clic Clic Boom” También fueron utilizadas canciones de Cristina Aguilera de abierto contenido sexual, del Barney el dinosaurio como una gran variedad de música country.
Lo más llamativo del caso es la respuesta o la falta de ello de los músicos al enterarse de que sus canciones fueron utilizadas como herramienta de tortura, salvo Tom Morello de Rage Against the Machine (una agrupación con fuerte anclaje latino y tercermundista) el resto padece un autismo político por la falta de reacción, o una reacción a medias pero sin medir la gravedad del asunto o directamente dando justamente la derecha por tal aberrante planificación en la sala de tortura.
“Preguntado en una entrevista el guitarrista vocalista de Metallica James Hetfield, acerca del uso de su música para torturar a los presos de Guantánamo, respondió que “Una parte de mí está orgullosa por haber elegido a Metallica”, se sabe con certeza que “Enter Sadman” se usó en el interrogatorio de Mohammed Al Qahtani, conocido por ser el jihadista número 20 del 11-S-, porque ellos pensaban que así oirían el sonido de Satán. Es fuerte, es música poderosa. Representa algo que ellos desconocen, quizás libertad, agresividad…no lo sé…libertad de expresión. Y entonces es cuando una parte de mí se siente abrumada sobre las dudas de ciertas gente que piensa que estamos atados a unos determinados estamentos políticos por esto. No tenemos nada que ver con eso, e intentamos ser los más apolíticos que podemos. Porque una cosa es la política y otra la música, y para nosotros, no se deben mezclar. La política separa a la gente, y nosotros la queremos toda unida. No puedo decir “Stop”. No puedo decir “Háganlo”. Es algo que no me lo tomo ni como bueno ni como malo.”
Es interesante el contraste que realiza Ariel Panzini en sus páginas cuando habla de la temática de Malón y de Serpentor páginas más adelante, donde se pone en evidencia que el género en nuestra tierra tiene los pies bien anclados en la política pero no necesariamente en la partidaria sino en la manera de manifestar, de copar los espacios o directamente inventarlos para de difundir el mensaje de crítica y resistencia, lo político es la manera de exponer y de poner en circulación historias que se pretenden negar en la cultura local como lo fue la masacre de los Pilaga retratado en el segundo disco de Malón “Justicia o Resistencia” en la canción “Grito de Pilaga” por nombrar un solo ejemplo dentro de tantos donde los derechos de las minorías, de los desclasados, de los laburantes, de los pueblos originarios son puestos en primer plano, son la materia esencial de un género que en nuestro país toma la partida de lo real.
Quizás por nuestra historia particular que durante el siglo XX tuvo poco años de gobiernos democráticos en relación con la infame cantidad de golpes de estados que sacudieron las entrañas de nuestra sensibilidad, quizás porque el rock y especialmente el heavy fue la música de los hijos de los laburantes, de las zonas desangeladas, de los que tuvieron que aprender sobre sus derechos y gritarlos, de los que pudieron modificar la programación que los hacía pensar y servir como empleados sin más horizonte que un aumento de sueldo siempre en veremos. Quizás porque fuimos un país asediado desde sus comienzos por capitales extranjeros, quizás porque en esta historia fuimos del granero del mundo al patio trasero del imperialismo, quizás porque en esta historia a los laburantes siempre les toco perder y la conciencia de esta pérdida forma parte del adn cultural que el heavy como expresión actualiza en esta candente como esquizofrénica realidad.
Gustavo Zabala el bajista y líder de Tren Loco está en las antípodas de James Hetfield de Metállica, no hay que olvidar que algunos discos de esta emblemática banda norteamericana detenta títulos que al parecer son una declaración de principios en si mismos, títulos tales como “Master of Puppets” o “And Justice for all…?”, entonces cuando Hetfield expresa que trata de ser lo más apolítico que se pueda no deja de ser un acto de ingenuo cinismo, cualquier pibe estudiante de cualquier universidad pública lo daría vuelta como un guante frente a tamaña estupidez, y ni hablar que en su declaración no puso el foco en la tortura que es el verdadero espanto. En las páginas de Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió del Gustavo Zabala expresa:
“Yo creo que la política es una buena palabra. La política es el arte de cambiar la realidad, es la realidad; lo que pasa es que está bastardeada, porque a los que tienen el poder les interesa que la juventud no se sume a la política (…) Con la política podemos cambiar la realidad. Todo es política, desde la remera que te pones, hasta la actitud que tenés, hasta el lugar donde querés vivir. Hasta si querés arreglar el bache de la esquina de tu casa. ¡Podés cambiarlo loco!.”
En síntesis lo que el libro de Ariel Panzini expresa con éxito es que la constitución del heavy internacional y sobre todo el norteamericano vive en una suerte de limbo donde la política nunca se toca con la música, pero justamente el precio de esta grosera actitud es la de ser utilizado por los gobiernos de turno, con consentimiento o sin no importa, importa más la billetera abultada por los discos, entradas y merchandising vendidos, y como ya sabemos en este mundo de luminarias artificiales, no existe la mala publicidad porque a fin de cuentas todo vende y acapara la debida atención y hay que aprovechar ese momento para dar el zarpaso.
El análisis de Ariel Panzini es mucho más profundo de lo que alcanzo a compartir, por eso es importante le lectura de este libro valioso, sobre todo para derrumbar prejuicios que hacen del heavy un cúmulo de cabezas de tachos o para poner en jaque a la patética como lamentable encarnación del último Ricardo Iorio. Heavy Metal Argentino, La clase del pueblo que no se rindió, es un libro imprescindible para entender y poner en contexto, y seguir pensando en las maneras, los modos y las prácticas que hacen de este género quizás una de las vanguardias de las luchas como reivindicaciones sociales.
Acaba de salir publicado el nuevo libro de Ariel Panzini que por el título señala la profundización y la amplitud de miras de una ardua empresa, el libro lleva como título "Guerra, Justicia y heavy metal, Apuntes sobre la historia social del heavy metal.